Fashion Fest 2009

domingo, 8 de marzo de 2009

Julianne Moore, a la medida

Sí, efectivamente está echa para mí, de plano me la llevo puesta, podría haber contestado algún valiente al sentirse halagado por las palabras de la actriz estadounidense Julianne Moore: "Los mexicanos son las personas más amigables del mundo", y al sentirse afín con el slogan que para esta temporada presentó Fashion Fest de Liverpool: Made for Me.

Fashion Fest, que se ha caracterizado por elegir como sus iconos de campaña a las modelos más famosas del globo, en esta ocasión dio un salto mayor pues contó con la participación de una mujer no sólo bella y famosa, sino inteligente, carismática y con una sensualidad capaz de derrumbar toda noción de tiempo: Julianne Moore.

Una mujer que esconde detrás de su mirada una visión más completa sobre lo que es la belleza femenina. Su edad se disuelve entre el instante en que apunta y da con esa mirada una estocada directa al corazón del deseo. Una mirada en la que no cuenta el tiempo. Una mirada en la que convergen la niña inocente, la mujer serena y cálida, y la joven atrevida y arrebatada.


En esa convergencia, Moore detuvo el tiempo con su mirada serena y tierna, su gesto adusto y sonriente y su cuerpo que lucía un blanco vestido largo de escote imperio y estampado floral, con el que complació a una audiencia mexicana siempre deseosa de una probadita de primer mundo.


Este Festival hizo del sueño de muchos la realidad de unos cuantos. Los "selectos" convidados pudieron ser testigos de las últimas tendencias de la moda en las que destacaron prendas frescas de colores templados y materiales ligeros más una inmensurable cantidad de detalles luminosos, a través de los cuales se buscó resaltar los distintos equilibrios en pugna al interior de una mujer: la dulzura y la pasión, la sencillez y la vanidad, la sutileza y la desmesura, la candidez y la serenidad, las puertas de luz y los rincones oscuros.

Atuendos para la playa y la ciudad. Conjuntos de pantalón y blusa o blusa y falda, amarillos, blancos o rosas, o también verdes y lilas. Accesorios y atuendos que nos transportaban a la década de los 60: faldas largas pero livianas, estampados con evocaciones naturales, cintas flores o mascadas en el cabello y sandalias doradas. De acuerdo con la temporada, no podían faltar los bikinis, que son finamente una posibilidad más cercana para apreciar las bondades de la piel y de las formas femeninas. Caderas como cascadas, glúteos duros que devenían trémulos. Es decir: ¡bárbaras, cómo lo mueven!


Las modelos iban y venían, se aproximaban y se alejaban, nos hacían la finta: voy y no voy, ya voy. Y mientras tanto, la tentación no tenía freno pero el rugido del macho le causaba estreñimiento.

Un desfile de miradas de todos tipos: retadoras, dulces y tiernas, indiferentes o engreídas, interesantes o serenas. Miradas que fulminan pese a ser sólo un esbozo, un eco a miríadas de distancia de lo que bulle en un punto interior inalcanzable, real pero inalcanzable: la belleza en su desnudez pura, la que se siente y se intuye pero no se ve.

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