Muse, Foro Sol

domingo, 25 de abril de 2010

Un espectáculo hacia afuera

La larga espera terminó. Los muchachos ingleses de Muse se presentaron el martes pasado (20 de abril) en un Foro Sol repleto. Los más de 50,000 asistentes corearon todas sus canciones y disfrutaron de un espectáculo sui generis, muy acorde con la aplicación escénica de las tecnologías en armonía con el ambiente neo-sacro que propicia un concierto de rock.

Muse
complació a sus fieles devotos durante casi dos horas con un despliegue de luces magno e increíble interpretando canciones clásicas como “New Born”, “Hysteria”, “Plug in Baby”, “”Stockholm Syndrom”. “Time is Running Out” más la mayoría de las canciones que componen su más reciente disco The Resistance: “United States of Eurasia”, “Unnatural Selection”, “Undisclosed Desires” y “The Resistance”.

Como había comentado, Muse abrió el concierto con la canción “Uprising”, una vez que se desvelaron las tres estructuras que acompañan a los músicos durante el concierto y que sirven como pantallas caleidoscópicas llenas de vértigo: las imágenes transmiten signos agregados a la audiencia, desde símbolos matemáticos y de redes hasta referencias a las nuevas tecnologías, a las grandes urbes, a la política en las naciones, al cuerpo como subsistema de otro sistema macro como el universo entre otros.

Un debraye lleno de luz, sonidos y signos, muy bueno para alterar su conciencia.


Eran las 9:57 de la noche, cuando imágenes y sonido antecedieron a la furia armónica emanada del bajo de Christopher Wolstelholme y de la batería poderosa de un músico tan delgado como Dominc Howard, que intriga cómo es capaz de dotar de tal poder a ese instrumento, y luego la aguda, punzante y frenética melodía de la guitarra eléctrica y voz de Matthew Bellamy, quien apareció en escena portando unas gafas azul fluorescente con forma de corazón, y con un aparato del cual desprendía hacía el público un rayo láser color verde tipo espada jedi, mismo que volvió locos a los asistentes que ya habían empezado a corear: ¡Mé-xi-co, Mé-xi-co, Mé-xi-co!

Los músicos se veían contentos, sonriendo. Bellamy, hacia el final del concierto, se comunicó aún más con el público: al regreso del primero de los encores tomó el micrófono y dijo en un tono tranquilo y rítmico mé-ji-cou, mé-ji-cou. Y la gente gritó.


Espectacular, dramático, intangible, etéreo, alucinante, poderoso, festivo, lúdico, reflexivo, impactante, lúcido, caleidoscópico, armónico, violento, son algunos de los calificativos que podemos dar al concierto del día de ayer.

La última canción de la noche es aquella que el grupo inglés está convirtiendo en su propio clásico al interpretarla al final de casi todos los conciertos (antes la alternaban con “Take a Bow”, ausente esta noche) en los últimos tres años: “Knights of Cydonia”, canción que funge como cortapisas o como nota de un prometedor reencuentro: el rock sigue, “nos vemos pronto”, dijo Howard, casi en punto de la media noche.

El concierto había terminado.
Nunca se puede complacer a todo mundo pero para nadie desmentirá que este concierto es uno de los más deslumbrantes en materia de efectos visuales, de los sonoramente más limpios en la ejecución de los instrumentos y de los mejor planeados de todos los que en la actualidad recorren el globo. Y eso que se trata de un concierto de rock, de una banda que aún podemos considerar joven.

La crítica

Los conciertos de rock en nuestros días son una industria que por sí misma arroja una inmensurable cantidad de utilidades. Muse es una bandota, no como lo era hace tres años, y eso se nota: brindar un concierto de tal calidad en un magno escenario como el Foro Sol es algo enorme.

Pero aceptemos hubo algunos aspectos que no estuvieron a la altura o que matizan nuestra euforia inicial.
En primer lugar, la banda Rey Pila, el proyecto solista de Diego Solórzano, ex de los Dynamite, no tuvo los argumentos para abrirle a Muse. Más allá de que todo mundo se preguntaba, ¿y esos quiénes son?, las canciones que interpretaron carecieron de propuesta y de interés.

Más bien, nos parece que alguien les “hizo el paro” y los invitó (un amigo, puede ser) porque otra forma de que tocaran ahí no se nos ocurre.
Lo cual habla muy mal de la productora Ocesa que por imagen propia, incluso frente a las bandas extranjeras, debería preocuparse más por lo que presente.

No es nada contra Solórzano pero él mismo, con su rostro, aceptaba que estar ahí tocando no era algo de lo mejor que le había pasado en su vida. ¿No debería haber sido lo contrario? Y si no basta con lo que sintió. La banda careció de toda propuesta musical con una guitarra anticuada que busca seguir los
riffs ascendentes o descendentes ya practicados desde hace 15 años y hoy instituidos por Johny Greenwood, el vocalista con su pretencioso desaliño parece más bien un roquerito de prepa que “se codea” y que por eso se siente grande aunque sin madurez ninguna. En segundo lugar, Muse presentó un concierto luminoso que a la gran mayoría dejó en “shock eléctrico” pero si bien varias de las secuencias visuales estaban integradas a la perfección con el ritmo de las canciones, hubo algunas en los que nos dejaban descansar mucho. S

abemos que secuenciar todo un concierto y que funcione y a la vez impacte es un trabajo titánico pero en esa perfección Nine Inch Nails les ha llevado la delantera.
Ahora bien, si tomamos el aspecto comparativo con NIN y Trent Reznor, Muse va más allá. Nine Inche Nails presentó un espectáculo como si se tratara de la manifestación de una pantalla orgánica y polidimensional con una precisión de locura. Muse, tomó solo algunas pantallas e hizo con los rayos láser (muchos e intensos que se entretejían en todo el interior del recinto) no sólo un escenario vivo sino un espacio vivo, es decir, la escena era el lugar del que emanaba el show pero el concierto ocurría en todo el Foro, ocurría en todos los cuerpos y en nuestras retinas.

La experiencia


Justamente esto último fue lo mejor, cómo extender el escenario hacia fuera, cómo hacer que carezca de importancia lo que desean miles: ver a la banda, porque debido a la forma del show gozamos de momentos en los que voltear a ver a Bellamy es lo menos importante, y nos conectan con las luces, nos conectan con las imágenes para hacernos viajar desde nuestros lugares.

Pero como todo buen
plug-in (babys), nos dan un respiro y los seres reales se manifiestan para que nos desconectemos de la virtualidad: hacen cosas graciosas, o nos muestran todo su virtuosismo. Bellamy hacia el final del concierto se dio el lujo de amarrarse la bandera de México como capa de súper heroe y al final final comenzó a bailar de espaldas al público para que la gente pusiera atención a su trasero que sacudía con entusiasmo.

Como el poliedro de la portada de "The Resistance", un concierto al que asisten tantas personas da para muchísimas lecturas e interpretaciones e incluso historias. Veamos unas cuantas viñetas:

La ilusión a raudales Raúl llegó temprano, su pequeña Lucía de 16 años le había pedido que llegaran temprano para alcanzar un lugar lo más cercano a las vallas, o sea a la primera fila. El accedió a la petición de su niña: no fue a trabajar. Llegaron aproximadamente a las 12:30 del día para acceder a la sección General A, la más cercana al escenario. Lucía es güerita, tiene brackets y usa lentes, porta un pantalón de mezclilla azul y una camisa de vestir roja a cuadros, sus cristalinos ojos verdes engullen la ilusión de su rostro pero ella quiere ir al baño, ha pasado una hora con treinta minutos, son de las primeras personas que han hecho la fila pero poco a poco empezaron a llegar más.

Las personas de seguridad avisan (eso dicen que hicieron) que los que ya han llegado serán privilegiados a la hora del acceso programado para las cinco de la tarde: van a poner una barrera entre ellos y los que lleguen más adelante pero si alguien no está a la hora que a ellos se les ocurra poner la valla pues con la pena. Lucía tiene ganas de ir al baño, ¿qué hacer? Raúl le dice, “pues rápido mi nena”, y ella se va. No tarda ni cinco minutos pero cuando regresa la valla ya sido colocada y no va a haber poder humano que convenza a los jóvenes ataviados de negro y amarillo (quesque de seguridad) para que pueda acceder a la zona que había abandonado. Raúl se enoja, sabe que se encuentra hablando ante una muralla de carne y hueso, sonríe, todo esto le parece absurdo. No abandonan la lucha y finalmente logran que Lucía regrese.

A las 17 horas, cuando se abren las puertas, pasan rápidamente la revisión para encontrarse más adelante con una barrera de gorditos de amarillo y negro que les impiden correr hacia la entrada. Los dejan pasar, los revisan, acceden al Foro. Lucía está emocionada. Su padre no cree que pueda aguantar hasta que empiece el concierto. No están tan cerca y aún faltan cinco horas para que empiece el concierto. Raúl se va para atrás. Lucía no va a poder sola.

¡Viva el Méxican Págüer Dice Pedro, “pero, ¿para qué traes esa bandera, carnal?”.”Oh, pues ya ves, pa’ que se sienta el méxican págüer”, contesta Pacorro. Son las 19 horas y el calor sigue agobiando a los más cinco mil personas que ya esperan el inicio del concierto. Pedro y Pacorro se encuentran hasta adelante esperando anhelosos el concierto y recibiendo empujón tras empujón cuando no arrimón tras arrimón en la confusión de cuerpos, manos y partes humanas que se estrujan y buscan oxígeno como hamsters en una jaula.

Atrás de ellos, Luciana una chica hermosa y delgada, de piel blanca y pelo chino hace gestos, se tapa con sus dedos la nariz y le dice a su novio: “No manches, estos apestan”. Ella se refiere a nuestros especimenes del méxican págüer que sudan a borbotones y sus cuerpos expelen aromas añejos en cada centímetro de su piel.
Pacorro le dice a Pedro: “no pos todavía falta un resto”. Y su amigo contesta: “Tú aguanta. Todo sea por Mius”. Cuando Muse sale al escenario, Pacorro extiende la bandera y así la mantiene durante varios lapsos del concierto. Cuando tocan “Plug in Baby”, decide lanzar la bandera hacia el escenario. Bellamy la recoge y se la lleva. Después del segundo encore Bellamy regresa con la bandera amarrada del cuello y cayendo en cascada tras su espalda.

El periodista, ¿envidiado? Paco no se preocupa, sabe que cuando llegue a la puerta 12 del Palacio de los Deportes para que desde ahí acceda a través del puente color verde que conecta a este recinto con el Foro Sol aún tendrá oportunidad de llegar hasta adelante. Es de prensa, ¿cómo no le van a dar trato preferencial?, ¡es de prensa!, después tendrá que hablar bien del concierto y de la casa productora, ¡cómo no! Llega puntual y confiado, planea lo que va a hacer: primero va a pasar a la salita que seguramente han preparado para los de prensa y comerá algunos bocadillos, después se comprará una cerveza y verá desde lejos la actuación del grupo telonero.

Piensa: “será buena idea encontrarme a alguien para que entre los dos vayamos desplazando morros y podamos llegar más cerca del Bélami”.
Dice, “soy Paco Cesa, del periódico El Sol del Foro”. Le dicen, “ah sí, ¡pasa!”, y e abren la reja los representantes que se resguardan en una ligera carpita color azul. Espera unos minutos. Ya escucha la música del interior del Foro y la gente que se pelea por lugares, que se queja de los empujones y que espera eufórica. Uno de los representantes les dice a él y a otros chavos de prensa que ya se habían juntado en el lugar: “¡síganme!”, y pasan todos, sonríen, sube el puente, se sienten importantes, son de prensa, y de repente, empiezan a caminar hacia a izquierda.

Paco se extraña, piensa, “mmmm, no, no, es ala derecha, a la derecha”, pero comienzan a alejarse más. Llegan a un acceso, le dan su boleto, lo miran al rostro con poca atención o con una atención forzada y Paco lo ve, piensa: “¿qué?, ¡no ma!” Su boleto es Naranja 12. ¡Hasta su p… m….
Y sube decepcionado, es de prensa.
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