Una mirada a México en South Park

sábado, 18 de abril de 2009

Las degradantes prácticas clientelares constitutivas de las instituciones políticas realmente existentes en nuestro país, como la discrecionalidad, la corrupción, la simulación, etc., generan la actual crisis del Estado que aqueja a la nación mexicana.
Una crisis que muy bien atestiguan e identifican por ejemplo, los gringos. No simplemente porque les convenga. En este caso, se trata de South Park, donde con muy fina ironía se hace crítica de nuestro país y del fenómeno del lavado de dinero, que, por lo demás, es consecuencia de los fenómenos ya mencionados.

Bloc Paty, Santa Fe

Decepcionante

La banda inglesa Bloc Party se conformó con hacer lo suficiente para una complacer a una tumultuosa caterva de jóvenes que asistieron a verlos sin costo alguno en un concierto organizado por Nokia y que se llevó a cabo el viernes en la tierrosa Alameda Santa Fé.

Honestamente un concierto suficiente, en el que los grupos abridores (Juan Son y ¿...?) estuvieron de güeva. Sus propuestas musicales fueron nulas y su capacidad interpretativa da a entender que lo único importante para que una banda tenga la fortuna de tocar en este tipo de eventos es tener lo que en nuestro país es tan conocido, asimilado y aceptado bajo el tilde de "palancas".

No tengo idea si sea un mero indicio de mi envejecimiento prematuro, jaja, pero la verdad me sorprendió muchísimo ver emoción en los rostros y en los ánimos de varios de los asistentes. Sé que cada quien disfruta a su manera y que los gustos se rompen en géneros pero existiendo ante lo que vimos el viernes no me queda más que decir que la ligereza se extiende a cada momento.

Con tanto talento, y puede que mucho de él desconocio, me parece patético que se desperdice tal cantidad de recursos y oportunidades en conciertos con banditas que nada tienen que aportar, y que más bien con una supuesta conciencia ecológica se les intente inducir a los jóvenes gustos y sobre todo mercancías, objetos, en esta caso, teléfonos celulares. La responsabilidad social es una mamada y me cago en ella sobretodo cuando los grandes corporativos se ufanan en preparar campañas en pos de una misión de tal envergadura quedándose en puros discursos; es enfermizo pero también risible.

Aunque, bueno, también habría que ser un tanto románticos e ingenuos para pensar que a los chavos les importa un pito el cuidado del medio ambiente (obvio siempre hay loables excepciones). Además, si el discurso era uno de tanta importancia, no dejó de ser un mero intento, ni siquiera paliativo, un simple pretexto, una mera ocurrencia con el fin de entretejer dicursos a partir de una comodidad intelectual que no se pone a pensar nada con seriedad e imaginación, nada con un sentido fuerte, nada capaz de comunicar a la gente, y las bandas invitadas, menos. Mucho menos, como ya dije, las bandas mexicanas que abrieron el concierto, en síntesis: rostros bonitos.

Ni siquiera Bloc Party levantó el evento. Una muy buena banda no alcanzó a proyectar emoción ni a transmitir poder interpretativo. Lástima, porque Bloc Party se distingue por su muy lograda manera de interpretar en vivo aquellos efectos complejos que se producen en estudio. Esta ocasión no fue así.

Pero bueno, tal vez estoy exagerando, repito, tal vez más bien ya estoy dos tres viejo, pero si es así tal vez ahora me fijo no sólo en lo aparente, o pue' que también le eche demasiada crema a mis tacos, que por otro lado considero más sano que decir estuvo chido o estuvo de güeva.

En fin, Bloc Party, una banda que promete mucho, no estuvo al nivel de lo que podría dar, tanto ellos como los ingenieros de audio. Pero bueno, seguro a los chavos de hasta adelante les encantó el concierto y dirán qu soy un pinche amargado. Salud. Hoy, ando dos tres hasta mi madre. Así que igual ese es el concierto que vi. Doble salud.

Roberto de la Torre, De la mordida al Camello

jueves, 16 de abril de 2009

Mentras más alternativo el arte, mejor

Si hubiera algo más alternativo que una obra efímera, una acción por ejemplo, creo que lo escogería. Desde un principio sentí una fascinación por este tipo de trabajos, por contreras, por chingar, al propio arte, aunque el que se chinga finalmente soy yo porque también vivo de esto”, confiesa entre sonrisas el artista visual mexicano Roberto de la Torre, quien recientemente ha publicado De la mordida al camello (Diamantina, $), libro que integra una retrospectiva gráfica de su obra.

“Es una selección de obras que fueron hechas entre el 2000 y el 2005. Muchas de esas obras no se han exhibido en el país, pues se hicieron en otras ciudades del mundo”, y además son intervenciones o acciones pero objetos de arte en concreto.

Los trabajos de esta publicación tienen la característica de ser hechos con elementos muy simples pero con una carga conceptual amplia para poder revisarse desde distintos puntos de vista. Además de que son independientes uno del otro, pues una de las pautas creativas de este artista visual es no repetir.

Para Roberto de la Torre, “el arte es un medio interesante que te da cierta libertad de trabajar, un pasaporte que te permite salirte un poco de la realidad, verla desde fuera y jugar con ella”.

Y lo hace principalmente en dos sentidos: hacia el interior y hacia el exterior, es decir por un lado apela a las emociones, lo que nos hace humanos, en ese sentido hace una suerte de poética, y por otro lado apela a un contexto concreto, social, económico, político, el cual busca explorar para entenderlo.

Para muestra de su exploración interna tiene una obra que se llama “La vida no cabe en 27 instantáneas”, pieza que consiste en la anécdota detrás de una cámara fotográfica desechable: “A Paty le diagnosticaron cáncer. Le pedí que tomara las 27 imágenes más significativas durante ese periodo de su vida. Cuando me la encontraba ella me decía: ‘Sabes, hoy vi una imagen que quise retratar, pero no lo hice, quiero esperar a encontrar una mejor’. Finalmente, falleció y no logró tomar ninguna foto”. Una pieza que logra ser mucho más universal por su carga emotiva.

Y por el otro lado, “la portada misma del libro hace alusión a un proyecto de obra que difícilmente se hubiera podido llevar a cabo ya que no es políticamente correcta: cocinar una gran cantidad de hamburguesas en la azotea del World Trade Center México para provocar una gran humareda que diera la impresión a primera vista de que tratarse de un incendio”.
“Este proyecto me pareció tan interesante que vi una buena oportunidad de presentarlo como una obra de arte en la publicación. ¿Qué importa si se hizo o no se hizo? Ya está. Y si se hubiera hecho, ¿cuántas personas lo vieron? Lo demás es mito. Las fotografías que hayas sacado son perspectivas distintas pero no es la acción. El video o el documento que tengas de esa obra tampoco es la acción. Finalmente queda en la memoria.”

“La obra de la portada encierra varios aspectos de lo que es este libro y mi obra en general: abarca la parte social, política, el humor, el sarcasmo, la ironía, el doble sentido y lo efímero”, dice De la Torre.

La mayoría de las obras que se presentan en este libro se han llevado a cabo en espacios públicos. Además, el autor menciona que le gusta mucho realizar piezas en las que pueda interactuar la gente. Como ocurre con la más reciente, que no viene dentro del catálogo, cuyo nombre es Chac Mool.

Chac Mool es una pieza controvertida, fuerte. Se trata de un inflable con la forma de un cura que porta una máscara sadomasoquista. Se llama Chac Mool por la posición que toma el cura, similar a aquella con la que se representaba a esta figura mitológica en cuyo vientre se vertían ofrendas y sacrificios humanos. Y la analogía es muy interesante y perversa porque, ya en la obra en acción, las ofrendas son los niños que se meten a brincar en el inflable. Esta perversión va más allá de la pederastia y de la pedofilia: toca todos estos engaños que permean a la sociedad, estas maneras de seducirnos y que nosotros consentimos y permitimos y que nos están pervirtiendo continuamente”.

De la mordida al camello es un sano divertimento, un objeto artístico y a la vez un valioso registro de lo que este joven artista ha hecho para sacudir de un modo sutil, alternativo y valiente las “buenas conciencias”.

Golazo Landín

miércoles, 15 de abril de 2009

Landín no será un genio pero es un hechicero. La verdad en este gol es que hizo trampa. Véalo usted bien. Landín metió la mano. Si no lo ve. Vuelva a intentarlo hasta que lo logre.
Ah
Y el equipo no es Cruz Azul.
No se deje engañar.

Memoria errante, de Cristina Falcón

martes, 14 de abril de 2009


"El destino de los poetas es errar por tierras ajenas"


Todos somos un poco errantes. El ser humano siempre está en un viaje a otras edades, a otras certezas. Uno es un errante de uno mismo. Uno va vagando pero también va dejando cosas. Somos errantes de nosotros mismos en el viaje que es la vida”, dice Cristina Falcón, desde Granada, a propósito de la publicación de su más reciente libro de poemas Memoria Errante (Candaya, 2008), una entrañable confesión poética sobre el exilio.


Un poco la necesidad de escribir el libro ha sido esa: contar el viaje del que se va. En mi caso, el recuerdo de la tierra que fue mía, el viaje que se convirtió en exilio, porque salí de Venezuela para estudiar en Italia. Nunca volví. Hoy vivo en Granada”.


“Un poco la palabra lo salva a uno. Yo pienso que uno escribe para asirse a esa tabla de salvación y pensar que la vida ha tenido sentido”. Por ello, Falcón cuenta el viaje a partir de la memoria de una vida que siempre ha sido errante pero que no puede confesar haber sido completamente errática.


La memoria siempre es errante porque la llevamos a cuestas: es un equipaje imprescindible, un recurso que tenemos para calmarnos, para encontrar un poco de sosiego o volver a lugares a los cuales ya no podemos volver, a edades, circunstancias o momentos que nos hacen falta para revivirlos.”

Todo viaje de largo aliento inicia siendo ingenuo, alimentado por ilusiones. “No presientes que 20 años después sigas viviendo en el mismo lugar. Y al final, como son ilusiones, en eso se quedan: no encuentras lo que buscas”.

No obstante, Falcón piensa que “el momento en que perdemos la capacidad de ilusionarnos se nos ha muerto algo por dentro. Siento que a mí este viaje me ha dado mucho, no sería quien soy si no fuera por este viaje prolongado, doloroso, lleno de ilusiones que terminan en decepciones pero también en ilusiones que se confirman”.

“Uno va encontrando gente, se va llenado de afectos que finalmente habrá que dejarlos. Pero cuando los reencuentras sientes esa gran riqueza.”

“Mis hijos tienen vocablos nuestros, el tono de hablar de uno, una riqueza que da la raíz de la lengua. En ese sentido creo que mis hijos han tenido suerte. Ellos sienten que aquella también es tierra de ellos. Les he hecho hincapié en que tienen la suerte de tener varios amores, de contar con distintas tierras. ¿Sufren? Sí: el desprendimiento, las despedidas y lo que ellos notan que le afecta a sus padres.

“Tengo una imagen muy clara de mi hijo pequeño cuando me despedía de mi familia en alguno de mis regresos: él agarraba mis piernas mirándome sin entender. Y esa es una imagen que a mí me llamó a decir: ‘vamos a controlarnos un poquito porque estoy alargando hacia otro ese dolor que yo siento’.”

“Pero claro que ellos sienten la pertenencia a esas otras tierras. Por ejemplo, mi hijo mayor, que ya tiene 17 años llega a amenaza y dice: ‘si no van ustedes a Venezuela, me voy yo solo’. Entonces, mis hijos sí llevan esa nostalgia. Pero mi esposo y yo intentamos que no sea tan pesada. Pero la sienten porque son conscientes de que pertenecen y son producto de otros espacios: Mi marido es uruguayo. Mi hijo mayor nació en Italia y el otro en España”.

Memoria errante ha sido muy bien recibido en España y Venezuela. Próximamente se publicará en México junto con Órbita, de Miguel Serrano y Las salvajes muchachas del partido, de Lázaro Covadlo, también bajo el sello Candaya.

Bloc Party, México, Santa Fé, 2009

domingo, 12 de abril de 2009

Rockean por el Planeta en Santa Fé

Bueno, pues estos manes que realmente son fabulosos se presentan el próximo viernes 17 de abril en la Alameda Santa Fé, en un concierto en pro del cuidado ambiental organizado por Nokia, a las 8:00 de la noche.

Desde el anuncio del concierto se supo que sería gratuito pero no se sabía cómo se entregarían las entradas. Durante las últimas semanas en varios blogs o estaciones de radio se estuvieron regalando algunos boletos. Pero recientemente se anunció que las personas solamente deberán llegar lo suficientemente temprano para alcanzar alguno de los boletos que seguro se repartirán como pan caliente.

Bloc Party es un grupo de indie rock británico formado en 1998 que fue catapultado a la gran industria discográfica después de una fiesta a las que los invitaron los músicos de Franz Ferdinand, quienes había escuchado una muestra de sus canciones.

Con tan sólo tres discos en su haber, la potencia y versatilidad lograda en su último disco Intimacy (2008), los está confirmando como una banda insigne dentro de la nueva generación del rock británico.

Bloc Party, así como conjuga varios sonidos y colores, visualmente también compone una mezcla muy peculiar: como si juntaras a un rapero neoryokino que quiere rockear, a un baterista pulcro y ñoño como Dave Rowntree, de Blur, y a un guitarrista muy delgado e irreverente como Johny Greenwood, de Radiohead.



El concierto del viernes forma parte de la campaña Rockea y Cuida el Planeta, cuyo objetivo es crear conciencia sobre la importancia del reciclaje de teléfonos celulares, así como de sus baterías, pues, por ejemplo, una batería de litio de teléfono celular puede contaminar 600,000 litros de agua, y tan sólo en México, 20 millones de estas baterías han sido desechadas indebidamente, en los últimos años.

Falcón, la nueva voz de Candaya

jueves, 9 de abril de 2009

Países sin lectores

La actual crisis económica propicia la proliferación de políticas editoriales regidas casi exclusivamente por criterios de rentabilidad inmediata: publicación o reedición de autores y libros “garantía” o la creciente apuesta por ediciones de bolsillo.

Estas y otras condiciones se convierten en dificultades a las que deben enfrentarse las editoriales y los escritores, sobre todo en los países latinoamericanos, en donde las condiciones culturales y socioeconómicas han propiciado que escribir sea una actividad no redituable y poco valorada.

Por eso, el escritor mexicano Ignacio Padilla ha comentado que “es un milagro que haya tantos escritores en países donde no se lee”. Pero “están siendo leídos y valorados en otras latitudes.”

Ejemplo de ello es la editorial española Candaya, cuyos responsables y creadores, Francisco Robles y Olga Martínez, han visto que “la literatura hispanoamericana está viviendo uno de los momentos de mayor vitalidad y creatividad de su historia”, y por ello buscan “ofrecer un espacio editorial a autores, especialmente hispanoamericanos, que consideramos de gran valor, a los nuevos y a los injustamente olvidados”, luchando “contra esos maleficios perversos y malintencionados que condenan al ostracismo a muchos escritores latinoamericanos.”

Y lo hacen con la misma vocación con la que Don Quijote y Sancho se dirigen al reino fantástico de Candaya para acabar con los hechizos diabólicos del gigante Malambruno.

“Paco y Olga tienen una mirada romántica sobre la literatura que desarma a cualquiera”, ha dicho el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán: “Son profesores de colegio y vendieron una casa para cumplir su sueño de editores. Candaya publica pocos libros y se arriesga con autores desconocidos en el mercado español.”

Cristina Falcón, Memoria errante

Uno de esos escritores es la venezolana Cristina Falcón, quien con motivo de la reciente publicación de su libro de poemas, Memoria errante, nos ha comentado desde Granada: “veo que aquí hay una creciente interés por la literatura latinoamericana. Me contaba un amigo que tiene una biblioteca pública que todo lo latinoamericano tiene una capacidad de convocatoria muy importante.”

“Además, esta misma errancia que hubo de aquí para allá y que luego regresó en una parte, nos vincula. Es la semilla de un nexo que no se rompe.”

“Un poco la necesidad de escribir este libro ha sido esa: contar el viaje del que se va”. Por ello, el libro está divido en cinco partes: 1. Hubo que irse; 2. Deriva; 3.Regresos; 4. Fronteras, y 5. Destinos.

“Este viaje y las ilusiones que lo alimentaron me han dado mucho. No sería quien soy.” “Creo que si perdemos la ilusión se nos muere algo por dentro.”

Para que eso no ocurra tenemos la memoria, “el equipaje imprescindible, un recurso para volver a lugares, edades, circunstancias o momentos a los cuales ya no podemos volver”.
Memoria errante ha sido muy bien recibido en España y Venezuela y próximamente se publicará en México junto con Órbita, de Miguel Serrano y Las salvajes muchachas del partido, de Lázaro Covadlo, también bajo el sello Candaya.

¿Estado fallido?

martes, 7 de abril de 2009


Arnaldo Córdova menciona que “México no es un Estado ‘fallido’, no porque no funcione bien, pues funciona malísimo en manos de los panistas, sino porque el concepto mismo no es tal, no es concepto”, atribuyéndolo a una mera ocurrencia de los académicos norteamericanos, quienes a su juicio sólo producen calificativos.

Para el autor, lo que está mal en el uso del concepto Estado fallido es que hace alusión al momento en que el Estado pierde su soberanía, pero cuando esto ocurre simple y sencillamente no hay Estado. O sea, el Estado no falla, el Estado es o no es. Y claramente el Estado mexicano ha perdido su soberanía no sólo por las fuerzas aceptadas del Mercado junto con la delincuenia oficialmente admitida por discrecionalidad y corrupción, sino también por las fuerzas ilegales del Mercado: el crimen organizado.

“Un Estado institucional gobernado por ineptos jamás podrá ser considerado un Estado ‘fallido’. Si, además, esos ineptos forman una partida de ladrones que no se dedican a otra cosa que a saquear la riqueza pública para beneficio de unos cuantos y de ellos mismos, ese estado es también un Estado saqueado y su sociedad una sociedad despojada”m dice Córdova. Una sociedad despojada de la riqueza del Estado.

Ahora bien, si a final de cuentas el Estado es su riqueza (soberanía, instituciones, bienes), se trata de la nuestra de una sociedad saqueada de Estado, una sociedad sin Estado: ese es el despojo que se ha perpetrado en la sociedad mexicana.
El concepto Estado fallido tiene serias complicaciones al interior del país, ya que para los gringos Estado fallido implica una figura jurídica que avala su intervención armada. No se trata de negar la realidad sino de verla lo más cruel posible: en México, simple y sencillamente, no hay Estado.
  • Arnaldo Córdova, “Y dale con el Estado fallido”, La Jornada, 04 de abril de 2009.


El último deseo, Manuel S. Garrido

lunes, 6 de abril de 2009


Cuando el amor es valentía y compasión

La literatura permite a los sentimientos trasminar en los sentidos a través de las letras. La literatura permite a los hombres abandonar su experiencia particular por un momento para vivir aquella que leen, aquellas que no podrían vivir de otro modo. La literatura no sólo te lleva a lugares lejanos o imaginarios, te hace experimentar a través de un cuerpo que no es el tuyo, un sexo que no conoces, o una edad por la que no has atravesado, como me ha ocurrido con El último deseo, la más reciente novela de Manuel S. Garrido.


Durante alguna de las continuas, densas pero agradables conversaciones que he tenido el gozo de compartir con el Doctor Garrido, ya sea caminando por la calle o sentados en su despacho, le comenté que me estaba identificando con Gonzalo de Aguirre; en ese momento yo aún no terminaba la lectura de la novela.


El profesor De Aguirre es el personaje principal de su novela: un hombre de más de 60 años que ante el acoso de "Vejecia" atrapa una última pasión que aparece bajo el nombre y cuerpo de Laura Zatur, alumna suya en la Universidad de Uppsala, Suecia, una muchachita de esas que, dice el personaje, ni olor tiene, una jovencita.


Me identifiqué con Gonzalo de Aguirre por dos cuestiones que alcanza la categoría de temas centrales en la novela: en primer lugar por el lenguaje con que se refiere a las mujeres, un lenguaje que no envejece con el paso de los años, ni con la diversidad de ellas, un lenguaje que es un código inalterable para los hombres y, casi, totalmente vedado para ellas. La segunda cuestión por la cual me identifiqué con De Aguirre fue por esa obsesión también muy masculina, y sobre todo muy machina y mexicana, de sustraer, y por tanto minimizar de forma ridícula nuestra identidad personal, lo que somos, a la potencia, y vigor sexual, anulando todo lo demás que seamos: Mientras el pito te funcione, existes. Mientras la pija embista, todo lo puedes. Mientras tú no te vengas, que se venguen ellas con frenéticos alaridos o intensos fluidos aromáticos. En fin.

Da miedo envejecer. Da miedo elegir entre una Lola y una Laura. Da miedo perder el vigor de una buena revolcada, da miedo llegar a una edad en la que verse al espejo sea una afrenta directa al ego y sea también un reto que exija voltear al abismo de nuestro maldito yo, el más maldito de todos, el que sólo está para nosotros y nos espera con la crueldad y la nitidez de la mirada más certera: la mirada interior.


Dice Octavio Paz en La Llama doble: “No hay amor sin erotismo como no hay erotismo sin sexualidad. Pero la cadena se rompe en sentido inverso: amor sin erotismo no es amor y erotismo sin sexo es impensable e imposible.” Una suerte de dialéctica peligrosa e ineludible.


En Laura, el tiempo no corre, no existe, es un instante de inmediatez robado a la vida, y por ello el deseo se distiende a sus anchas, esa felicidad inocua. En Lola, el tiempo existe y ha plasmado sus huellas en la piel, el principio del placer, para anularlo, esa infelicidad que llega con la pregunta, con el desarraigo, con la crudeza de lo real. Como quiera que sea, verlas realmente, ya sea a Lola o a Laura, exige a Gonzalo de Aguirre valentía, “toda tu honestidad”, como dijera Lola. Y por eso, por cobarde, por sustraerse a su pene y reducirse a ese extremo nimio, no es capaz de verlas más que como sombras que atienden un espectáculo en el que De Aguirre se ha constituido como la figura central. Tan cobarde que cuando él no puede o no se atreve a hablar a confesar, hace que hable por él el narrador de la novela, una especie de cómplice del protagonista.


Un cómplice con una voz o un lenguaje denso y filosófico, ¿Garrido? Muy probablemente. Un narrador para quien las palabras son númenes que engloban conceptos y por ello, todas las palabras tienen una razón de ser. El narrador es un racional radical que simpatiza con De Aguirre. Y además, es capaz de ir al borde del pudor en donde lo vulgar y lo grotesco se revelan como las únicas formas posibles para aventurar una descripción sobre aquello que hay de natural en el ser humano, aquello que trasciende la razón y lo aceptable. Es un narrador muy complejo.


Pese a la complejidad y completud recíproca entre estos dos personajes, su discurso machista existe sólo para darle peso y valor al personaje verdaderamente importante de El último deseo: Lola Belmonte.


Para ella, basta un cambio sutil en el título, El último deseo, para transformar esa frase en una indagación crítica: “la última vez”. La última vez de Lola Belmonte será para ella el regalo más preciado al que habrá de aproximarse con irresponsable abandono: no soportaría ser una carga para su marido pero no por ego, sino por compasión, porque no soportaría verlo devastado, pues sabe que De Aguirre no sería capaz de enfrentar sus propios demonios. Entonces, por compasión no lo deja inerme ante el fragor y peligrosidad de la esperanza.


Las últimas cincuenta páginas de la novela son de un retorcimiento visceral al que sólo es capaz de conducir el masoquista por antonomasia: un escritor.


Un final en el que dosifica las emociones sin consideración del lector, pero le brinda la oportunidad de mirar con otros ojos la vida, o sea, el dolor: con una mirada compasiva. La compasión como aquel sentimiento que inunda a un ser humano cuando puede condolerse de otro, liberarse de sus propios zapatos, ponerlos lejos e intercambiarlos con los de aquel que sufre. La compasión de Lola, su gran lección: la del amor entendido de otro modo, como amistad o renuncia.

Parafraseando a Octavio Paz pero cambiando el sentido de la frase anteriormente citada de La llama doble: No hay amor sin compasión como no hay compasión sin renuncia. Pero la cadena se rompe en sentido inverso: amor sin compasión no es amor y compasión sin renuncia es impensable e imposible.

Se trata, pues, de la mejor novela que se ha escrito sobre el tema en español en los últimos años, según palabras del escritor Hernán Lara Zavala. Palabras con las que concuerdo ampliamente agregando que es una novela que se atreve a pensar contra sí misma, una novela que busca llegar al abismo con toda la estructura filosófica y cálculo racional aún sabiendas que estos son métodos falibles y cuyo resultado es demoledor. Una novela valiente, para valientes.


Grunge is Dead, Cobain vive

domingo, 5 de abril de 2009







La leyenda del rock Kurt Cobain sigue siendo, a 15 años de su muerte, una caja de fortuna para la industria discográfica y editorial pues Original Recordings Group (ORG) pondrá a la venta en vinilo los grandes éxitos de Nirvana, y ECW Press publicará un libro bajo el título Grunge is Dead.


Los álbumes que se reeditarán en vinilo por ORG son Nevermind (1991), In Utero (1993) y el Unplugged (1994) que grabaron para la cadena MTV.


Michael Meisel (representante de Nirvana) y John Silva lo aprobaron al pensar que eran la compañía apropiada para hacer algo especial en el 15 aniversario de la muerte del icono del grunge.


Por su parte, el libro del periodista estadounidense Greg Prato, Grunge is Dead, reconstruye la historia del "grunge" a través de 130 entrevistas realizadas a algunos de los protagonistas que pusieron voz y melodías a este rock alternativo.


Fue concretamente en Aberdeen, Seattle, donde Kurt darís sus primeros pasos, los cuales apuntaron a la ciudad de Olimpia, y fue ahí donde Kurt cuando alcanzó su expresión más alta, su aspiración era llegar a Seattle y de ahí dar el salto a la fama.


Pese a que en entrevistas decía siempre lo contrario, a Kurt le importaba mucho lo que la gente pensara de él, le importaba realmente alcanzar fama y escuchar sus discos en la radio.


Kurt irradiaba una seguridad en sí mismo ante el micrófono de la que carecía en cualquier otro ámbito en su vida. Inseguridad que lo llevó a múltiples adicciones que desembocaban siempre en sobredosis.

Kurt Cobain, a 15 años de su muerte

El suicidio: su Nirvana

Escribió Albert Camus en El mito de Sísifo que no hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Tal vez no haya cuestión más importante cuando la vida parece carecer de sentido, cuando el éxito y la fama no contienen ni un mínimo de tranquilidad. Cuando la vida parece absurda, el suicidio es la gran solución. Esa fue la divisa de Kurt Cobain: la liberación, su Nirvana.

La mañana del 5 de abril de 1994 Kurt Cobain subió al invernadero de su casa de Lake Washington con una lata de cerveza, una cajetilla de Camel Lights, un par de toallas, una caja de heroína y una escopeta, además de una carta de despedida y un bolígrafo. La carta la había redactado en los primeros minutos del día sentado en su cama frente al televisor. Se sentó en el suelo y agregó a la carta unas palabras dirigidas a su esposa Courtney Love y su hija Frances. Preparó en la jeringuilla una dosis alta de heroína. Todo de un modo tan planificado y cuidadoso como lo hacía con sus discos. Dejo las toallas a la vista para que pudieran limpiar quienes lo encontraran. Se inyectó. Mientras la respiración se le ralentizaba supo que debía darse prisa: la heroína por sí sola había fallado en ocasiones anteriores. Puso la punta de la escopeta en su paladar y jaló el gatillo.

Kurt alcanzó así su Nirvana, un instante de claridad guiado por una reflexión sobre la empatía, palabra que aparece varias ocasiones en su nota de despedida, una nota dirigida en principio a Buda, amigo imaginario de su infancia pero también una especie de alter ego.

Kurt Cobain confesó en esa nota sentirse infeliz y con un dolor físico y psíquico que no podría trascender: Quiero a la gente demasiado, tanto que me hace sentir triste a más no poder. No obstante, ya nada era capaz de causarle emoción.

Pero no todo en su vida fue tedio, enojo o desasosiego. Existe un video filmado con la cámara de los Cobain una tarde cualquiera en su casa en el que Kurt baña a su pequeña Frances: le habla con voz de Pato Donald, y su rostro esboza una tierna y cálida sonrisa que le va de oreja a oreja, una sonrisa como nunca antes alguna cámara había logrado captar; Kurt era realmente feliz.

No obstante, esa imagen también encierra los fantasmas al interior de la vida familiar: Kurt alza a su pequeña por los aires haciéndola creer que es un avioncito que regresa en picado hacia los patos de goma amarillos que esperan en la tina. De pronto la cámara se vuelve hacia el lavabo: en el soporte para cepillos de dientes se encuentra una jeringa con la que Kurt se inyectaba heroína.

Así, el 5 de abril de 1994 fue el final de una larga preparación de su muerte, la última de innumerables sobredosis. Escribe William S. Burroughs en El almuerzo desnudo: un adicto considera su cuerpo impersonalmente, como un instrumento para absorber el medio en el que vive. Cobain se aferró a las drogas para abrevarse en ese mundo.

Su muerte fue el acto final de una serie de ensayos: todas las entrevistas que Kurt realizó en 1993 incluían alguna referencia al suicidio; la escenografía del último concierto que dio, el Unplugged de MTV, emulaba la atmósfera de un funeral; quienes lo conocían podía descifrar el signo de la muerte detrás de la conducta aislada en sus últimos días. Incluso quienes no eran tan cercanos a él podían advertir que “a ese chico le pasa algo”, como diría Burroughs, después de sostener una larga conversación con su admirador Cobain, a fines de 1993; el mismo Cobain dijo varias veces: I hate myself and I want to die.

El Club de los 27

No es lo mismo morir que decidir suicidarte. No es lo mismo suicidarte que hacerlo a los 27 años. Mucho menos es lo mismo suicidarte a los 27 años y ser una celebridad en el punto álgido de tu carrera.

Kurt Cobain con su muerte entraría de lleno al club de los famosos artistas que a los 27 años decidían consciente o inconscientemente poner fin a su vida. Personajes entre los que se cuentan: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Jean-Michel Basquiat, Robert Johnson, Brian Jones y Richey James Edwards, el más reciente de ellos, guitarrista y compositor de Manis Street Preachers.

La muerte de la mayoría de ellos al ser tomada por la lógica de los mercados quienes han valuado la juventud, talento y excentricidad que los caracterizó en vida, los ha elevado a mitos y
leyendas al servicio del dinero.
Con información de los libros:
  • Charles Cross, Heavier Than Heaven
  • Kurt Cobain. Diarios
Publicados por editorial Mondadori

Manuel S. Garrido, El último deseo

jueves, 2 de abril de 2009

El macho ante el miedo

Llegar al “examen final” sentado en el macho, adolorido, pero sentado en el macho, es lo que ocurre con Gonzalo de Aguirre, personaje principal de la más reciente novela del escritor chileno Manuel S. Garrido, El último deseo (Planeta, $199).

Gonzalo de Aguirre es “la encarnación de los hombres que pasan los 60 años, la encarnación del hombre que se ve de pronto sorprendido por el proceso del envejecimiento, sin estar seguro de si llegó a vivir plenamente o si amó realmente. Simplemente no lo sabe”.

De Aguirre es un hombre que, ufano de su inteligencia y sagacidad seductora, vive mirándose el ombligo, valorándose a partir del parámetro del macho: su miembro viril. Hasta que un buen día, un “goteo” inesperado, su rostro viejo y cansado y la celulitis de Lola, su esposa, lo sorprenden a la mitad de la noche y en ese momento el temor se apodera de él, el temor del final, vulnerándolo al grado de que buscará sujetarse de la primera válvula de escape que encuentre en su camino: Laura Zatur, una de sus alumas en la Facultad, bella e inteligente, que no rebasa los 30 años y que se enamora de él.

“Esta novela plantea el tema de la violencia de género, al hacer referencia a la frustración del hombre, de la figura masculina ante sus propias inseguridades, que luego descargan una mirada como un arponazo sobre la mujer que envejece, es capaz de darla de baja.”

“Así, la mujer resulta víctima de estas inseguridades del macho viejo, un macho inseguro. No es casual que las mujeres sufran la violencia de la violación por parte de sus seres más cercanos. Habría qué preguntarse por qué.”

Gonzalo de Aguirre ejerce esta violencia de la mirada principalmente contra su esposa, Lola Belmonte, al andar tan a ciegas “con sus obsesiones en la cabeza, en su alma, en su corazón, que no se da cuenta de que al ir en pos una satisfacción inmediata está perdiendo acaso lo que tiene más valor en su vida, y al ir tras ese último deseo, una muchacha que pasó y se le cruzó casi en el otoño de su vida, pierde la oportunidad de lo que puede ser la última chance, la última vez, de estar con una mujer que ha sido fundamental en su vida y no lo ve.”

Por su parte, “Lola es un personaje muy generoso y compasivo. Y logra sentirse feliz y plena al no causarle un dolor a su marido prefiriendo ponerse en su lugar. Algo que Gonzalo de Aguirre no hace nunca”.

El sólo desea, nunca cede. “Los seres humanos somos, particularmente el género masculino, máquinas deseantes, lo dijo Gilles Deleuze. No sólo deseamos en el sentido sexual: deseamos reconocimiento, prestigio, cosas” para sanar una insatisfacción interior.

Entonces, “el último deseo de Gonzalo de Aguirre es algo así como la última tentación. Cuando llega el momento final, el momento de la vejez y la posibilidad de la muerte, los seres humanos nos encontramos frente al deseo y al miedo al mismo tiempo porque ha llegado la hora del examen final”, ese momento en el que invariablemente nos encontraremos dialogando frente al interlocutor cruel que llevamos dentro como decía Canetti.

“Hasta que no llegas a ese punto, uno vive en una especie de ceguera” comenta el catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Y en ese momento, puede que te des cuenta de que “tuviste todo el tiempo para aprender y no aprendiste. Quisieras una nueva oportunidad y esa oportunidad no existe. Lo único que te queda ante ese vacío es la memoria. Y vives de alguna manera a través de ella pero es como un volver a vivir que ya no tiene remedio.”

“La memoria es lo último que te queda porque no puedes vivir de nuevo, no hay una vida primero como ensayo o borrador para luego vivirla bien y en limpio, eso no existe, y eso” tal vez lo entiendes cuando llegas al final.

Cuando eres joven puede que te hagas exámenes parciales, aunque “la mayoría de la gente llega al examen final sin haberse dado esa oportunidad: simplemente andamos a ciegas”.

Un grito de amor desde el centro del mundo, de Kyoichi Katayama

miércoles, 1 de abril de 2009

¿Qué onda con los japoneses?


­¿Qué tienen los artistas japoneses que pueden sacudirnos por dentro de una manera sublime pero a la vez cruel? No lo sé. Pero me vienen a la mente el pintor Takashi Murakami, el escritor Haruki Murakami o Kazu Makino, vocalista de Blonde Redhead, y particularmente, Kyoichi Katayama, cuya novela Un grito de amor desde el centro del mundo (Alfaguara, $139), literalmente desgarra y enamora como una fórmula ineludible e indestructible.

En esta novela, Kyoichi Katayama refulge por su asombrosa claridad y por su ágil lenguaje pero lo hace como una estrella de otro planeta que nos devela aquello que es profundamente humano y que en occidente hemos perdido de vista: los sentimientos. Los japoneses y algunas culturas orientales no son marcianos pero aún guardan una pizca de empatía y una idea de lo humano que va más allá del cuerpo, de lo nítido, de la razón y de toda identidad sólida y absoluta.

La novela es contada por Sakutaro, joven tímido que en la escuela primaria despierta la envidia de todos sus compañeros al volverse uña y mugre de Aki, una chica popular, bella y misteriosa.

Sakutaro convivirá con Aki, divirtiéndose en la escuela, platicando debajo de los árboles o en el camino a casa, haciendo las preguntas a esa edad tan nuevas que saben a pureza. Aki y Sakutaro crecerán juntos y, casi de forma espontánea o natural, se enamorarán al cabo del tiempo.

Sakutaro es un idealista adolescente que construye castillos en el aire, castillos cuya sustancia es aquello que él estima como más cierto y valioso: el amor. Amor que siente por Aki, un amor tierno que será abruptamente frenado por la irrupción inesperada, como siempre lo es, de la muerte, que en esta historia se asoma descarada y descarnadamente al nicho en que se tejen las más nítidas ilusiones: la juventud.

Así, Sakutaro pierde, como ocurrió previamente a su abuelo, a la persona amada. Y a partir de pequeñas partículas de memoria que van y vienen constantemente, recuerdos que con sólo tocarlos lo hacían sangrar y a los cuales apela con sutileza, se hará una serie de preguntas:

¿Cómo comprender que Aki jamás volverá a mis brazos? ¿Cómo comprender que toda su belleza se ha transformado en un polvo blanquecino que se pierde en un desierto rojo? ¿Por qué es tan duro perder a la persona amada? Y a esta última pregunta su abuelo le responde: debe ser porque ya amabas a esa persona antes.

Desde antes de nacer, desde antes de tomar este cuerpo efímero que no se trata más que de un continente o un contenedor de algo más poderoso, bello e intangible: ¿el alma, la mente, el aura? Tal vez.
Para los que no podemos reconocernos más allá de nuestras pieles o de nuestros más arraigadas creencias, lo que menciona el abuelo pueda parecernos chocante y es probable que lo sea, aunque también aquello que menciona el abuelo puede leerse como el punto en que dejamos de vernos a nosotros mismos como la más clara concepción de la vida, y lo que somos se revela como una sucesión de instantes, algo parecido a lo que ocurre en nuestra memoria: el registro difuso de aquello que hemos vivido, los momentos que casi por casualidad aún mantenemos.

Y es por eso que la novela de Katayama alcanza una belleza inmensurable. Su literatura rebasa los lenguajes, pues lo humano prescinde de palabras y por eso la maestría de este escritor se encuentra en utilizar tan deleznables herramientas, las palabras, para describir y hacernos sentir como si fueran propios esos sentimientos que no a todos nos es fácil describir y descubrir, sino más bien a la mayoría nos es difícil confrontar. Sentimientos que la prisa en nuestras vidas nos hace pensar estorban.
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