Si no es suficiente para llamar su atención la idea de que una actriz porno quiera establecer un récord al tener sexo con 600 hombres en una sola corrida, el escritor estadounidense Chuck Palahniuk se ha encargado de convertir esa materia estridente, ruidosa y vil en una extraordinaria novela que hace alusión directa a las películas snuff desde el título. Snuff es una aproximación muy vívida a la más grande y más democrática industria del mundo: la pornografía, y es también una espectacular manera de reflejar parte de lo que es la cultura gringa, infestada de fármacos, comida chatarra y sexo, mucho sexo.
Casie Wright tendida en una habitación invisible en espera de la agitación y el semen de 600 hombres que son números. Sheila, su joven asistente, con cronómetro en mano y una papeleta con los nombres de los participantes. Los señores 72, 137 y 600 comiendo grasosos nachos mientras con otra mano aprestan sus sexos para la rápida embestida que no durará más de un minuto. Y un misterio en pos de ser descubierto que une a estos personajes en una amplia sala, donde el sudor y el ruido se acompasan junto a varias televisiones en las que desfilan múltiples imágenes de Casie, ora más joven, ora más frondosa (no vieja como la encontrarán los 600 convidados) que grita, gruñe o abre los ojos en plena simulación de éxtasis.
De eso está compuesta Snuff, y muy al contrario de quienes se vayan con la finta, en la literatura de Palahniuk usted no encontrará mero entretenimiento ni un discurso moralizante ni mucho menos un compendio de lugares comunes o clichés, así que no piense usted que lo importante de esta novela estriba en el detalle lúdico de la acrobacia sexual ni en la escenificación espectacular de los fluidos corporales (aunque sí los hay y muy nítidos).
En esta novela encontrará una brillante construcción literaria cargada de mucha testosterona y mucho viagra pero también de mucha comicidad, ironía y enredo narrada por tres voces que se intercalan en el relato y a los que hermana la perversión, la nostalgia y el miedo, con una traducción impecable y muy cercana al público mexicano.
Con esta novela presenciamos al Palahniuk maduro que es fiel a su estilo y que, como con otras de sus novelas entre las que destaca El Club de la pelea, se nos presenta como un golpe seco en la cara. Y eso, no solo duele también produce gozo.
Palahniuk le habla a su lector preferido, ese lector crudo que o bien es un masoquista o bien es un cínico, ese lector a quien le encanta encontrar en un libro la revelación o el síntoma de que su vida misma y la vida humana en su totalidad es una buena mierda, signada por la contemplación de lo abyecto, esos lectores jodidos como el mundo y que por lo mismo son a prueba a de balas porque la vida les ha dado la experiencia del terror, la tristeza o el fracaso, los ha formado en el sendero del sufrimiento y los ha hecho humanos.
Palahniuk pertenece a una escuela de gran tradición en los Estados Unidos que encuentra en Ballard y Bukowski a sus mentores, tradición que se alimenta de la vida y de la vida que duele, que denigra y que provoca aversión. Fiel a su tradición, Palahniuk escandaliza luego de lanzar esa mirada suya, esa mirada clínica y sin prejuicios que nos exige estar a la altura intelectual y vital de su literatura, es decir estar limpios de toda falsa pretensión de pulcritud y dejar de pensar que la literatura es color, entretención o pomposos giros del lenguaje, sino más bien que la literatura se parece a esa hambre y esa sed que nos impulsa a devorar los libros con los dientes o a pasarles la lengua por encima hasta despedazarlos.
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