El atentado, de Jorge Fons

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cine que le tiro a lo Hollywood

pero se quedó en chisguete

El Atentado es la película más cara en la historia del cine nacional: es una superproducción. Pero como película es apenas mediana, cuenta con buenas actuaciones: sobresalen Irene Azuela y José María Yazpik, aunque la garantía estaba en Giménez Cacho. Una apuesta bicentenaria que valía la pena por el final que es un simple guiño.


Posibilidad uno: Arnulfo Arroyo, puesto a tono con una sobredosis de tequila, se envalentona y atraviesa con firmeza las filas militares que cuidan al presidente Porfirio Díaz y le clava un cuchillo en la espalda ante la mirada impávida de los convidados; Díaz se encaminaba hacia el Pabellón Morisco Alameda para iniciar los festejos de la Independencia.

Posibilidad dos: El mismo Arroyo, con el paso menos fijo, antes de avalanzarse hacia Díaz se da cuenta de que no trae el cuchillo pero ve en el suelo una piedra del tamaño de su puño, la cual corre a tomar para asestar un golpe seco en la cabeza del dictador.


Posibilidad tres: Arroyo apenas puede sostenerse en pie, ve aproximarse al mandatario, y a paso trastabillado surca las vallas de la milicia, toma la piedra pero tropieza y la suelta, así que sólo atina a rozar con su puño la nuca del presidente mientras lanza un apagado grito: “Muerte al dictador”. Arroyo es capturado y con rostro sorprendido escucha la sentencia de Diaz: “Este hombre ahora pertenece a la Justicia”. Al día siguiente Arroyo amanece muerto en la estación local de Policía.


“Fue un acto fallido”, dice sobre este hecho Álvaro Uribe, autor de la novela que ha dado pie a la versión cinematográfica El atentado, dirigida por Jorge Fons es una película arriesgada, profunda, critica, fársica y honesta: no busca contar la verdad última sino sugerir una época y una lógica sistémica de Estado que actualmente se mantiene intacta: periodistas que venden sus noticias, jueces que le preguntan al poder ejecutivo cómo actuar, policías venales y corruptos, disimulo y cinismo, civilización y barbarie.


Un buen pretexto para el cine histórico


Son pocas las películas que en la historia del cine nacional se han preocupado por asuntos históricos de nuestro pasado fundacional. Tenemos más recuerdos de narrativas visuales por el lado de las telenovelas: Senda de gloria, La antorcha encendida, Martín Garatuza, El vuelo del águila, La Constitución o la nueva superproducción Gritos de Muerte y Libertad, son algunos ejemplos, que al ser producidos por Televisa (nuestra gran contadora de cuentos patrios) es imposible esperar un esfuerzo exhaustivo porque se trate de narrativas que ahonden en los asuntos clave (los detalles finos, no los hechos magnos) de nuestra historia.


Por otra parte, en nuestra cinematografía sólo destacan algunas cintas sin mucha repercusión en el futuro: La virgen que forjó una patria; Mina, viento de libertad (la vida de Francisco Xavier Mina) o El Cura Morelos. No obstante en este 2010, se avecina una gran descarga de producciones entre las cuales El atentado es la primera.

Con un presupuesto de más de 78 millones de pesos, que la convierte en una de las más caras en la historia de nuestro cine, la película de Jorge Fons es una clara muestra de que en México se tiene talento para hacer cine y se conocen los lenguajes y códigos contemporáneos con los cuales crear una obra cinematográfica que es tanto un símbolo como una crítica.


La manera en que El atentado se cuenta (con diversos flash backs, muchos puntos de vista y como una indagación en las posibilidades más que en las certezas) junto a los guiños lúdicos y a la vez irónicos con que se teje la obra son resultado de un pensamiento inteligente que prefiere lo simbólico a lo directo (un símil es el erotismo con respecto a la pornografía), aspecto fundamental en las obras de ficción de peso. Además, la acumulación progresiva de los detalles le van poniendo saborcito y complejidad a la narrativa por lo que al final se convierte en una película para pensar y entender el México, no de hace 100 años ni 200, sino el de nuestros días.


Si bien, el de Arroyo fue un intento fallido, el de la novela y el de su proyección en un producto cinematográfico, sí son un logro, salvo en algunos detalles como la preferencia de montar escenarios en estudios para simular paisajes exteriores, en dichas secuencias la iluminación no es buena porque no logra el efecto que un espectador espera de una cinta “histórica”: fidelidad a la realidad, la cual sí se afina en los detalles: el verde olivo de las banderas, los atuendos, las formas. El reparto cumple pero quienes descuellan son Irene Azuela y José María Yazpik con actuaciones estupendas.


La agudeza crítica de Fons es muy pertinente y sutil. El no crea un panfleto, sino una obra con gran carga estética y artística que a la vez es simbólica y real, además de que se codea con la farsa, el enredo y la caricatura: los movimientos exagerados de algunos personajes, la alusión a las sátiras de las pulquerías en los que la gente ya se reía y burlaba de los asuntos políticos del día a día, son aproximaciones fictivas muy elocuentes para abordar lo mexicano y en ellas se desvela un punto crítico contundente: al pueblo, pan y circo, o sea, “pueblo mexicano, haiga sido como haiga sido: shhhh”. Lo que significa esa frase tomada de la película vale el boleto.


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