“Será épico”, prometen
Gran expectación ha causado la conmemoración de los 200 años del Grito de Dolores, en el Zócalo del DF, cuando nuestro señorito Presidente, Fecal, hará un homenaje a ese momento neurálgico para la historia de nuestro país, con el cual se lograría la independencia de la Colonia española en 1821. Mucho se ha escrito sobre la actualidad de la Independencia y la Revolución. Mucha crítica también se ha hecho sobre la naturalidad y autenticidad de aquella gesta iniciada por el cura Miguel Hidalgo y Costilla, gesta entre criollos que sirvió para crear un nación partida, que tristemente, luego de 200 ,no ha logrado estructurar un proyecto acorde con sus grandes problemas: desigualdad social, antimodernidad, caciquismo y caudillismo, y despojo y menosprecio de los sectores más populares.
México es una ficción como todas las naciones. Sobre la identidad nacional debo decir lo mismo. Como me dijo hace un par de meses un historiador español, Tomás Pérez Vejo: México existe porque hay personas (mexicanos) que creen que existe. Y sí, México es tan real como mi nombre y como mis apetitos o mis anhelos. Sin embargo la realidad no es absoluta ni finita ni cerrada. por lo tanto jamás habrá eso que llamamos una esencia de lo mexicano. Yo, al menos, no la tengo, y si un elemento no la tiene no podría ser esencial ya que debería envolvernos a todos con su manto luminoso.
Bueno. El chiste es que mañana es el gran festejo. Me parece un asunto menor pensar qué es lo que hay que festejar y si se debe o no, incluso si se debe matizar el discurso diciendo: celebrar, conmemorar, festejar, etc. Como dijo el Presi "que festeje el que quiera", coincido con esa idea pero consciente de que la digo como ciudadano y de que si esa frase la dijo un individuo que se hace llamar Jefe de un Estado Nación llamado México bajo el cual quienes viven se dicen mexicanos, no debo mas que apuntar que la frase dicha habla de la inoperancia, inaprestancia y desafectación de un íder que de líder no tiene nada y de jefe apenas el nombre.
Pero dejemos a Calderón en paz que ya me parezco al Peje.
Elenita Poniatowska, que de repente puede ser muy crítica pero también puede decir Joaquincito a López Dóriga, se quejó de la cantiad de recursos que se han invertido en el magno evento preparadao para la noche de mañana. Me parece más una declaración para cumplir con el supuesto papel que debe cumplir un intelectual que se siente de izquierda ante un evento que en el papel parece será inédito en la historia de cualquier festejo patro de alguna nación que conmemore su nacimiento.
Ese hecho no es menor. Entonces, podemos hablar ahora de laz razones. Nadie le dijo al Gobierno que se necesitaba gastar (una cantidad que se ignora) tanto dinero. Por otro lado, nadie esperaba cualquier cosita ni actividades eruditas y de reflexión exclusivas para una tardoelite pseudointelectual del país. Así que esta manera de conmemorar parece la más adecuada y la más correspondiente con el espíritu que ha caracterizado a la historia del pensamiento mexicano en la generalidad; en síntesis se expresaría así: hay que apantallar. No es dar pan y circo. No: es rozar los límites del buen gusto y la gradilocuencia, la superproducción mediante la reproducción de los elementos culturales atávicos y la sacralidad a partir de a ficción que permite el flujo de capital.
Es decir, se trata de una celebración snobista pero pública y dialéctica: o sea, no es elitaria sino compartida porque sin el indio o el pobre o el mexicano promedio no existiráin los otros, los que no saben nada de nada más que de cómo acumular fortuna y que manejan los destinos del país. Esa dialéctica nos hermanará en el Zócalo y sus cuatro puertas: la Catedral (elite) religiosa, la Catedral (elitista) federal, la Catedral (elitaria) local y la Catedral (selecta aunque no escogida) económica. Esos cuatro costados que mirarán a la raza tremula reptar, endrogarse, bailar, gritar, empedarse hasta la madrugada. Ese valor dialéctico se recrea cada 15 y 16 de septiembre sólo que ahora alcanza un nuevo status, el status snobista: somos hermanos en el despilfarre y la indolencia. No importa si hay muertos, injusticia o crisis. Todo sea por México. Ese orgullo craso que es lo único jodido de celebrar. Porque estaría perfecto que para todos fuera motivo de celebración, que sirviera para reunir a los amigos, para disfrutar. Pero lo que es escandaloso es la intensificación del afecto vácuo o superfluo: el amor por una indetidad elusiva reificada en una bandera, unos colores o una playera. Los afectos son los dañinos en torno de lo que se considera mexicano. Así, vivimos afectados por la negación recurrente de una mentira fundacional. Así, crecemos condenados a no aceptar la realidad ni a preocuparnos por ella. Entonces, ¿vale la pena juzgar que un señor llore mientras grita ¡Viva México! una vez que ha sido conminado por la autoridad cuasicelestia que jala la campanita de los "Dolores"? Pues no. Entonces, ni una cosa ni otra. No se puede juzgar eso, pero sí criticarlo. Y criticarlo significa mirar hacia el mundo interior común (no esencial ni imutable) pero en el que coincidimos todos los que vivimos aquí y que nos da un nombre: mexicanos. Mirar de manera descarnada y autoreferencial a partir de la mirada pública. El trabajo es casi imposible porque exigiría que al mismo tiempo que nos dejamos ser pongamos atención al momento general para entender el sentido total de la foto. En suma: lo único que nos queda es dejar ser (en cuanto a celebración y afectos se refiere).
Yo quiero ir al Zócalo porque quiero ver, también por curiosidad y también porque sé que (pase lo que pase: salga bien, explote un coche bomba o cientos de granadas, le dé un paro a Caderón, me muera asfixiado, se cancele por lluvia) nunca más, mínimo en los próximos 100 años, ese lugar que ha palpitado con intensidad durante siglos, ocurrirá algo parecido. En el fondo, esa sería la exigencia, por contradictoria que pueda parecer, por más contestatarios que se nos antoje reaccionar, por más descreídos de la política que seamos.
El día de hoy, entrevisté a la persona que hizo la escultura que se va a armar y levantar una vez que culmine el desfile. Su nombre es Juan Carlos Canfiel (con sus clásicas puntadas, Gancy me prguntó en la tarde si era Juan Carlos Garfield, y eso me pareció muy gracioso) y él creó junto con otros escultores de su taller en Cuernavaca, la escultura monumental El Coloso. Me dijo que era un homenaje a los muertos y a los héroes despersonalizados gracias asobre cuyos cuerpos se ha levantado una historia que si bien tiene mucho de ficción, nunca podrán negarlos. Muertos del pasado y del presente que también se dirigen hacia los muertos del futuro: nosotors. Y así, de manera maravillosa, se cumpliría en el plano físico una metáfora de lo que Rodrigo Fresán hace en su novela Mantra, en el segundo capítulo narrado por un muerto que transmite por televisión desde el Mictlán ubicado en un tiempo sin tiempo.
Así me dijo Canfield, luego de platicarme lo que observó en los últimos ensayos realizados en el Zócalo de la Ciudad de México: las luces, el humo, las imágenes proyectadas en pantallas y en la fachada de la Catedral y del Palacio Nacional. Canfield dirige el ensayo del ensamblaje de la pieza de 20 metros de altura, que se levanta con grúas. Me dijo: “estos ensayos me dejan la idea de que será algo impresionante, a pesar de todas las dudas que se habían generado por la expectativa, el espectáculo será impresionante. Ahora mismo veo unas pantallas en las que se ve como avanza una línea de tiempo referente a la historia de México. Vale la pena el evento. Será una de las cosas más importantes que han ocurrido en México, y estará a la altura de cualquier evento de clase mundial".Esto a manera de lógica con las tribulaciones que me han azotado en los últimos párrafos. Lo verdaderamente importante es lo siguiente:
“El Coloso es un símbolo de México, de su gente: los niños, las mujeres y los hombres. Su planteamiento no es triunfalista: es una pieza muy dura: un hombre con la camisa abierta, que sostiene una espada rota y que mira a la gente como si se levantara después de combatir en una guerra. Pero cuenta con la fortuna de estar vivo y poder mirar su presente." “Definitivamente no es un héroe, sino un símbolo en homenaje a los muertos, a los seres anónimos y es, además, una reflexión con sentido fúnebre en un momento tan delicado como el que atraviesa el país (con miles de ejecutados)."
Esto: una reflexión con sentido fúnebre: una reflexión seria como la expresión de El Coloso, un aspecto en el que pocos van a reparar pero que estará presente ahí mirando como ninguno al Poderoso emPinado, siendo testigo del sacrificio humano que se desvivirá por ocupar un centímetro cúbico de esa plancha: una prestancia tan noble como la de los antiguos aztecas o jugadores de pelota a quienes honraba la idea de poder morir a manos de un sacerdote en pleno Templo Mayor. La crítica estará ahí y será silente. Por lo mismo más poderosa, y por lo tanto tan sutil como los tiempos lo requieren si esta viene desde el interior del propio aparato u ocurren en el seno del sistema ciudad. No sé en el fondo de quién es la idea. Pero el detalle en la mirada, las vestiduras, el rostro, el bigote y la espada (!rota¡,:es decir, ¡ok, ya, suficiente de muertes. No moriste. Ahora no sigas matando!). El hecho es simbólico pero contundente: permanecerá más tiempo de pie que ninguno de nosotros. La diferencia estriba en que apesar de que emula a alguien vivo en realidad no es caliente como nosotros sino frío.
A diferencia de El Coloso (pintura de Goya) que fue creado en plena Independencia española, batallal contra Francia que debilitó a la Corona y permitió la madurez y triunfo de las revoluciones independentistas de América. Este nuevo Coloso se crea en la conmemoración de la Independencia de México respecto a España. El Coloso triunfa de nuevo, se alza triunfante. El de Goya salió desnudo del combate y sin armas, abandonando la ciudad. Probablemente luego se puso traje de gala y armas sofisticadas. El resultado en la nueva escultura es la ruptura del arma, condición necesaria para poder advertir una posibilidad de futuro. Una lectrua que sólo podría darse 200 años después, una vez que se ha topado ante el fracaso continuado.Probablemente (seguramente) México no cambie el rumbo, no corrija. Sería una pena ver tantas vidas rotas. Más penoso aún será saber que se pudo hacer algo pero se prefirió el olvido y la simulación, el "apantallamiento". La fiesta de mañana es ineludible y será un espectáculo. Como tal hay que tomarlo, vivirlo y hasta disfrutarlo en términos estéticos, porque se hablará de la ficción mexicana, una de las ficciones más acabadas del mundo contemporáneo, porque si así no fuera Octavio Paz le habría cambiado la visión al país y la gente le exigiría menos a su selección de futbol. Por decir algo.
¡Salud!
El Coloso
La pieza El Coloso se comenzó a idear en enero de 2010.La idea inicial fue construir una escultura monumental de 50 metros de altura; con el paso del tiempo y por motivos logísticos se redujo a 20.Consiste en un esqueleto en PVC reforzada con barras metálicas y zapatas de acero en los puntos de carga. Por dentro se ubicaron cables flexibles de acero. Y se cubrió el esqueleto con elastómero de poliuretano y pintura que diera la apariencia de mármol blanco mexicano.Pese ha haber sido construida con materiales ultralivianos, por sus dimensiones, alcanza un peso aproximado a las 7.5 toneladas.La tallaron 15 diseñadores, constructores y escultores profesionales del taller Casa Canfield, en Cuernavaca, Morelos.Luego de su levantamiento se mantendrá de pie en el Zócalo durante varias horas. Aún no se conoce donde será ubicada finalmente.
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