Fernando Vallejo (1942), fiel a su estilo (primera persona, léxico enumerativo, suspicaz y directo), narra unas horas en las que un viejo platica con otra persona sobre sus andanzas, sobre el valor de la vida, sobre el deterioro de Bogotá (pero también del mundo entero, incluido México), sobre su odio a los hombres, sobre su amor a unos cuantos chulos ya olvidados, y traza una arqueología de los muertos, que contabiliza en una pequeña libreta, alrededor de 757 finados, que le ha tocado ver partir de este mundo.

Con esta novela, Vallejo (quien escribió una verdadera radiografía literaria del narcotráfico en Colombia con su Virgen de los sicarios que le recabaría éxito internacional) entrega de nuevo una obra en la que el estilo, el lenguaje y la verdad profunda de un hombre se sirven una de la otra para hacer literatura de la buena, la que necesitamos, la que no tiene concesiones, la que busca mucho más (y a la vez mucho menos) que un famoso premio literario.
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