Se acabó. Y eso duele. Uno se puede imaginar que se acabe una relación amorosa o contractual, que se acabe la vida de un ser querido, pero que se acabe la Vida, o mejor dicho, que se acaben los motivos para darle sentido a la misma. Ante eso, ya no queda nada por hacer ni por decir. Pero aún así, estando en esas condiciones, el ser humano no se daría por muerto. Esto que podría sonar loable y esperanzador, Samuel Becket se lo preguntó hace casi un siglo pero su respuesta es más bien desoladora.
Becket, como un artista de vanguardia que quería hacer la crítica de su tiempo, del arte, de la sociedad burguesa europea de inicios del siglo XX, la crítica de la condición humana, del ser arrojado, y que, como Camus, sintió la necesidad de expresar en literatura el dilema filosófico moderno por excelencia: la búsqueda de sentido, creó ambientes y obras de las que emana una contundente desolación y un asezante sentimiento de locura, angustia e inutilidad.
Fin de partida es una de esas apuestas artísiticas.
Y “se acabó” es también una de esas frases reveladoras (en ese sentido apocalípticas) que Beckett escribió para su obra de teatro Fin de partida, que la Compañía Nacional de Teatro monta en corta temporada en dos sedes en esta ciudad bajo el nombre Endgame.
La obra lo sacudirá. Esta puesta en escena es precisa y oscura, más que oscura desquiciante por los colores, el aroma, las posturas de los actores. Todo da asco, o mínimo provoca rechazo y estruendo, además de la sonorización estilo rock industrial que bien calzaría con momentos de intensidad y desquicio similares en las películas de David Lynch.
Sí, da asco, pero si ha usted le gusta el teatro que lo mire a los ojos y lo reta, con Endgame tiene una gran oportunidad para verse a si mismo y hacerse la eterna pregunta que se ha hecho el arte: ¿Y luego? ¿Para qué sirve todo esto? En cambio, si le gusta el teatro que solo se ríe de los colores luminosos de la vida en donde el sol sonríe y los campos siempre están llenos de flores, esta obra de plano no le va a gustar.
Ham (Claudio Obregón en lo que sería su último papel en vida) y Clov (Diego Jáuregui, intenso y verosímil) son los personajes centrales. Son como un par de hermanos que se odian pero no pueden vivir uno sin el otro. Ham es inválido. Clov sueña con escapar pero el panorama de afuera no parece ser del todo halagüeño. No hay futuro. Y en el horizonte sólo hay muerte.
Parece que estamos en el fin del mundo, en una de las bocas del infierno y Ham y Clov nos dan la bienvenida a la desolación y a la imbecilidad rotunda. Todo como resultado de lo que ha creado el hombre: oscuridad, desamparo y miedo, mucho miedo.
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