En esta nueva entrega, Enrique Vila Matas crea una atrevida novela que es un símbolo perfecto para representar el tránsito que supone la era Gutemberg a la era digital (Riba está obsesionado con la idea de celebrar el 16 de junio el Bloomsday ―el día en el que transcurre Ulises, la novela de James Joyce― y ese día realizar un funeral por la era Gutemberg), y lo hace de manera patética.
Riba (personaje sexagenario de la novela, editor retirado y frustrado por no haber encontrado en vida a su gran figura literaria) transita por un patetismo del tipo dantesco, un descenso a los infiernos, pero semeja más una condición infalible del ser humano en este inicio de siglo: la ilusión de la condición única de los humanos contemporáneos, que se sienten al borde del abismo y por ende se sienten especiales.
Esto nos habla de una odiosa auto-conmiseración de los humanos entre si que, por un lado, padecen el mundo en que viven y, por otro, les fascina ese tránsito que los libera de toda culpa: la obra simboliza el cinismo del hombre siempre en busca de una mirada compasiva, esa mirada que lo conforta porque en el fondo solapa su cobardía.
Vila Matas es fiel a su estilo: breves fragmentos plagados de constantes citas literarias. Dublinesca es un buen conato de tema pero se va por la tangente. El estilo cansa, su manejo del lenguaje es prodigioso pero aburrido. Sin duda esta novela no es lo mejor que nos ha presentado el escritor catalán.
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