Si hay un autor latinoamericano para el cual la literatura es un juego eterno, jamás cerrado e incluso por descubrir, ese escritor es el imprescindible argentino Ricargo Piglia que en su última novela Blanco nocturno se mete en la noche de sus recuerdos y de la historia argentina, en el territorio metafísico y desolado en los contornos de la pampa y desde ahí elabora un trayecto oscuro en el que los territorios de la ficción se desdoblan como infinitos y abiertos y el género policiaco sufre una matamorfosis en donde los procesos y la lusión son más fuertes que la verdad o el realismo.
La anécdota de Blanco nocturno comienza, como todo buen thriller, con intriga: Un extranjero mulato, Tony Durán, con fajos de dinero bajo el brazo llega a un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Nadie de los pueblerinos sabe la razón de su llegada pero inmediatamente comienzan los chismes, esas voces que el viento enhebra con ociosidad hasta formarlas como verdades: es amante de las hermanas Belladona, viene a hacer su pequeña fortuna, etc. Finalmente, un día, después de un lance de apuestas, aparece asesinado en su cuarto de hotel.
A partir de este hecho se pone en marcha una máquina narrativa tan eficaz y deslumbrante tal que el lector seguirá religiosamente la pesquisa policiaca y se dejará cautivar por la introducción de personajes tipo como el comandante policial Croce, el más exitoso de la región quien resuelve sus casos gracias a obedecer sus intuiciones; el entrañable alter ego de Piglia, Emilio Renzi que como periodista da seguimiento al caso del mulato asesinado, como enviado de un periódico capitalino; la belleza enigmática y por descubrir de las hermanas Belladona; el obsesivo hermano de dichas hermanas, Luca, quien permanece en la otrora pujante fábrica de autos, hoy en ruinas, trabajando en lo que el considera su "gran obra"; el jockey venido a menos que por amor a un caballo (necesita dinero para pagarlo) mata a Durán.
Piglia nos pone una trampa. Empantanados en la lectura nos suelta una cuerda que es estrecha o evanescente y lo que de inmediato advertimos como fin en realidad es un señuelo. Lo más interesante jamás es el asesino sino los contextos que enmarcan el crimen, las razones oscuras que operan más allá de los entes concretos y que sólo pueden verse con gafas especiales en la densa bruma de apariencias que pensamos es la realidad.
Con esta obra, además, Piglia distiende los límites del género profundizando en la impronta intuituva, que para el caso latinoamericano es sintomático de la forma en que nos hemos acercado a la realidad o en que hemos adaptado el discurso racional de Occidente: sin perder el elemento maravilloso, mágico o fantasmagórico porque es consustancial al ser de esta región del mundo.
De esta manera, el autor no sólo reelabora el género sino que dignifica el poder de la magia, la noche o la intuición poniendo acento en la visión felina, que es precisa y suficiente, de ahí la mirada blanquecina en la noche capaz de identificar un blanco (un target) en la oscuridad. Además, ubica en el tiempo real (la obra transcurre a inicios de los 70) un punto de quiebre histórico porque si bien en Croce triunfa la intuición o bien brilla en esos años previos a la "larga y oscura noche" de las dictaduras, será el punto final o la degradación de una mirada que sentía el pulso de lo nocturno y espectral y todavía ahí encontraba algunas verdades.
La mirada de Piglia es la de esa persona que ha visto demasiadas cosas y por tanto es capaz de encontrar las diferencias en los mundos por los que ha transitado, lo cual le permite construir con maestría narrativa, con una vitalidad avasallante y con una potencia poética inherente a la acumulación de las frases un edificio fenomenológico (como los túneles de Sábato o los pozos de Onetti, es decir atemporales, oscuros pero en los que existen rendijas) en donde la literatura es la llave de entrada y la clave para encontrar ahí mismo los motivos suficientes para poder vivir y, sobre todo, para estar bien ahí, en ese universo. Una novela que vibra y brilla.
1 comment
Muy buena reseña, Alejandro. Se me antoja más que nunca leer Blanco nocturno.
2 de junio de 2011, 14:50Publicar un comentario