“Quienes habitamos este país somos por lo general desconfiados, resentidos, carecemos de conciencia civil y tenemos poco respeto por el otro, entonces cualquier solución a los problemas será inviable”, lanza como una estocada precisa el escritor mexicano Guillermo Fadanelli, que en su nueva novela Hotel DF indaga en los vericuetos de lo más in de nuestra mexicaneidad: la inmundicia, la inmoralidad y la (in)punidad.
La falla ortográfica anterior se argumenta siguiendo ese estilo desencantado, oscuro y sucio que caracteriza su escritura y la exploración léxica de Fadanelli, que es ajena a la reverencia al lenguaje, a la pulcritud que engolosina a los puristas de la literatura. En esta novela hay mierda, como en la mayoría de las grandes novelas.
“Mi estilo es una necedad, pero que no manipulo. Y sí, en mi estilo hay un pesimismo que me es útil para vivir sin ilusiones absurdas”, dice el autor.
Su mirada desencantada resuena en sus palabras: “En la actualidad nadie posee credibilidad moral para llevar a cabo acciones que mejoren a nuestro país, y menos la que se da en llamar ‘izquierda’. Una porción enorme de la población no merece habitar este país y me cuesta trabajo considerarlos ciudadanos: son consumidores ansiosos, irresponsables y sólo se interesan por su propio bien”, arremete el escritor que nació en un hospital que se encontraba sobre Calzada de Tlalpan y ahora es un hotel.
Tal vez de ahí provenga su obsesión con los cuartos de hotel, esas membranas que conectan en otro nivel a los diversos tejidos sociales que coinciden en una monstruo-ciudad como el DF. En la novela el hotel sirve como una metáfora de la ciudad, que se mueve al ritmo de la ansiedad, entre el delirio y la desgracia, situaciones límite propiciadas por la corrupción, un mal (como muchos otros) irreparable para Fadanelli:
“Desde mi vida personal doy todo por perdido y prefiero sobrevivir sin detenerme en las ‘grandes ideas’. La lectura, la amistad, los artistas, y la relación con las personas más honestas y amables de este país todavía representan para mí una posibilidad del buen vivir”, afirma el escritor mexicano.
La ciudad de México, una totalidad fragmentada
Dijo el chileno Roberto Bolaño que son pocos los escritores mexicanos que tienen la valentía para meter el cuerpo completo en ese laberinto humano y social que es la ciudad de México para traducirla en literatura. Y es una verdad. Este ejercicio ha sido explorado por grandes escritores extranjeros: desde Lowry, Burroughs o Kerouac en la primera mitad del siglo XX, hasta el propio Bolaño o Rodrigo Fresán a finales de la misma centuria. Pero son pocos los mexicanos, desde Carlos Fuentes, que han tomado ese reto.
Si bien, no se trata de unja obligación, la ecuación es por demás interesante. Hoy, Guillermo Fadanelli, 50 años después de La región más transparente, reinterpreta en su novela Hotel DF la ecuación de Fuentes y presenta una totalidad fragmentada que se compone dentro de una unidad (el hotel) la cual concita la multiplicidad de discursos que conviven en una ciudad como el DF.
Hotel DF es una entretenida historia que engarza a través de un rico lenguaje los discursos y problemáticas de las distintas capas sociales de esta ciudad, en donde se trazan los hilos de la delincuencia, el narcomenudeo, la corrupción policial, el ausentismo civil y la indolencia de las altas esferas sociales, donde los artistas ocupan una buena porción.
El tratamiento de la temporalidad a partir de la voz narrativa del "artista" Henestrosa, el narrador, soporta la ubicuidad de un sujeto que es presente pero también pasado. La forma en la que Fadanelli teje las correspondencias en ese hotel es de una claridad contundente y el hotel mismo es un símbolo de la apariencia, el misterio y la conformidad para un país como el nuestro: simulado, en tenebras y conforme.
Esta novela confirma a Fadanelli como un escritor imprescindible, de una mirada aguda y abyecta como lo exigen nuestros tiempos. Además, se establece una distancia entre el Fadanelli de Lodo y el de esta nueva novela, en la forma: el dominio del lenguaje y la pulcritud de la narrativa (decir lo necesario) son superiores.
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