-¿Qué le hace falta a la luna? -Tú -le contesta cursi Clo, una abogada soltera de unos 35 años, sensual y también homosexual, a su joven y confundida enamorada, Ela (femenino de Ele -L). Si Ela es lo que le hace falta a la Luna, ese símbolo que desde antiguo el hombre le ha atribuido la cualidad de la fertilidad y por ende se relaciona con la mujer, al completarse con ella se convierte en Lluna (que también suena a llena), título de la obra de teatro escrita en un taller en Barcelona en 1996 por el reconocido dramaturgo mexicano Jaime Chabaud y que actualmente se presenta en el Teatro Helénico.
Lluna es una atrevida puesta en escena que trata el tema de las oportunidades perdidas del amor y lo ubica en una especie de triángulo amoroso, entre Clotilde, Ela y Hugo. Clotilde conoce a Ela porque es amiga de su mamá y entre ellas comienza una relación prohibida que se conforma con encenderse en la intimidad del breve departamento de Clo. Ela es una chiquilla de 20 años, de buena posición económica, que es tierna como una niña y muy sensual, además de reventada. Ella tiene un novio, Hugo, que es un chavo adicto a la cocaína y que, dice Ela, "coge muy rico", razón más que suficiente para mentaner su relación.
De entrada y de sopetón, la obra nos arroja los clichés sexo y drogas, aunque con el tiempo no pasan de ser clichés y no maduran en temas. Esto lo mencionamos porque en apariencia la obra contiene un poderoso y hasta confrontativo discurso sexual y hasta de género, aspectos que son tan sólo el pretexto que conduce la historia hasta su exploración más profunda: la situación de las relaciones interpersonales en la veloz y confusa ultramodernidad, en la que quienes padecen el desconcierto amoroso (desorden amoroso diría el filósofo y antropólogo Alain Finkielkraut) son aquellas generaciones próximas a los 40, y no tanto quienes tienen entre 20 y 30 años, que se adaptan de manera más natural al amor efímero, modulable y eufórico de nuestra época.
Clotilde que, si bien, es la "rara", en realidad es la más cuerda, la que se cuestiona su situación, la que renuncia de manera consciente a la pasión. Hugo es un personaje sin fondo, más bien un camarógrafo que registra este delirio amoroso entre Ela y Clo. Un pito solamente, que el espectador curioso tendrá oportunidad de ver por unos segundos. Ela es la niña tonta que vive sin hacerse preguntas, que es obsesiva y caprichosa, que tiene una buena posición económica y eso la convierte en una esnobista contemporánea: con mucho exterior pero también muy hueca: sus preguntas son cursilerías, sus reacciones son berrinches y sus conclusiones son evasiones, y escapes. Clo no pasa de ser una feminista de valores tradicionales, y Hugo un yonqui sin oficio ni beneficio.
El triángulo amoroso no es completo porque Ela es la única que consuma sus pasiones con los otros dos involucrados: mantiene encuentros amorosos ya con Clo, ya con Hugo. Pero entre estos sólo hay indiferencia y un celo reprimido u oculto. La anécdota es previsible, dogmática y sostiene el discurso heterosexista: Clotilde y el joven, por momentos, asumen la postura de combate viril en pos de conquistar a una dama. Absténgase si es usted una feminista colorada.
Ahora bien, si usted es un curioso del teatro, acérquese porque la obra es interesante, por varios momentos lo hará pensar, además cuenta con un guión muy bien cuidado, fresco y cercano. Las actuaciones de Francesca Guillén (Ela) y de Gizeth Galatea (Clo) son ejemplares; Roldán Ramírez (Hugo) cumple. El trazo escénico de Aarón Hernández es acertado y la escenografía, suficiente.
Lluna es una atrevida puesta en escena que trata el tema de las oportunidades perdidas del amor y lo ubica en una especie de triángulo amoroso, entre Clotilde, Ela y Hugo. Clotilde conoce a Ela porque es amiga de su mamá y entre ellas comienza una relación prohibida que se conforma con encenderse en la intimidad del breve departamento de Clo. Ela es una chiquilla de 20 años, de buena posición económica, que es tierna como una niña y muy sensual, además de reventada. Ella tiene un novio, Hugo, que es un chavo adicto a la cocaína y que, dice Ela, "coge muy rico", razón más que suficiente para mentaner su relación.
De entrada y de sopetón, la obra nos arroja los clichés sexo y drogas, aunque con el tiempo no pasan de ser clichés y no maduran en temas. Esto lo mencionamos porque en apariencia la obra contiene un poderoso y hasta confrontativo discurso sexual y hasta de género, aspectos que son tan sólo el pretexto que conduce la historia hasta su exploración más profunda: la situación de las relaciones interpersonales en la veloz y confusa ultramodernidad, en la que quienes padecen el desconcierto amoroso (desorden amoroso diría el filósofo y antropólogo Alain Finkielkraut) son aquellas generaciones próximas a los 40, y no tanto quienes tienen entre 20 y 30 años, que se adaptan de manera más natural al amor efímero, modulable y eufórico de nuestra época.
Clotilde que, si bien, es la "rara", en realidad es la más cuerda, la que se cuestiona su situación, la que renuncia de manera consciente a la pasión. Hugo es un personaje sin fondo, más bien un camarógrafo que registra este delirio amoroso entre Ela y Clo. Un pito solamente, que el espectador curioso tendrá oportunidad de ver por unos segundos. Ela es la niña tonta que vive sin hacerse preguntas, que es obsesiva y caprichosa, que tiene una buena posición económica y eso la convierte en una esnobista contemporánea: con mucho exterior pero también muy hueca: sus preguntas son cursilerías, sus reacciones son berrinches y sus conclusiones son evasiones, y escapes. Clo no pasa de ser una feminista de valores tradicionales, y Hugo un yonqui sin oficio ni beneficio.
El triángulo amoroso no es completo porque Ela es la única que consuma sus pasiones con los otros dos involucrados: mantiene encuentros amorosos ya con Clo, ya con Hugo. Pero entre estos sólo hay indiferencia y un celo reprimido u oculto. La anécdota es previsible, dogmática y sostiene el discurso heterosexista: Clotilde y el joven, por momentos, asumen la postura de combate viril en pos de conquistar a una dama. Absténgase si es usted una feminista colorada.
Ahora bien, si usted es un curioso del teatro, acérquese porque la obra es interesante, por varios momentos lo hará pensar, además cuenta con un guión muy bien cuidado, fresco y cercano. Las actuaciones de Francesca Guillén (Ela) y de Gizeth Galatea (Clo) son ejemplares; Roldán Ramírez (Hugo) cumple. El trazo escénico de Aarón Hernández es acertado y la escenografía, suficiente.
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