Toda una provocación, la nueva obra teatral de Edgar Chías
Aquello que durante siglos fue conocido como Teatro (un espacio en el que un animador y un público concertaban un pacto ficticio a manera de entretención, juego o relación y que luego se dividio en tres unidades, y más adelante se acotó a un espacio vacío con actores y público) ha dejado de existir. Existe el teatro y sus múltiples formas experimentales. Esta formulación verbal que puede parecer atrevida, vista con profundidad, es algo que ya se ha anunciado desde hace algunas décadas. La razón por la cual volvemos a ella es porque actualmente se encuentra en cartelera tanto un festival (Transversales) que pone en duda los valores canónicos de la escena, y una obra de teatro que se sale del molde tradicional: Ternura Suite.
La más reciente obra de Edgar Chías es, sin duda, una texto dramático; es decir, escrito para ser representado; es también un hecho escénico que sin la escena pierde toda su fuerza y es también una provocación que roza los límites de lo espectacular, un acto que sin la influencia de los medios de comunicación masiva (incluidos el cine y la televisión), sin el impacto de la aceleración de la vida (síntoma de nuestro tiempo trans-histórico) y sin la estética más abyecta jamás imaginada (la verdad contada desde su lado más cruento, aquel que es imposible maquillar), no podría entenderse.
Ternura suite, como lo ha dicho su autor, es una obra que hay que ver como se mira Anticristo, de Lars von Trier. Porque la obra maestra del cineasta solo puede ser entendida si somos capaces de salirnos de nuestros moldes. La obra de Chías solo puede ser vista si somos capaces de salirnos de nosotros mismos y nos metemos en los cuerpos de la Anfitriona (Beatriz Luna) y el Visitante (Emmanuel Morales). Una tarea difícil. La provocación de Chías es redonda, es cruel, y es cínica.
No apta para cardiacos ni para estilistas del arte. No apta tampoco para defensores de las buenas conciencias. Tampoco apta para alguna liga protectora de animales. Mucho menos para cualquier mente infestada de fervor religioso, ideológico o feminoide. Ternura suite, de todo lo que muestra, lo que menos tiene es ternura. Sino todo lo contrario: escozor, odio, barbarie, infamia, turbiedad.
La anécdota es lo de menos (una mujer es asaltada y violada en su propio departamento y, por azares del destino, tiene la oportunidad de vengarse y aprovecha la ocasión), lo que importa es la sensación de extrañamiento y hostigamiento con la cual el espectador forzosamente saldrá al termino de la función. Cómo lograr esta sensación, era un reto mayor que se impuso el dramaturgo, pero para lograrla no solo el texto fue importante, sino sobre todo el papel y el compromiso de los actores que son de primer nivel.
Ternura suite no es Anticristo, esta última se detiene en la belleza de lo horrorífico humano. Aquella primera se detiene en lo horroroso de la naturaleza humana. Basten como ejemplo dos imágenes sumamente gráficas: el rabo de una rata viva la cual se agita en la garganta de uno de los actores; un recto humano perforado por un taladro encendido.
Con simulacro incluido (en el sentido literal y en el teórico), la pieza propone un paso más cercano al gore (videos de hiper violencia real) y sobre todo al snuff (asesinatos filmados) y no tanto a la pornografía (aunque hay desnudos, en esta pieza vemos con nítidez las partes del cuerpo que siempre se evaden -el ano, el clítoris- y no vemos aquellas que resultan más eróticas -los senos, el pene), justo en un momento en que la realidad es imposible atraparla en una secuencia de ficción. Ninguna secuencia de cine de terror es más aterradora que un video colgado en Youtube en el que un grupo de hombres le cortan la cabeza a otro individuo con un cuchillo de cocina.
Con esta pieza, Edgar Chías confirma que es uno de los dramaturgos más importantes y arriesgados de la actualidad. Lo mismo que el director de esta obra, Richard Viqueira. Tal vez se acabaron los tiempos del teatro lógico. Ternura suite se asienta en el lado light de nuestra relación con la realidad (el video) para sacudirnos las tripas, para invadirnos y para violarnos con la palabra y la imagen. No es teatro de formación. No es teatro político. Tampoco es Teatro. Para bien o para mal, estas categorías ya caducaron. Ternura suite nos toca desde la interferencia, desde la incomodidad, y nos concierne porque es sucia y cruel.
La más reciente obra de Edgar Chías es, sin duda, una texto dramático; es decir, escrito para ser representado; es también un hecho escénico que sin la escena pierde toda su fuerza y es también una provocación que roza los límites de lo espectacular, un acto que sin la influencia de los medios de comunicación masiva (incluidos el cine y la televisión), sin el impacto de la aceleración de la vida (síntoma de nuestro tiempo trans-histórico) y sin la estética más abyecta jamás imaginada (la verdad contada desde su lado más cruento, aquel que es imposible maquillar), no podría entenderse.
Ternura suite, como lo ha dicho su autor, es una obra que hay que ver como se mira Anticristo, de Lars von Trier. Porque la obra maestra del cineasta solo puede ser entendida si somos capaces de salirnos de nuestros moldes. La obra de Chías solo puede ser vista si somos capaces de salirnos de nosotros mismos y nos metemos en los cuerpos de la Anfitriona (Beatriz Luna) y el Visitante (Emmanuel Morales). Una tarea difícil. La provocación de Chías es redonda, es cruel, y es cínica.
No apta para cardiacos ni para estilistas del arte. No apta tampoco para defensores de las buenas conciencias. Tampoco apta para alguna liga protectora de animales. Mucho menos para cualquier mente infestada de fervor religioso, ideológico o feminoide. Ternura suite, de todo lo que muestra, lo que menos tiene es ternura. Sino todo lo contrario: escozor, odio, barbarie, infamia, turbiedad.
La anécdota es lo de menos (una mujer es asaltada y violada en su propio departamento y, por azares del destino, tiene la oportunidad de vengarse y aprovecha la ocasión), lo que importa es la sensación de extrañamiento y hostigamiento con la cual el espectador forzosamente saldrá al termino de la función. Cómo lograr esta sensación, era un reto mayor que se impuso el dramaturgo, pero para lograrla no solo el texto fue importante, sino sobre todo el papel y el compromiso de los actores que son de primer nivel.
Ternura suite no es Anticristo, esta última se detiene en la belleza de lo horrorífico humano. Aquella primera se detiene en lo horroroso de la naturaleza humana. Basten como ejemplo dos imágenes sumamente gráficas: el rabo de una rata viva la cual se agita en la garganta de uno de los actores; un recto humano perforado por un taladro encendido.
Con simulacro incluido (en el sentido literal y en el teórico), la pieza propone un paso más cercano al gore (videos de hiper violencia real) y sobre todo al snuff (asesinatos filmados) y no tanto a la pornografía (aunque hay desnudos, en esta pieza vemos con nítidez las partes del cuerpo que siempre se evaden -el ano, el clítoris- y no vemos aquellas que resultan más eróticas -los senos, el pene), justo en un momento en que la realidad es imposible atraparla en una secuencia de ficción. Ninguna secuencia de cine de terror es más aterradora que un video colgado en Youtube en el que un grupo de hombres le cortan la cabeza a otro individuo con un cuchillo de cocina.
Con esta pieza, Edgar Chías confirma que es uno de los dramaturgos más importantes y arriesgados de la actualidad. Lo mismo que el director de esta obra, Richard Viqueira. Tal vez se acabaron los tiempos del teatro lógico. Ternura suite se asienta en el lado light de nuestra relación con la realidad (el video) para sacudirnos las tripas, para invadirnos y para violarnos con la palabra y la imagen. No es teatro de formación. No es teatro político. Tampoco es Teatro. Para bien o para mal, estas categorías ya caducaron. Ternura suite nos toca desde la interferencia, desde la incomodidad, y nos concierne porque es sucia y cruel.
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