El más reciente libro de Mario Bellatin ubica en la decapitación un símbolo de nuestros tiempos
Mario Bellatin es uno de los escritores más innovadores y necesarios que existen en nuestra lengua. Posee un talento inigualable, que con una prosa sencilla y movediza da rienda suelta a una imaginación que se sale de toda norma. Su literatura es una transfusión delirante de sentidos que se dislocan y se confunden, de historias que ocurren en diversos planos de realidad y que distienden todo aquello que alguna vez pudo considerarse humano.
Portada del libro editado por Alfaguara, 2011.
Todo lo anterior hace sentido una vez que leemos el último libro del escritor mexicano editado por Alfaguara y que lleva por título La clase muerta. El libro se compone de dos relatos que siguen una pauta parecida a la que el autor ha aventurado en sus últimos textos pero principalmente en el libro también de relatos editado por Sexto Piso, de nombre Disecado.
En La clase muerta, Bellatin se anda por las ramas como todo un buen artista que es capaz de fundir su estado vital natural con los ecos que provienen de sus lecturas, de sus deseos, de sus miedos, de sus sueños y sus pesadillas. En tiempos en los cuales reina la novela en cuanto a formato y reina el realismo en cuanto a estilo Bellatin es un rebelde que preconiza el siguiente paso que la literatura debe dar sobre todo cuando la realidad se nos presenta cada vez más moldeable, menos sólida, más oblicua.
Los relatos de este libro, Biografía ilustrada de Mishima y Los fantasmas del masajista orientan a Bellatin en una cartografía de lo inminente, un discurso sin orden en el cual se escalonan identidades desdobladas, mentes que transitan por diferentes bardos hacia otros niveles de conciencia, conversaciones con entidades divinas, universos paralelos que dialogan por medio de fabulosas interferencias, y en todas esas posibilidades los vestigios, los ecos y las posibilidades de seres humanos cuya consistencia gravita entre la sequedad de una piel desangrada y la humedad de un cuerpo decapitado. Si el mundo ha perdido la cabeza no menos se puede decir de los individuos que andamos sobre este territorio.
La clase muerta obedece al epígrafe del libro, una frase de Tadeusz Kantor que a la letra dice: “cualquier intento de representar una forma imposible, es de por sí una clase muerta”. ¿Qué otra cosa si no esa es la literatura? La representación de una forma imposible. ¿Qué otra cosa si no esa es la identidad humana? La vida misma es una forma imposible.
Desde la amputación traumática
En el primero de los relatos, Biografía ilustrada de Mishima, no importa tanto el argumento como las metáforas, las descargas de ideas y las existencias que se sugieren: Mishima vivo después de la muerte busca una cabeza adecuada porque es insoportable cargar con esa oquedad, ese vacío que, al final de cuentas, se dice en el libro, es lo único que existe: un hueco.
Bellatin juega e ironiza pero también guiña. Juega del modo más serio como aconsejaba Cortázar, como lo hacen los niños. Por eso, el relato se divide en dos partes: el texto y una serie de imágenes que parecen sacadas del álbum personal de Bellatin pero a las cuales el autor otorga puntillozos pies de foto que resultan humorísiticos, sarcásticos y hasta paródicos.
En el segundo texto del libro, Los fantasmas del masajista, el relato habla de Joao, el masajista, que trabaja en un sanatorio que se especializa en dar alivio a las personas que han perdido algún miembro del cuerpo: un brazo, una mano, una pierna, una oreja, un dedo. La amputación es una metáfora de la propia vida de Joao porque cuando su madre muere le queda un vacío difícil de llenar. Por una extraña razón cree que su madre ha reencarnado en un loro.
En ambos textos, las obsesiones y las pasiones de Bellatin se desbordan a cada frase. Por el lado de las obsesiones: el cuerpo despedazado, la persecución del vacío y la proximidad de lo escatológico. Por el lado de las pasiones: el mundo de los animales, la reelaboración narratológica de sus propios textos, la vida como un continuum insondable.
No es novedad decir que Mario Bellatin cuenta con una voz poderosa y neutral en las letras hispanas. Pero sí es necesario repetirlo. Acercarse a sus textos es una sorpresa constante pues la incomprensión y la descalificación son fantasmas que sin duda perseguirán sus experimentos. Y eso son sus obras, resultados de laboratorios, a veces inacabados, porque en realidad de eso se trata, de renunciar al sentido lógico y no hacerlo por moda.
Bellatin utiliza la palabra como un conducto y no como un fin en su escritura, un ducto por el cual la imaginación se destila en oraciones que se construyen con base en una técnica sublime y espontánea, una técnica más bien orgánica porque respira, palpita, siente y también refleja las motivaciones y los desvaríos de una mente atormentada y honesta, una mente que es capaz de formular sus sueños y sus ocurrencias con tal de indetificar lo humano, lo que aún puede llamarse así.
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