Segunda llamada. Las personas que acuden al teatro se apresuran para ocupar una butaca. Estamos en el interior del Foro Sor Juana Inés de la Cruz, del Centro Cultural Universitario (Ciudad Universitaria), y, en el suelo reposa un hombre de rasgos indios con el torso desnudo, al lado de la escultura de un monolito prehispánico de utilería, sobre una alfombra verde, color que nos remite al pasado, cuando no existía la cultura.
La gente acude al estreno del primer montaje realizado en la ciudad de México, del texto dramático Civilización, que hiciera a Luis Enrique Gutiérrez Ortíz Monasterio (LEGOM) acreedor del Premio Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera Castañeda, de Querétaro, en 2006, texto que puede interpretarse como una reelaboración tardía (porque se ubica en nuestros tiempos tardíos y en nuestras regiones retardadas de la historia) de las preocupaciones sociales en torno del poder y la creciente burguesía nacional de los 40, que el insigne y hoy marchito Carlos Fuentes, espresó en su novela La región más transparente hace más de 50 años, una de las narrativas más importantes que elaboró una interpretación de la presunta modernidad mexicana en los años del Milagro.
La gente espera. Algunos curiosos, al entrar al foro, detienen su vista en el cuerpo y luego se ocupan de lo importante: ganar un lugar. Otros tantos, lo ignoran o no le dan tanta importancia, pues, "¿para qué?, se preguntan, si la ficción todavía no ha comenzado".
El problema es que sí, que ya comenzó la obra, que la ficción se rebobina desde el principio para incorporarnos en ella aunque nosotros ni cuenta nos demos de ello. La obra comenzó desde antes. Quienes han leído la dramaturgia de Luis Enrique Gutiérrez Ortíz Monasterio (LEGOM) y los autores de su generación saben que sus pautas escénicas suelen ser una trampa por donde la tradicción parece que se conserva cuando en realidad es manoseada por debajo de la falda. De la misma manera como han sido manoseadaos esos volcanes que aparecen en el fondo de la escenografía, un mural en donde se presenta a esta región, otrora la más transparente del aire.
El mural al fondo de la escenografía ideada por Edyta Rzewuska no es una casualidad o un fácil recurso, de la misma manera que tampoco lo es la aparición del hombre del torso desnudo que antes de la segunda llamada reposaba en el suelo para acto seguido ponerse una ropas "civilizadas" y un delantal ante la mirada indolente del espectador.
Cuando se da la tercera llamada sabemos que el hombre del suelo es el indio, testigo del olvido sistémico de su raza, hijo de la violación y explotación centenaria a la que se le ha sometido, sobre todo en los tiempos de la "civilización", un concepto que este individuo no conoce y que como personaje es un gran acierto de Alberto Lomnitz, director del montaje.
Un edificio de ligero cristal y pesada cantera
La obra cuenta la historia de un empresario en el tramo final de su vida que quiere irse de este mundo con la tranquilidad de haber creado algo grande: un edificio. "Las cosas grandes no tienen una razón, simplemente se hacen porque sí, porque son grandes", dirá el personaje interpretado de forma magistral por un deslumbrante e hilarante Héctor Bonilla.
El problema es que para que valga la pena el numerito, le pide al alcalde, primo hermano suyo y aspirante a la gubernatura del estado, interpretado de forma muy convincente por un experimentado Jua Carlos Vives, que ejecute sus artimañanas para que el edificio pueda construirse en el centro de la ciudad, un trasunto colonial de nuestro país que ha sido declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco.
El edificio será una torre de cristal con apariencia de cantera (para que no desentone con el paisaje colonial) de 20 pisos que se financiaría con dinero público. Como resistencia, surge un tercer protagonista, el cual es un ingeniero responsable de otorgar los permisos de construcción y que encarna el actor Mauricio Isaac, personaje que funcionará como un equilibrio emotivo y diferencial para sostener una crítica tridimensional en torno del poder: la seducción del dinero, la racionalidad engañosa de la política y la fragilidad del individuo.
Lo civilizado: el engaño
Con uno de los más finos sentidos de la ironía y el juego, la obra de LEGOM se construye como un edificio entre el peso y la levedad, (alude al hundimiento y a la inconsistencia e inmoralidad política y social), y registra con mucho tino y humor la estupidez sistémica de la oligarquía nacional.
Pero también representa ese escalonamiento posible que es más bien una institución fundamental de nuestra sociedad: la corrupción, el verdadero subterfugio de nuestro país simulado y constituido a base de cimientos movedizos y con planos y estrategias formulados desde la pura improvisación, en sentido lato y estricto.
A todo esto, ¿por qué Civilización?, nos preguntamos al ver esta obra en la que no paramos de reír cada vez que al "indio patarrajada", interpretado por un valiente y honesto Salvador Velázquez, tanto el empresario y el político se refieren a él como "Juan Diego", "Xóchitl", "Huanzontle", etc, etc, etc, pero nunca con un nombre en específico. Mínimo se nos ocurren dos sentidos: primero porque nos habla del difícil proceso de modernización que en países como el nuestro apenas alcanza el grado de caricatura y que se muestra en la disparidad insultante de la repartición de recursos y por la perpetuidad de un sistema de esclavismo, marginación y racismo que es consustancial a nuestra cultura. Segundo, porque la obra se detiene en distintos momentos de negociación, en donde el poder oscila entre una y otra mano, momentos en los cuales la seducción y el engaño muestran su desnuda contundencia, su centro de calculabilidad para destacar en el proceso de ciudadanización, anulando así la posibilidad de civilización.
El montaje de Lomnitz añade peso simbólico a un texto a todas luces impecable y añade también una pregunta: ¿Existe algo que podamos llamar civilización cuando a los sujetos no se les permite hablar, se les trata como esclavos o se les usa para conseguir cargos públicos y luego se les ignora? Este montaje refleja una verdad: México no es un país de ciudadanos, aquí no hay civilización. México es un país devastado por la mentira y el engaño.
0 comments
Publicar un comentario