La cultura es de quién se la apropia, parecería rezar como un mantra estético y ético el director y compositor inglés Michael Nyman, quien en febrero realizó en vivo una intervención a la obra El hombre de la cámara (1929), del ruso Dziga Vertov en la Cineteca Nacional, acto al que denominó Nyman with an HD Camera.
Al lado de su editor de confianza, Max Pugh, Nyman realizó una especie de happening al insertar imágenes propias que ha reunido durante los últimos 15 años en diferentes locaciones del mundo como México, incluso insertó algunas que tomó con su cámara digital el día domingo en su traslado a una entrevista en Santa Fé.
Nyman dio indicaciones a Pugh y respondió durante casi cuatro horas a las preguntas del público asistente, que llenó butacas y pasillos de la sala en donde se presentó pero poco a poco fue vaciando el recinto ante la lentitud del proceso, que si bien era interesante no pasaba de ser un experimento.
El compositor explicó que su propósito para realizar esta nueva pieza no fue tratar de reinterpretar la obra de Vertov, sino de crear algo nuevo.
Afirmó que el contexto es diferente, las intenciones políticas de Vertov tenían que ver con un tipo especial de cine, el ruso, en un contexto particular de compulsiones y efervescencias sociales.
“Fue filmada en 1929 así que 80 años después sería imposible tratar de reelaborar los contenidos”, mencionó.
“Este ejercicio estético, es una especie de juego posmoderno”,
aceptó el compositor mayormente conocido por crear la música de la ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1993, una apasionante película, El piano (Jane Campion) y, además, por musicalizar varias de las cintas del director de culto Peter Grenaway.
Para ser justos, habría que dar un reviere a la primera aproximación al acto de que fue participe el público mexicano que pareció desesperarse ante la evidente desorganización del evento, donde la persona que figuraba como traductor tuvo que ponerse a hacer otras cosas y Nyman no entendía al 100% las preguntas que le hacían, al grado de bromear diciendo: “I’m lost in translation”,
jugando con el título de la película de Sofía Coppola.
En el fondo el acto fue una muestra perfecta de los recursos con que hoy en día se cuenta para elaborar arte: velocidad, tecnologías de punta e imaginación sin límites.
Además, es una proeza y una provocación intervenir la pieza de Vertov, pieza que responde a una poética muy específica y a un sentido ético ineludible e irrepetible: mostrar la vida en la Rusia a inicios del siglo XX, la gente en su desarrollo cotidiano, trabajando, jugando, al ritmo de las ciudades industriales, con un despliegue total de los recursos técnicos de su tiempo. Atrevimiento al que sólo a un grande como Nyman se le perdona.
Nyman, quien ya había trabajado anteriormente con el filme de Vertov remasterizando las imágenes y creando una maravillosa partitura, ahora dio un paso más al experimentar en tiempo real, con computadoras de por medio y sin perder su irónico sentido del humor, jugando con las imágenes, de tal forma que en donde había personas barriendo en blanco y negro el público pudo observar las tijeras de un hombre que cortaba el pasto en Coyoacán alternadas con las de un carnicero trabajando. Arte que se constituye de fragmentos del pasado para salirse del tiempo.
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