El suicidio: su Nirvana
La mañana del 5 de abril de 1994 Kurt Cobain subió al invernadero de su casa de Lake Washington con una lata de cerveza, una cajetilla de Camel Lights, un par de toallas, una caja de heroína y una escopeta, además de una carta de despedida y un bolígrafo. La carta la había redactado en los primeros minutos del día sentado en su cama frente al televisor. Se sentó en el suelo y agregó a la carta unas palabras dirigidas a su esposa Courtney Love y su hija Frances. Preparó en la jeringuilla una dosis alta de heroína. Todo de un modo tan planificado y cuidadoso como lo hacía con sus discos. Dejo las toallas a la vista para que pudieran limpiar quienes lo encontraran. Se inyectó. Mientras la respiración se le ralentizaba supo que debía darse prisa: la heroína por sí sola había fallado en ocasiones anteriores. Puso la punta de la escopeta en su paladar y jaló el gatillo.
Kurt alcanzó así su Nirvana, un instante de claridad guiado por una reflexión sobre la empatía, palabra que aparece varias ocasiones en su nota de despedida, una nota dirigida en principio a Buda, amigo imaginario de su infancia pero también una especie de alter ego.
Kurt Cobain confesó en esa nota sentirse infeliz y con un dolor físico y psíquico que no podría trascender: Quiero a la gente demasiado, tanto que me hace sentir triste a más no poder. No obstante, ya nada era capaz de causarle emoción.
Pero no todo en su vida fue tedio, enojo o desasosiego. Existe un video filmado con la cámara de los Cobain una tarde cualquiera en su casa en el que Kurt baña a su pequeña Frances: le habla con voz de Pato Donald, y su rostro esboza una tierna y cálida sonrisa que le va de oreja a oreja, una sonrisa como nunca antes alguna cámara había logrado captar; Kurt era realmente feliz.
No obstante, esa imagen también encierra los fantasmas al interior de la vida familiar: Kurt alza a su pequeña por los aires haciéndola creer que es un avioncito que regresa en picado hacia los patos de goma amarillos que esperan en la tina. De pronto la cámara se vuelve hacia el lavabo: en el soporte para cepillos de dientes se encuentra una jeringa con la que Kurt se inyectaba heroína.
Así, el 5 de abril de 1994 fue el final de una larga preparación de su muerte, la última de innumerables sobredosis. Escribe William S. Burroughs en El almuerzo desnudo: un adicto considera su cuerpo impersonalmente, como un instrumento para absorber el medio en el que vive. Cobain se aferró a las drogas para abrevarse en ese mundo.
Escribió Albert Camus en El mito de Sísifo que no hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Tal vez no haya cuestión más importante cuando la vida parece carecer de sentido, cuando el éxito y la fama no contienen ni un mínimo de tranquilidad. Cuando la vida parece absurda, el suicidio es la gran solución. Esa fue la divisa de Kurt Cobain: la liberación, su Nirvana.
La mañana del 5 de abril de 1994 Kurt Cobain subió al invernadero de su casa de Lake Washington con una lata de cerveza, una cajetilla de Camel Lights, un par de toallas, una caja de heroína y una escopeta, además de una carta de despedida y un bolígrafo. La carta la había redactado en los primeros minutos del día sentado en su cama frente al televisor. Se sentó en el suelo y agregó a la carta unas palabras dirigidas a su esposa Courtney Love y su hija Frances. Preparó en la jeringuilla una dosis alta de heroína. Todo de un modo tan planificado y cuidadoso como lo hacía con sus discos. Dejo las toallas a la vista para que pudieran limpiar quienes lo encontraran. Se inyectó. Mientras la respiración se le ralentizaba supo que debía darse prisa: la heroína por sí sola había fallado en ocasiones anteriores. Puso la punta de la escopeta en su paladar y jaló el gatillo.
Kurt alcanzó así su Nirvana, un instante de claridad guiado por una reflexión sobre la empatía, palabra que aparece varias ocasiones en su nota de despedida, una nota dirigida en principio a Buda, amigo imaginario de su infancia pero también una especie de alter ego.
Kurt Cobain confesó en esa nota sentirse infeliz y con un dolor físico y psíquico que no podría trascender: Quiero a la gente demasiado, tanto que me hace sentir triste a más no poder. No obstante, ya nada era capaz de causarle emoción.
Pero no todo en su vida fue tedio, enojo o desasosiego. Existe un video filmado con la cámara de los Cobain una tarde cualquiera en su casa en el que Kurt baña a su pequeña Frances: le habla con voz de Pato Donald, y su rostro esboza una tierna y cálida sonrisa que le va de oreja a oreja, una sonrisa como nunca antes alguna cámara había logrado captar; Kurt era realmente feliz.
No obstante, esa imagen también encierra los fantasmas al interior de la vida familiar: Kurt alza a su pequeña por los aires haciéndola creer que es un avioncito que regresa en picado hacia los patos de goma amarillos que esperan en la tina. De pronto la cámara se vuelve hacia el lavabo: en el soporte para cepillos de dientes se encuentra una jeringa con la que Kurt se inyectaba heroína.
Así, el 5 de abril de 1994 fue el final de una larga preparación de su muerte, la última de innumerables sobredosis. Escribe William S. Burroughs en El almuerzo desnudo: un adicto considera su cuerpo impersonalmente, como un instrumento para absorber el medio en el que vive. Cobain se aferró a las drogas para abrevarse en ese mundo.
Su muerte fue el acto final de una serie de ensayos: todas las entrevistas que Kurt realizó en 1993 incluían alguna referencia al suicidio; la escenografía del último concierto que dio, el Unplugged de MTV, emulaba la atmósfera de un funeral; quienes lo conocían podía descifrar el signo de la muerte detrás de la conducta aislada en sus últimos días. Incluso quienes no eran tan cercanos a él podían advertir que “a ese chico le pasa algo”, como diría Burroughs, después de sostener una larga conversación con su admirador Cobain, a fines de 1993; el mismo Cobain dijo varias veces: I hate myself and I want to die.
El Club de los 27
No es lo mismo morir que decidir suicidarte. No es lo mismo suicidarte que hacerlo a los 27 años. Mucho menos es lo mismo suicidarte a los 27 años y ser una celebridad en el punto álgido de tu carrera.
Kurt Cobain con su muerte entraría de lleno al club de los famosos artistas que a los 27 años decidían consciente o inconscientemente poner fin a su vida. Personajes entre los que se cuentan: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Jean-Michel Basquiat, Robert Johnson, Brian Jones y Richey James Edwards, el más reciente de ellos, guitarrista y compositor de Manis Street Preachers.
La muerte de la mayoría de ellos al ser tomada por la lógica de los mercados quienes han valuado la juventud, talento y excentricidad que los caracterizó en vida, los ha elevado a mitos y leyendas al servicio del dinero.
Con información de los libros:
- Charles Cross, Heavier Than Heaven
- Kurt Cobain. Diarios
Publicados por editorial Mondadori