Recibe el vate reconocimiento en Bellas Artes
La escritura es una necesidad, y si no ¿para qué vamos a escribir?, se pregunta el poeta, ensayista, novelista y editor, uruguayo por casualidad, mexicano por opción, Saúl Ibargoyen, quién el día de ayer recibió un “reconocimiento”, y no un “homenaje”, según aclara, en el Palacio de Bellas Artes con motivo de su 80 aniversario, reconocimiento a un escritor entregado a la búsqueda de la palabra y de lo que el llama “la escritura de cada día”.
Para hablar sobre este reconocimiento, el maestro Ibargoyen, con su siempre generosa sonrisa y amabilidad, dice “pues sí, ya no soy un niño, ¿verdad?”, y sonreímos en complicidad.
El poeta nos recibe en las oficinas de ediciones Eón, a unos pasos de la Cineteca Nacional, una casa de tres pisos en cuya azotea el viento le agita los cabellos, él toma su boina color gris y se la coloca con entrenada exactitud mientras dice: “hay una escritura interior, que es la escritura de cada día, cuando uno escribe sin escribir, y ese es un proceso de escritura interna a la cual se llega por necesidad”, y esa necesidad de la escritura vista como experiencia vital es la pauta, tal vez su preceptiva poética, su divisa escritural para transitar el fragoroso río de las palabras.
“La inspiración no existe. Hay desarrollos internos,principalmente en la poesía, que se van dando en un tiempo cíclico, que no es el tiempo de la historia, y eso forma un núcleo que se desarrolla hasta que estalla en la necesidad de la escritura”, dice e insiste en que si no existe tal necesidad “nos quedamos en la simple retórica, en el palabrerío”, acota.
Todo escritor transmite ideología
“El escritor transmite ideología. Las palabras, como sea que estén ubicadas, están transmitiendo una concepción de mundo, de la vida, de la sociedad, de cada individuo”, apunta.
“Una ideología es una representación de la realidad, de lo que se percibe y de lo que no se percibe, lo que se imagina. Y la imaginación humana al parecer no ha conocido límites”. Aquí, Ibargoyen liga la imaginación a la poesía, al “impulso” poético con que el ente humano nombró su realidad circundante:
“La poesía no nace de la nada, está vinculada a los primeros tiempos de la humanidad, desde que el hombre empezó a nombrar las cosas, desde el ‘bautismo’ que el ser humano hizo de la realidad, y eso viene desde el Génesis, hasta hay una tradición árabe en la que se refiere a Adán como un gran poeta”, comenta Ibargoyen, quien afirma así el territorio de la imaginación como plataforma para el juego y el erotismo, siendo la palabra el resultado, lo que llega después.
La palabra llega un poquito después
“Yo no sé cuando empieza el poema pero tampoco sé cuando termina. El momento anímico que desata la escritura ya no se va a repetir jamás. Por eso cuando interrumpimos la escritura y regresamos a las cuestiones de la vida cotidiana, ¿cómo partir otra vez del momento que ya pasó?
“Como lector trato de recuperar el momento, es imposible, pero eso origina un momento parecido y a partir de ahí se continua. Ahí sí que nos ayudan las palabras, podemos engancharnos de ellas para continuar. Yo creo que la palabra siempre llega un poquito después en ese proceso psíquico, anímico, sensitivo que es la escritura”, apunta el poeta.
Homenajes, para los muertos
Por esa importancia que otorga a las palabras, Ibargoyen, cuando se le comunicó que iba a ser homenajeado, prefirió que al acto se le nombrara Reconocimiento: “Los homenajes tienen como consecuencia que el homenajeado se muere al ratito, y la palabra tiene una carga histórica que significa trascendencia, olor a mármol, olor a bronce, mientras que reconocimiento significa que fulano de tal trabajó durante tantos años, hizo tantas cosas y entendemos que hay que mostrar tal cosa de manera amplia y generosa a lo que se llama el público en general”.
Sonriente y luminoso, Ibargoyen acepta el reconocimiento sin perder la humildad, pese a su experiencia, a toda la tinta que ha emanado de sus sentidos, el poeta no se eleva a las furtivas alturas del Olimpo, para él el ejercicio del escritor es un trabajo como cualquier otro, “la única diferencia está en que además de ese trabajo de escritor hay que tener otro trabajo, simplemente para que haya frijoles en la olla”, concluye.
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