Para Hitler y Stalin, la lucha y la guerra eran las leyes de la dinámica histórica, lucha de clases para los comunistas y lucha de razas para los nacionalsocialistas.
Esta y otras ideas nos revela El informe Hitler (Tusquets, 2008, $379), un extenso documento por momentos escalofriante y lúcido y por otros, inverosímil, ya que muestra una interpretación a modo para la lectura directa del dictador ruso una vez que el Reich había sido aplastado.
El informe está basado en el interrogatorio exhaustivo y en ocasiones brutal a los pocos testigos presenciales que los soviéticos habían capturado, entre ellos el asistente y ayuda de cámara personal del Führer, Heinz Linge, y uno de sus ayudantes militares, Otto Günsche.
Hitler pensaba que Stalin era un genio. La alta estima de Hitler hacia Stalin se fundó en la fe de omnipotencia del dictador y en la violencia como medio decisivo para el ejercicio del poder.
Stalin, por su parte, admiraba a los alemanes en general y llegó a expresarse así del dictador alemán: «Hitler, ¡que gran hombre es! Así es como hay que tratar a los adversarios políticos!», en referencia a la Noche de los Cuchillos Largos, en junio de 1934, cuando el Führer manda matar a Ernst Röhm y otros líderes de la SA (“tropas de asalto” alemanas).
¿Quién aprendió de quién?
Antes de la segunda Guerra mundial, ya se habían producido numerosos crímenes masivos en la Unión Soviética, mientras que los mayores crímenes masivos de la dictadura nacionalsocialista no comenzaron sino hasta 1939 y, en algunos casos, hasta 1941.
¿Qué los hermana? Ambos, eran políticos populistas cuya suerte se vio transformada por una profunda crisis social y política que les ayudó a gravitar desde los márgenes hasta el centro de la política. Ambos eran intrusos en cierto sentido. Stalin era natural de Georgia, que había sido anexionada al vasto imperio ruso en 1806, y Hitler había nacido en Austria, que estuvo unida a su vecina germánica mayor sólo brevemente, entre 1938 y 1945.
Los dos tenían una perspectiva revolucionaria, pues estaban impacientes por cambiar el viejo orden y veían con ojos críticos la Europa burguesa convencional, por lo que ambicionaban rehacer la historia del mundo.
La base que llevó a Stalin y Hitler a alcanzar la dictadura fue que los dos tenían un desmesurado apetito de poder y porque su crueldad, su astucia política y la creencia ciega en su misión les permitieron transformar su ambición en realidad. Una ambición que increíblemente compartieron a millones de compatriotas. Eso que sólo puede hacer el embrujo y encantamiento de la ideología.
Por eso, cada uno a su manera, Stalin y Hitler lograron ejercer formas de autoridad personal directa como nunca se habían visto en la edad moderna.
Un libro que nos hace pensar en otro igual de impresionante, escrito por la politóloga estadounidense, Bárbara Tuchman, titulado La marcha de la locura (FCE:1984, $178), en donde analiza cuatro ejemplos históricos: la guerra de Troya, la reforma protestante, las 13 colonias del Atlántico y la Guerra de Vietnam, para aterrizar la tesis de que estos ejemplos no necesariamente debieron haber concluido como lo hicieron, pues afirma que: 1) había indicadores claros de que el proceso se estaba saliendo de control; 2) tales indicadores no fueron captados por quienes tenían que tomar las decisiones idóneas a la naturaleza del problema, y 3) no solamente no se tomaron las decisiones pertinentes para el caso, sino que se tomaron decisiones que ahondaron la crisis subyacente en cada uno de estos procesos.
La autora encuentra la explicación en una ceguera mental en el líder que tiene que solucionar el proceso que lo hace incapaz de ver el destino de sus actos.
Esa patología perversa es compartida por este par de dictadores fundamentales para la construcción del mundo del siglo XX, y consiste en que el líder es dominado por el ego y se niega a reconocer el error, lo que lo lleva a la destrucción permanente y desenfrenada.
Pero si además uno piensa en lo que sucedió con los grandes intelectuales del Reicht, esta patología puede difundirse a tal grado que puede cegar a una sociedad entera, sus grandes intelectuales incluidos. Es impresionante como Martin Heideger y Carl Schmit ensalzaron al Reicht. ¿Qué pasa en el ser humano? ¿En qué punto clausura su propia estructura de pensamiento para negar ciertas realidades y al mismo tiempo focalizar otras, privilegiar la visión en ellas y quedarse con ese ángulo de la realidad única y exclusivamente?
El Informe es vigente, escarnecedor y radical porque en el fondo nos brinda un registro sobre lo que el ser humano es capaz de hacer.