Giamatti, una espléndida versión de Barney
Un guión fresco y divertido; un hombre que mínimo debió haber sido nominado al Oscar como mejor actor, Paul Giamatti, quien a nuestro juicio debería haberlo ganado (aunque só gano el Globo de Oro), y que se acompaña de otro grande, Dustin Hoffman; una historia bella que nos envuelve en un ir y venir de tiempos para contarnos la vida de un millonario fracasado; una versión digna de una vida porque está contada a contracorriente en una competencia en la cual la memoria cae finalmente ante el fastidioso Alz Haimer: La versión de mi vida es una gran película, de hondas reflexiones, con una estructura y realización muy lograda y con ese condimento que tienen las películas que se nos quedan en el alma.
La historia la cuenta Barney Parnofsky (Giamatti), un individuo que decide repasar su propia vida ante su ocaso. La incitación ocurre luego de que se publica una biografía turbia de él, y ante esa confrontación directa y descarnada con una verdad (hasta que nadie desmienta la tesis de un libro es una verdad) entre las pausas de la vida, la hora del postre, a la hora de preparar alimentos, a la hora de caminar en el parque tomando una taza de café o al trasladarse en un vehículo, Barney repasa su vida, con aciertos y errores y con una profunda nostalgia porque, sin darse cuenta, cometiendo un acto que hoy en día podríamos entender como banal, cotidiano: el adulterio, pierde aquello que era lo más importante de su vida: su esposa.
Barney decide hacer su propia versión. Luego, de esta historia mínimo se pueden desprender otras cuatro versiones: primero la versión de Barney; luego, la versión del escritor canadiense Mordecai Richler, quien falleciera en 2001 dejando éste como su último libro (un libro devastador, con buena prosa y comicidad publicado por Sexto Piso con el título La versión de Barney); la versión de Richard J. Lewis, director de la película; otra, la versión de Giamatti, quien le presta a Barney toda su alma para representar el mejor papel de su carrera, y decir eso es decir un chorro porque este es un histrión de primera; y la versión tuya, del espectador, quien dice finalmente si la película es una digna versión de una vida ante su propia desaparición.
Suma de desapariciones
Perder a la mujer que ama es lo que verdaderamente pone a Barney a la orilla del fracaso. Pero en esta larga mirada, que es la de un viejo recordando su vida sin cribar su pasado, es decir, sin escoger los momentos sino dejando desprenderse los recuerdos por su propio peso hasta llegar a la ventana del reflejo, de la reflexión, se añaden otras perdidas que no son fracaso sino el camino del carácter, las huellas de que se ha vivido, las heridas que uno carga hasta el final sean físicas o emocionales.
Así, en este devenir, Barney recuerda la perdida de su mejor amigo, 30 años atrás: una misteriosa desaparición luego de que, borrachos los dos, Barney disparara una pistola que su padre le había regalado; también repasa la pérdida de su padre (Dustin Hoffman), quien fallece en el privado de un teibol, siendo éste uno de los momentos más irónicos y graciosos de la película, el cual, además, extrae en un instante la mejor versión de Giamatti; y por otro lado, también se suman las perdidas de la memoria de Barney y la pérdida más radical: su muerte.
La vida en un instante
Treinta años atrás, no solo perdió a su amigo. También encontró a la mujer de su vida. Sobre la desaparición de Boogie, la película no nos ayuda a resolver si Barney es culpable o no: no queda del todo claro. En esta ambigüedad se encuentra una de las metáforas más circulares de la película: versiones hay muchas, vidas solo una.
Y en ese hueco es donde se detiene esta película: tal vez exista solo un momento en la vida en donde todo cobra sentido. Esta idea, que se encuentra en las grandes manifestaciones artísticas y literarias, es el punto clave de la novela, el tercer capítulo, y, por eso, en la película se convierte en el centro: el momento en que Barney conoce a Miriam Grant (Rosamund Pike), el amor de su vida.
La escena es contundente: Miriam, su cabello dorado y su elegante vestido verde con escote en V es el instante helado. Barney camina adentro de una sala, mira hacia afuera y ahí, al pie del barandal, la ve por vez primera: dos segundos, tres segundos 10 segundos. Barney se decide: sale del salón, va con ella y se presenta. Cruzan tres palabras, hablan de béisbol. Luego, él vuelve a su boda. Ahora está enamorado pero no de la mujer con la cual se acaba de casar. Sino de aquella quien le manda en un papelito.
Ella se ha ido. El sale del salón apresurado entre la lluvia y el tránsito y va a alcanzarla a la estación de trenes. La encuentra y se sube al tren. Le dice: "Huye conmigo o quédate o lo que sea pero: estoy enamorado de ti. No lo creía pero esto realmente pasa. Sí pasa".
Lo mejor de esta versión es que no tiene un final feliz sino un final en paz. No obstante, la película se agarra de ese momento para desgarrar a un individuo común y corriente que se equivoca, que no es un hombre guapo, pero que sabía lo que quería y que pudo sobrevivir a la ausencia y al fracaso. La vida de Barney es una metáfora de la desaparición. En más de dos puntos, es una versión de nuestra propia vida.
La historia de este filme se basa en el libro homónimo de Mordecai Richler, el último del canadiense, quien falleció en 2001. También cuenta con las actuaciones de Dustin Hoffman, Rosamund Pike, Minnie Driver, Rachelle Lefevre, Scott Speedman, Bruce Greenwood, Macha Grenon, Jake Hoffman, Anna Hopkins, Thomas Trabacchi, Cle Bennett, Harvey Atkin y Massimo Wertmuller.
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