Desierto bajo escenografía lunar, en El Milagro

jueves, 1 de septiembre de 2011

Nostalgia por la luna y olvido del ser

De entrada, una cursilería: las cosas que se hacen con pasión son las mejores. La generación 2006-2010 del Centro Universitario teatral (CUT) es muestra de ello al poner todo el sentimiento, el compromiso y la entrega de la que son capaces en la obra Desierto bajo escenografía lunar, del joven y consistente dramaturgo, Alberto Villarreal, que para este reseñista ha sido toda una revelación.


Esta obra, que se presentó originalmente en CU y que ha tenido representaciones en otras ciudades, la dominan en plenitud los jóvenes actores Esmirna Barrios, Raúl Briones Carmona, Sabina Cobos, Ana María Aparicio, Miguel Pérez Enciso, Abril Pinedo, Mariano Ruíz, Carla Soto y Yiosahandi Vega.

Ellos logran una contundente presentación que se refuerza por la precisión rítmica, la libertad como juego, y la sencillez como postura. Esmirna Barrios, Miguel Pérez Enciso y Sabina Cobos se destacan como actores a los que habrá que seguir de cerca. Sin duda alguna, los actores han comprendido en su profundidad un texto que es duro, como suelen ser las obras de Villarreal, y que pone en duda los estatutos artísticos y de socialización modernos: el arte con propósito, la narrativa lógica, la valorización exacerbada del "artista" o de la "estrella", engaños que rozan la banalidad; del buen decir y el buen hacer, y de la normalidad.

Todo comienza en un salón de baile, que no es cualquier salón de baile pues aquí hay puros perdedores, que lo son más por deseo que por destino, pues acostumbrarse a ganar es peligroso. Es mejor ser un perdedor porque uno deja de estar obligado a cumplir con determinadas expectativas. Luego, reluce la crítica y la burla hacia las estrellas opacas parecidas a las luciérnagas porque son estrellas secundonas, y el caso de una actriz que gesticula de formas imposibles e insoportables. Al final una coreografía que parece infinita.

Coreografías afiladas que producen musicalidad desde la nada (los actores deslizando los pies sobre el piso o dando pasos muy puntuales que tamborilean); dislocaciones temporales, espaciales y de personalidades (de repente estamos en una sala de baile, luego un personaje es una actriz o una perdedora, luego estamos en la Luna y alguien comete un crimen, el crimen de la inspiración); proposiciones verbales entre el proverbio y el aforismo; un tono lúcido y envolvente (equidistante entre la lentitud y el vértigo) que convierte a esta obra en una pieza muy entretenida.

Si bien la apuesta estética de Villarreal es compleja, él es práctico, crea un espectáculo en movimiento, además de todo, muy divertido, mismo que no podría entenderse sin la colaboración de Amalia Olvera, la asesoría vocal de Tania González Jordán; la asesoría corporal de Lorena Glinz; la asesoría para bailes de salón y coreografías de Irma Montero, y la asesoría monociclo de Raúl Kaluriz.

Al explorar lo lejano olvidamos lo íntimo

En el fondo, no hay una premisa fundamental ni una lógica cerrada. Existe la proposición de repensar el ser desde la posibilidad de explorarnos como entes lejanos. Telefísica aplicada. Antes existía la metafísica y el peso del individuo se sustentaba en conocerse a si mismo. Hoy en día, el hombre ha abandonado su órbita personal y ha creído conquistar todos sus sueños, la naturaleza y su propio cuerpo. La telefísica significa un engaño: el de nosotros mismos pensando que somos capaces de conquistar galaxias, de llegar tan lejos como nos lo propongamos, hemos perdido de vista nuestra propia esfera íntima y privada, nos desconocemos aunque creemos saber quienes somos y hasta a veces estamos seguros de ello.

La propuesta poética no podía ser más bella y más atroz: si la inspiración se ha acabado en la tierra eso supone que debemos invadir otros planetas para encontrarla. Para terminar del mismo modo. En un engaño, en un salvaje y voraz juego de seducciones y trampas, eso es la civilización, el mundo de las apariencias en donde jugamos a ser alguien, jugamos a conquistar una identidad y luego conquistar personas para convertirlas en zombies ignorando que nosotros ya lo éramos.

El teatro que propone Villarreal parte de la honestidad sin mediaciones y sin objetivos, ya luego surgen sobre el papel las situaciones extremas o ridículas, las frases crudas, cínicas y punzantes, o los problemas e ideas vitales, que después caen sobre los actores quienes a su vez las expanden y a continuación las inyectan como dispositivo de dudas e incredulidades en la mente del espectador.

Más allá, los aplausos. Pero permanece la nostalgia. Una nostalgia que obedece quién sabe a qué pero que nos recuerda que siempre nos falta algo y que siempre hemos perdido algo. La duda y la pregunta se proyectan como resoluciones concretas de los propósitos de este autor, pues si bien Villarreal nos ha comentado que estos son inexistentes, finalmente sus ideas, sus situaciones, su uso del espacio se filtra en el público como un arrebato sutil, tal vez invisible pero innegable. Un teatro que sacude e interfiere. Un teatro que es arte y espectáculo. Un teatro que no hay que perderse.

Fotos: José Jorge Carreón
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