La casa limpia, de Sarah Ruhl

jueves, 2 de junio de 2011

¡Relucientemente sucia!


El amor no es algo limpio: es sucio. En torno de esta idea gira la nueva puesta en escena de Azteca Teatro, La casa limpia, una comedia con una pizca de acidez que a nivel actoral y dramático es sencillamente brillante. Verónica Langer y Flor Edwarda Gurrola hacen una dupla muy atinada que lleva el ritmo de la obra con tierna ingenuidad y un humor sin límites.

La obra comienza con Flor Edwarda, en el papel de Matilde, contando un chiste en portugués. Lo más irónico es que, a menos que usted sea carioca, sin entender una sola palabra lo que cuenta la actriz hace que usted muera de risa. Matilde es una joven brasileña que lo único que sabe hacer es contar chistes y ha salido de su país para buscar un sitio en el cual encontrar de nuevo sentido a su vida. Ella quedó a la deriva después de que sus padres, las personas que más amaba, fallecieron.

Los amaba tanto porque además eran las personas más chistosas de todo Brasil. Y fíjese bien en el detalle: Tan chistosas que el papá de Matilde mató con un chiste a su esposa: ella se murió de un ataque de risa. Luego él se murió de tristeza. Se vale un ¡plop! a la Condorito.

Curiosamente en el chiste, Matilde tiene una ventana vital porque a partir del chiste ella juega con el doble sentido, malea la viscosidad del lenguaje y dota de profundidad a la vida. Ella tiene, además, un propósito: crear el chiste perfecto. O sea: ser como Dios, porque solo un chiste perfecto puede dar mucha vida y espontaneidad a partir de la risa y también puede conducir a la muerte perfecta: con una sonrisa y sin dolor.

Matilde tiene una limitación para lograr su chiste perfecto: es contratada por una familia para hacer la limpieza del hogar y no tiene el tiempo ni la inspiración para pensar en el chiste perfecto. Matilde no tiene ningún talento para la limpieza, a ella le choca limpiar porque se pone triste. Pero la dueña de la casa, Lane (Ciocchetti), tiene una hermana: Virginia (Langer), quien está obsesionada por la limpieza y cuando descubre la poca eficiencia de Matilde le propone un trato: yo hago la limpieza y tú haz como si nada.

De aquí se desata una obra en la que se cruzan las historias de Virginia, una solitaria ama de casa cuyo esposo es apenas una presencia figurante; Lane, una exitosa médica con un matrimonio fracturado y en pleno derrumbe a pesar de que ella lo ignora; su esposo, Carlos (Fernando Ciangherotti), quien introduce la nota disonante al confesarle a Lane que ya no la ama y que ahora está enamorado, sorpresiva e incontrolablemente, de Ana (Martha Aura) una mujer con cáncer terminal.

La agudeza, el poder irónico, la intensidad verbal y el ingenio de Sara Ruhl se filtra en cada uno de sus personajes. La obra, aparentemente ligera, es de una profundidad luminosa y se convierte en una obra artística de primera, muy sutil y muy lúcida. No es casualidad que gracias a ella la joven dramaturga haya obtenido el Premio Pulitzer 2005.

En su versión mexicana, la obra cuenta con un preciso trazo escénico dirigido por Debbie Saivetz, y con un elenco en el que nadie desentona. La iluminación es amable y la escenografía clara, directa.

Sin decir nada serio, la obra alcanza un fondo humano sorprendente, pues invita a reflexionar que justo en los momentos en los que se comparten sonrisas es como se cuenta la densidad de la vida; que aceptar la muerte con alegría es en sí la culminación de una obra perfecta, y que lo valioso del amor y de la vida se encuentra más allá de categorías agotadas como lo bueno o lo malo, como lo limpio o lo perfecto. Lo más cercano a la perfección es un instante, y los instantes, en la memoria, suelen ser borrosos, sucios, aún así: brillantes.

La puesta es una iniciativa de las actrices Ana Ciocchetti y Verónica Langer.

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