Dos libros para Luis Cernuda

miércoles, 29 de junio de 2011

Luis Cernuda, desde la historia y la emoción
Circulan en México biografía del poeta y una novela en la que es personaje

Desconozco la obra de Cernuda, mea culpa. Pero para quienes no son ignorantes en esta materia, me parece que este par de textos les pueden ser de interés:

El gran poeta sevillano Luis Cernuda, llegó a París en febrero de 1938, dejando atrás un país que se desangraba en una cruenta y despiadada guerra civil, España. Meses después, en mayo del mismo año, es invitado a Inglaterra para impartir una serie de conferencias, coincidiendo con la llegada de 1800 niños españoles hijos de republicanos, la mayoría de ellos huérfanos, que son recibidos como refugiados políticos en aquel país.
¡Quién lo viera! Cernuda en bañador.

Desde un punto de vista histórico, aquel momento marca un antes y un después en la vida del poeta: la vida en el exilio, la vida lejos, fuera y la vida en constante reniego del terruño natal, época de su vida que desembocaría con su muerte en México en el año de 1963.

Pero también, desde un punto de vista emotivo, marca un antes y un después: el momento de la tristeza, de la amargura, de la decepción total, luego de saber que también los niños mueren en su natal España.

Estas dos visiones las retoman de un modo vital y muy distinto dos escritores (uno filólogo, el otro novelista) en dos libros interesantes y fundamentales para aproximarse a la trascendencia de este hombre que fue un poeta hasta la médula.

Antonio Rivero Taravillo con la segunda parte de la biografía de Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963), cuya primera entrega ganará la XX edición del Premio Comillas de ensayo, y Eloy Urroz con la novela La familia interrumpida, una novela muy personal, que ha recabado los elogios de la literatura más oficial: Jorge Volpi y Carlos Fuentes.

"Era un radical rebelde": Rivero Taravillo

El poeta y el mundo son dos ramas que provienen de la misma raíz: el mundo es poiesis, creación constante, y el poeta es creatividad incontinente. Pero en el caso de Luis Cernuda, en esta relación poeta-mundo, según el filólogo y traductor Antonio Rivero Taravillo, "vemos como dos piedras que chocan, aunque de muy diferente tamaño: yo y el mundo o el mundo y yo, de ese choque se producen chispas y de ahí muchos poemas. Cernuda es un caso extremo en este sentido", dice.

Rivero Taravillo comenzó a apasionarse por la obra de Cernuda desde hace ya 25 años, 7 de los cuales los destinó a la redacción de la primera biografía que se ha escrito del vate.

"Cernuda tenía un carácter difícil. En el fondo de él, había una pulsión a romper con todo y con todos. Cernuda fue un radical rebelde, alguien que no tenía encaje en el mundo. Su exilio fue perpetuo", dice el escritor.

Pero en México encontró: "una forma de entender el mundo más sensual, al margen del afán mercantilista de países por los que él pasó como Inglaterra, Escocia y Estados Unidos, donde lo importante es el éxito en lo económico, la producción. Y esto es absolutamente ajeno a quien era Cernuda".

"Era un escritor con formas bien distintas, y lo que se mantiene como constante fue esta rebeldía más un tono moral de meditación como no hubo en España antes de él. Después, sí. Porque entre los poetas españoles su influencia ha sido bastante importante, sobre todo tras la vuelta a la democracia. Y ha inspirado a varios poetas de generaciones sucesivas, lo cual no es frecuente porque una generación de poetas suele repudiar a quien fue maestro de la anterior", comenta Taravillo.

El cambio de tono: la mirada triste

Persona dura, difícil. Poeta radicalmente humano, albergó desde niño la idea de que no era bien acogido en su familia y luego se sintió diferente. Se dice de él que era un hombre huraño. Pero, por más que se diga lo que se quiera, al escritor mexicano avecindado en Estados Unidos, Eloy Urroz, quien toma a Cernuda como uno de sus personajes en la novela La familia interrumpida, le interesa más seguir el registro de los poemas de Luis Cernuda para indagar con más preguntas.

Para Urroz, Cernuda más que enojón era un hombre triste. Ha leído desde hace bastante tiempo al poeta sevillano y entre sus afectos destaca un libro que es su favorito: Las nubes.

"Dentro de este libro hay un poema que me causaba misterio, es un poema sobre la muerte, se llama 'Elegía a un niño vasco muerto en el destierro', y fue a partir de ese título y de esa prosa que yo quise saber qué había detrás. Esto me dio pie para investigar más sobre Cernuda y finalmente llegué a la idea de que quería escribir una novela a partir de esa idea", indica el narrador.

"En el contexto de la Guerra Civil española, 1800 niños vascos que son asilados en Inglaterra, muchos de esos niños son huérfanos. Se da la coincidencia que en febrero de 1938 Cernuda escapa a Inglaterra en 1938, frustrado, decepcionado de España, sin trabajo, y cae de casualidad en un trabajo ayudando a estos niños", afirma.

¿Qué cosa más triste que la muerte de un niño? se pregunta el escritor mexicano. Añade que ésa es la tristeza que se puede encontrar en La familia interrumpida. Aclaró además que esta no es una novela histórica sobre Cernuda, pero asegura que si algún lector no conoce al vate ni todo su legado, leer esta novela es "una forma de llegar a él".

Retomando el tema del carácter fuerte de Cernuda, Urroz añade: "lo que pasa en mayo de 1938 es importante porque es lo que da al traste con su personalidad: si ya estaba amargado se amarga para siempre; si era un escéptico del ser humano y tenía la peor opinión sobre lo que el ser humano es, concluyó en que: somos escoria, el hombre es un hijo de puta. Punto final. Somos una mierda, basura, sin importar nuestra filiación política. Y eso se traduce también en su poesía, porque lo que vino después de Las nubes es amargura, pesimismo en gran escala, antiespañolismo, anticatolicismo, anti-establishment. Por eso Cernuda es el gran poeta no convencional", puntualiza el narrador mexicano.

Interpol, una vez más

lunes, 27 de junio de 2011


Interpol, solitos y bajo el bronce

Quedé a deber la reseña. Pero bueno, aquí comparto un textito previo. Disculpen. No soy fan de Interpol. Mi nena, Nancy, sí. Puedo decir que ya les agarré el gusto después de verlos por tercera vez en vivo, ahora reconozco que es un rock bien sobrio, denso y lúcido. Me gusta.

Y hablando de revelaciones, esta noche también fue la tercera en la que he visto tocar a Rey Pila... Debo reconocer que también ya lo miro con otros ojos. Rey Pila tiene onda. Si lo traen como calzón sus promotores pero su música también es cuidada y prendida.

Ahora el turno de Paul Banks, que, lo recuerda muy bien Nancy, le dijo a los mexicanos: "ustedes son los mejores ganes (sic) del mundo". Yo estoy de acuerdo.

Han sido las figuras pero no han tenido su espacio. Interpol es una de las bandas consentidas por una buena parte de los jóvenes melómanos mexicanos y, finalmente, luego de sus más recientes presentaciones, las últimas dos como figuras centrales de magnos festivales de rock, se vuelve a presentar en la ciudad de México en el marco de la gira de promoción de su más reciente álbum Interpol (2010), el cuarto en su trayectoria.

Hace tres años en el Manifest y el año pasado en la primera edición del Corona Capital, Interpol dio constancia del por qué se les considera una de las bandas más importantes de su generación, al grado en que ha sido considerada por la crítica como una de las propuestas más sólidas de la primera década del siglo XX. En vivo, en esos grandes festivales, dieron la nota alta. Ahora, sus fans no esperan menos de ellos.

Desde su irrupción en la escena musical con el disco Turn on the Bright Lights (2002) brillaron curiosamente por su sonido: pasmoso y poderoso, y su pulcra ejecución instrumental que contrasta con el sonido estruendoso de las tradicionales bandas de rock. Interpol, desde su nombre, es una propuesta más sobria e inclusive sus letras lo reflejan. Es una banda que camina a pasos agigantados hacia su consolidación, y su más reciente placa se encamina en esa dirección.

Paul Banks (o Julian Plenti, vocalista que tiene a México entre sus estaciones consentidas, pues aquí vivió durante una temporada), Daniel Kessler (guitarrista), Sam Fogarino (batería) y el reciente incorporado bajista Brad Truax, a quien ya se pudo ver en acción en el Festival Coachella 2011, presentarán un concierto más personal, más dirigido y, se espera, más emotivo que sus presentaciones pasadas, en las cuales ya han hecho gritar locamente a sus fans mexicanos, quienes nuevamente podrán corear sus canciones favoritas de los discos Antics (2004), Our Love to Admire (2007) y ahora Interpol (2010), un disco cuyo sonido habla por si solo: "es realmente Interpol", han mencionado repetidamente los miembros de la banda.

Los intérpretes de temas como "Evil", "Obstacle 1" y "Show hands" también se presentarán el viernes primero de julio en el Auditorio Telmex de Guadalajara, y el sábado dos en el Auditorio Banamex de Monterrey.

A la caza de la mujer, de James Ellroy

Primitivo y cazador

(sin foto)

Hace ya algunos años el afamado, denostado y hasta autor de culto: el escritor estadounidense James Ellroy escribió una especie de autobiografía la cual se publicó con el título Mis rincones oscuros. En aquel momento coqueteó con ese género que solo pueden explorar los autores medianamente trascendentes que envejecen los suficientes años para darse cuenta de ello o aquellos que cuentan con la suficiente egomanía para creer que los relatos de su vida son de un interés mínimo para una cantidad económicamente viable de potenciales lectores.

Mis rincones oscuros, cuyo título además de todo es prodigioso, fue un éxito de ventas, y constató que el ego de Ellroy es lo suficientemente grande y su maniática visión del mundo se traduce en términos literarios de un modo totalmente formidable y novedoso. Aquel primer libro liberó una asignatura que suele quedar atrapada una vez que se aborda el género: explicar, significar y definir la identidad. Y, al contrario, nos dejó una imagen más borrosa, menos nítida, menos asible pero más profunda de El.

En Mis rincones oscuros se inventó, por encargo de su editorial, como un detective o un reportero de nota roja para indagar la muerte de su madre, Jean Hilliker, quien fuera brutalmente violada y asesinada a mediados de los años 50, cuando el pequeño James contaba con 10 años de edad. Hecho trágico que marcaría su vida y que repercutiría en los temas y obsesiones que suele explorar en su literatura, como ejemplo de ello se cuentan las novelas como L.A. Confidential y La Dalia Negra, por mencionar las más conocidas.

Nosotros, lectores comunes, ¿luego de Mis rincones oscuros que más podíamos pedir a ese nivel? La respuesta la ofrece A la caza de la mujer (Mondadori), el más reciente libro del escritor sexagenario. De la lectura de esta obra, surge una primera pregunta: ¿es novela o autobiografía? No es ni una ni la otra, sino más bien un poco de las dos y nos atreveríamos a decir que es sobre todo una novela: un relato ficticio hecho con método, técnica y destreza narrativa pero, sobre todo, con una de las más admirables y arriesgadas excavaciones humanas, en un nivel en que la fenomenología, la caza de los espíritus interiores conjurados del moho que se pega a las entrañas, hace una cala sin cribas y con toda la honestidad, todo el arrojo, todo el sentimiento, toda la habilidad verbal, todo el desparpajo y toda la potencia narrativa que es posible encontrar en un escritor que se precie de serlo: un creador de literatura y no un buen contador de historias.

La historia de Ellroy es la de un hombre viejo, desencantado que siendo joven vivió mal pero de viejo ha vivido tan bien como una celebridad de Hollywood; un hombre que no ha encontrado límites y que no los tiene a la hora de reconstruir la vida a través de la palabra; un hombre con miedos y fallas que no pide disculpas y que parecería no temerle a nada; una especie de espíritu que se encuentra más allá del bien y del mal: un iluminado lleno de mierda y cicatrices, un apóstol de la abyección, un mesías de la tradición blanca, un santo de la perplejidad. Un hombre sin tiempo: un adelantado que transmite desde lo remoto.

A la caza de la mujer es una exploración vitalísima trenzada de acuerdo con las mujeres que lo han acompañado en su vida, con la prístina coincidencia de que todas y cada una de ellas son bellas, de piel blanca y cabello rojizo: todas, parecidas a la primera, la fundamental, pero ninguna ni siquiera la primera (la madre), la única. En un nivel tangible esa no existe, acaso podrá registrarse en un instante imaginativo en la conciencia pueril del pequeño Ellroy: en el pasado existe Ella, pero Ellas (incluida Jane) son el consuelo a la búsqueda inmanente de un hombre hambriento que no esconde ni se apena de su voracidad.

Esas mujeres se borran y reaparecen, se filtran y se deshacen para refuncionalizar a esa mujer que es huella, vestigio y posibilidad: Ella: Todas. No, su Yocasta personal. Sino el ombligo: la cicatriz. La carencia perpetua y la incompletud irremediable. Su ilusión vital. Sin la muerte de su madre quizá para nosotros jamás hubiera existido un Ellroy. Y esa sería una tragedia igual de grande.

Ellroy es un escritor diferente y necesario. Y no porque sea un viejo borracho de 60 años, malencarado y sangrón, que ha hecho fama y que le importan un bledo los cánones cultos, un hombre que no ha tenido hijos y que se ha liado con cuanta mujer ha podido.

Sino porque Ellroy es un santo de la literatura post-apocalíptica: alguien que, con una mueca de hastío, entre el humor y la ironía, rebobina hacia el futuro una cinta velada en búsqueda de su principio. Ellroy es lo que queda, lo último que nos queda, de aquellas categorías que un día significaron todo un mundo conocido como Literatura: honestidad, auto escarnio, incredulidad, perplejidad y valentía. Categorías que funcionaban cuando los relatos tenían peso y en el mundo aún existían resquicios de heroísmo. Cuando había hombres y no fantasmas. Cuando el hombre se lanzaba a la caza de sus ilusiones, a la caza de su mujer.


Casi, un pueblo

jueves, 23 de junio de 2011

El casi casi del amor
Una obra singular, tierna e interesante
Ya le quedan poquitas funciones, ¡vayan!

Imagen tomada del blog Diario del Planeta

Nueve formas singulares de acercarse al amor. ¡Vas a amar esta obra! Son las frases con las que se promueve Casi, un pueblo, obra de teatro original de John Cariani y que Ocesa Teatro ha montado con un elenco serio, equilibrado y que cumple con muy buenas actuaciones: Gabriela de la Garza, Úrsula Pruneda, Moisés Arizméndi y Bernardo Gamboa, dirigidos por José Manuel López Velarde, creador del musical más exitoso que ha montado en los últimos años esta productora, Mentiras, y de otro sobre el cual se tienen grandes expectativas y que se estrenará próximamente: Si nos dejan.

Si atendemos a las leyendas con las que iniciamos esta nota, lo único que atinamos a pensar es: ¿así o más melcocha? Cursilería y cursilería: gancho emotivo. Pero más allá de eso, y con toda la melcocha que se pueda imaginar, esta obra es una singular, tierna e interesante puesta en escena que, sí, ok: si a usted las historias de amor le parecen cosas lejanas, inverosímiles, superfluas, le aburrirá enormemente. Pero si es usted un ser humano común y corriente que se ha enamorado alguna vez, sin duda encontrará alguna historia que le hable de cerca. O de lejos. Pero sin duda le hablará o al oído o como un susurro a distancia o como una corneta al amanecer.

Porque Cariani ubica con genialidad aquellos momentos en los cuales emerge la posibilidad del reconocimiento. Más sencillo: reconocimiento= acuerdo entre dos personas que se dan cuenta que se gustan. Créalo o no, el amor es una simple suma de casualidades, muy compleja y muy caprichosa pero para clarificar nuestro punto pensemos en esto: en la clásica imagen del elevador:

Dos personas se encuentran solos en un elevador y se atraen mínima o fuertemente, por los motivos que sean, y esos segundos en el que comparten la convergencia de ese espacio vertical que los funde en un tránsito de niveles es una oportunidad única. Basta esa casualidad para que sus vidas cambien o, mínimo, para que fantaseen con lo que pudo haber pasado y reanuden su tránsito horizontal como si ahí adentro se hubiera suspendido el tiempo.

Las posibilidades del amor son infinitas; sin embargo, muy pocas, por más que usted sea un dandy o una femme fatale, lograrán consumarse. Este es el punto de partida de esta obra en la cual se prefiere no contar una historia sino muchas y así ahondar en la complejidad de los encuentros: en cómo la vida puede tomar un rumbo distinto si en el momento preciso nos decidimos o no a seguir a la persona, a decir te amo o callar, a lanzar esa mirada como un arpón o titubear, a acariciar ténuemente o meter las manos en los bolsillos.

Ahí se ubica la materia de esta obra. Por lo mismo es casi imposible que usted no se haya sentido en Casi: un pueblo que se ubica en la inminencia: el casi casi. Un lugar mágico porque, justamente, se nutre de la imaginación y de las fantasías: solo ahí puede existir. Porque ese amor es un instante, y en ese sentido es mágico, porque el instante basta. Después, está la vida real y sus amarguras. Pero ser capaces de habitar ese instante es casi casi como advertir el milagro de una obra de arte: que a pesar de estar a la vista siempre es invisible, hasta ese casi casi en que está a punto de ocurrir: finalmente se revela: y luego desaparece.

La primera historia de estas nueves es la más compleja, la más sencilla y la más redonda: Un par de tímidos enamorados sentados en una banca confiesan su amor. No saben cómo actuar. Quieren estar cerca. El dice algo extraño: "mientras más cerca estamos en realidad más lejos nos encontramos". Para ponerle un ejemplo a Ella, toma un papel, lo hace bolita y le dice: "¡mira! mientras más juntos, en realidad más lejos estamos uno del otro". Coloca dos dedos que los emulan, sobre la bolita de papel, levanta uno de esos dedos y le da la vuelta a la pelota hasta llegar al dedo que dejó inmóvil. Entonces, Ella se aleja, y él dice: "¿ves?, ahora estás más cerca... más cerca... y más cerca". Ella sale por un costado del escenario.

Esta obra es bella en su ausencia de pretensiones y en la contundencia de esa imagen inicial que se completa como un círculo al final de la obra. Un círculo: el símbolo de la unión perfecta.

Casi, un pueblo
Teatro Virginia Fábregas (Velázquez de León 29, San Rafael, Metro San Cosme)
J 20:30 hrs; V 19 y 21:30 hrs; S 18 y 20:30 hrs y D 13:30 y 18 horas.
$350 por el Sistema Ticketmaster

Si nos vamos con el prejuicio probablemente dejemos de atender una obra que se compone de fragmentos, historias que como las buenas historias de amor jamás comienzan así como jamás sabemos cuándo terminan.



Flavio González Mello, sobre Edip, en Colofón

"Seguimos sin ver y sin saber nada": Flavio González Mello

Edip, en Colofón, una de las obras más interesantes de la CNT

Para Flavio González Mello no hay verdades absolutas. Los grandes universales hay que ponerlos en duda al mismo tiempo que no hay que olvidar las cosas importantes, las más sencillas, las más inmediatas: dónde estoy, qué día es hoy, quién es esa persona, qué dije. Propone jugar con los mitos clásicos, y divertirnos haciéndolo porque, además, nos encanta: "la vuelta de Ulises a Ítaca está en todas las road-movies".

Flavio tomó el mito de Edipo para divertirse. Y reconoce que la actualidad y vigencia de este mito se ubica en que a pesar de tanto conocimiento y sentido de planeación, para el hombre moderno el futuro jamás ha estado en sus manos.

"En realidad somos tan pequeños que no podemos controlar nuestro destino. No es cierto que tú eres arquitecto de tu propio destino. El ser humano cree que sabe muchas cosas pero en realidad siempre acaba equivocándose", dice el destacado dramaturgo mexicano, Flavio González Mello, quien, clavado en los temas de la multiplicidad de la identidad, se hacía preguntas y finalmente halló una respuesta en una de las obras de autor más interesantes y complejas que se han creado en México en los últimos años: Edip en Colofón, que actualmente se presenta en breve temporada en el Teatro Julio Castillo, en Chapultepec.

¿Somos lo que recordamos o bien somos un personaje que hemos construido caprichosa y arbitrariamente por vía de algunos recuerdos?, se preguntaba hace seis años cuando comenzó la redacción de esta obra. Y esa pregunta la llevó González Mello todavía más lejos: ¿si nos quitan eso (esa ficción o criba de la identidad) entonces qué somos?, ¿si te quitan ese pasado y la idea de que ya no vienes de un lugar sino de otro, qué queda de ti? No halló una respuesta sino muchos discursos vertidos en esta obra de teatro.

Edip en Colofón retoma el mito griego de Edipo (su destino es asaltar a sus raíces: mata a su padre y copula con su madre) y lo lleva al extremo (construyendo simultáneamente una crítica a los géneros teatrales) al condenar a Edipo a vivir en un presente continuo, pues no puede recordar el infortunio que ha padecido en el pasado.

La obra no es una continuación del mito sino una actualización de sus metáforas en un nivel simbólico y abstracto. Por eso Flavio González decide que la acción dramática ocurra en un manicomio: un lugar de repetición y sin tiempo. La ambigüedad, la duda y la ironía son las materias primordiales de las cuales se ayuda el dramaturgo para tejer una tragedia cómica que anula el tiempo y provoca el extrañamiento radical del espectador, pues la obra entra en sintonía con los tiempos que corren: se vive sin futuro, en un presente continuo donde todo es nuevo. Lo novedoso: el valor neurálgico y axial para la seducción que tiñe la totalidad de nuestra cultura.

Darle vueltas al presente

González Mello se fijó en los padecimientos mentales del lóbulo frontal y los desarrolló en el personaje Edip: "Edip elimina el tiempo. El está encerrado, porque si avanza lo que sigue es tremendo y si retrocede lo que encontrará es tremendo. Y entonces lo que hace es detenerse y darle vueltas al presente. Y esa es un poco la idea: ¿qué pasa si te evades del tiempo y vives siempre dándole vueltas al presente, si decidieras olvidar? Nunca queda claro si Edip está condenado por un problema de salud mental o si hay una dosis de voluntad en sus acciones", comenta el dramaturgo.

Esa ambigüedad es uno de los juegos más interesantes, juego que retoma de manera formidable el director de la puesta, Mario Espinosa. La ambigüedad es, asimismo, uno de los contenidos más profundos e irónicos de esta propuesta teatral que se encuentra, a su vez, anclada en otro mito: el eterno retorno.

"El mito de Edipo es la paradoja perfecta: es un callejón sin salida, es un absurdo. No se puede resolver pero es un círculo perfecto: a ti te dicen que tienes un destino: si vas hacia adelante lo cumples, si huyes a él llegas al mismo punto. Es casi una figura de geometría narrativa perfecta y muy rara. Y es una historia además que nos sigue tocando", añade Flavio, quien no se mete con academicismos ni propone lecturas cerradas.

El dramaturgo añadió que la obra intenta ofrecer al público una variedad de emociones. Es una tragedia cuyos enredos la llevan hacia la comicidad pero también se vuelve un melodramón como una telenovela que provoca un sentimiento mixto en el espectador: entre el espanto y el absurdo. Un drama fundamental para mirarnos desde la locura y la ceguera.

Bef, sobre Hielo negro, Premio Grijalbo de Novela 2011

lunes, 20 de junio de 2011

"Me aterra el presente y el futuro"
Bef presenta Hielo negro, novela policiaca a la cyberpunk

El nombre de Bef cada día gana más eco en el mundo de las letras nacionales. Poco a poco este joven y talentoso "monero" se ha abierto camino en el mundo de la literatura. "Hace 15 años una novela como la mía jamás hubiera ganado un Premio en una editorial grande como Grijalbo", dice sobre Hielo negro, su más reciente novela, la cual se hizo acreedora al Premio Grijalbo de Novela 2011.

Pero Bef, esas siglas que no son más que una abreviación cómoda, libre, hasta obvia del nombre Bernardo Fernández, se ha convertido en una especie de marca. Próximamente lo veremos en un cómic editado por Sexto Piso el cual comparte créditos con Juan Villoro. Pero si de marcas se trata hay una que le sienta perfecto: Nexus 6. El día de nuestra entrevista viste una playera verde con la leyenda "Nexus 6" en el pecho, leyenda que alude directamente al modelo más avanzado de replicante en la película Blade Runner, de Ridley Scott basada en la novela de culto de Philip K. Dick.
La Ciencia Ficción es una de sus pasiones.

Por eso en Hielo negro podemos encontrar una historia de alquimistas (en busca de la droga perfecta), una novela policiaca (el crimen es el tema central de la novela) y una novela cyberpunk.

"Yo veo aterrado una transición hacia la simularidad:
la conexión permanente del individuo con los sistemas digitales, en la que cada vez habrá una brecha más grande, no solo entre ricos y pobres, sino entre conectados y no conectados.

Y con estos conectados, lo que se está operando, no solo a través de lo digital sino de lo biotecnológico, es acercarnos a una situación de división entre humanos, transhumanos y posthumanos.

Estamos en el umbral del apogeo de la biotecnología que, además, marcara diferencias sociales importantes", alerta Bef.

Una voz de alarma que no hizo eco

"La literatura y, en concreto, la Ciencia Ficción, ha reflexionado desde hace más de 150 años sobre esto: desde Frankenstein, en 1818, se ha reflexionado sobre cuáles serán las condiciones de lo posthumano. Frankestein es el primer replicante, el primer androide, en el sentido más amplio, que apareció en la literatura. El se emparenta, al reclamarle al Doctor la soledad y exigirle una compañera, con Roy Baty queriendo más tiempo de vida. Hay una conexión directa entre ellos que, además, se ramifica como un fractal", opina el maestro de diseño en la Universidad Iberoamericana.

La pregunta obvia, una vez que pensamos en que estos temas, esta descomposición o modificación de lo humano se anunciaba desde hace más de un siglo, es y por qué no se hizo nada. Respuestas académicas y filosóficas hay para aventar pa' arriba. Bef es más terrenal: "porque somos muy brutos". Pero también es un hombre de referencias: "Cumplimos cabalmente con el Mito de Sísifo".

Ante el desaliento nos queda la sonrisa, la mueca. Dice Bef: "Creo que la ironía y el humor son herramientas muy buenas para sobrellevar el sinsentido de la vida humana".

Sobre los alcances de la literatura es mesurado: "Escribir es un acto eminentemente reflexivo y también es un acto profundamente gozoso y lúdico: te puedes divertir. Yo creo que a veces peca de solemne la literatura mexicana. Por un lado es reflexión pero también es entretenimiento inteligente: entretenimiento en el mejor de los sentidos. Quizá es algo que no sirve para nada concreto, como la música, y sin embargo no podemos vivir sin ella. En última instancia la literatura sirve para reflexionar sobre la complejidad de la existencia humana", añade Bef.

Ya no se puede caminar tranquilo por las calles

Recuperando el tema de su novela, Bef no quiso hacer una denuncia ni una narco novela, simplemente como el narcotráfico es la actividad criminal preponderante del momento, el contexto emergió de manera natural:

"Yo hice un ejercicio imaginativo, una novela de aventuras enraizadas muy profundamente en la realidad nacional en un momento de gran inestabilidad y violencia. Hoy no puedes caminar tranquilo por las calles porque te sientes amenazado permanentemente por una entidad, además, abstracta. Yo salgo de mi casa poniendo triple cerrojo porque existe la posibilidad de que alguien llegue y la vacíe. El DF no tiene esta violencia que hoy azota a lugares que antes eran tranquilos pero de todas formas no estás exento de ello", opina.

"La cultura del narco es un fenómeno que trasciende lo literario. Mientras la gente siga leyendo narconovelas serán pertinentes. Yo quise cambiar de foco: no hay hombres de hebillas grandes que escuchan música norteña". Hay dos mujeres que se enfrentan y una historia por encontrar la droga perfecta. Hay imaginación y honestidad en lo narrado.

Pedazos de Apocalipsis

jueves, 16 de junio de 2011

A siete fragmentos del Apocalipsis
Una obra de teatro cargada de furia y desencanto

Siete fragmentos antes del fin. Siete textos independientes unidos por el desencanto. Siete piezas dramáticas que mantienen una misma estética aunque fueron trazados por seis directores distintos. En siete días se creó el mundo y en siete fragmentos se anuncia su derrumbe. Pero el anuncio existe y esa es una ventaja: el anuncio es como la conciencia o como un fantasma que ha recorrido los tiempos. El anuncio es una alerta: no hay más certeza que el derrumbe, el acabamiento, el polvo, el dolor y la desaparición. ¿Qué hacer?

Respuestas puede haber muchas: acelerar la destrucción del planeta, ser indiferente, ser responsable, hacerse rico, matar gente, suicidarse, amar a los tuyos, tener un hijo, plantar un árbol. La respuesta que Martín López Brie obtuvo fue hacer teatro y escribió siete fragmentos que unidos conforman una obra teatral que es un lamento y una despedida: Pedazos del Apocalipsis.

Un lamento porque las lágrimas son la materia de estos textos, lágrimas por el mundo, lágrimas por el ser, lágrimas de auto conmiseración. Lágrimas que son el rellano de la autodestrucción inconsciente en la cual los seres humanos existen desde hace siglos, porque la vida humana, con sus bondades y todo, sigue una pendiente de banalidad acelerada, sobre todo, en las últimas décadas, pendientes que, no obstante, es casi casi inherente al humano: una pendiente de ignorancia que el inauguró desde el momento en que fue fascinado (y encantado, es decir, engañado) por la idea de querer comprender el mundo y de necesitar controlarlo para ponerlo a sus pies. Gran falacia.

Las siete obras cortas de López Brie no son panquecillos. Son un potaje condimentado con la abyección más mordaz e insana que hacen imposible mantener una conciencia obediente y recta. Los pedazos son los siguientes: 1. Génesis 9-11: dos ángeles le hablan a los últimos muertos; 2. Las Plagas: los demonios y su peste; 3. Serenata de Maximiliano y Clementina: dos imbéciles después del fin del mundo; 4. Famosas últimas palabras: las frases de los desahuciados; 5. El día de los tomates: un perro filósofo y una cabeza empalada; 6. La singularidad: dos astronautas se precipitan en su nave espacial rumbo a un agujero negro; 7. Revelación 9-11: un coro de ángeles se acerca al único sobreviviente luego de la destrucción. Le dicen cuál será su nueva misión: ir más allá de su propia humanidad.

Esta obra invita a la reflexión y, al mismo tiempo, entretiene. Es una obra que rasca una comezón que no sentimos pero que hemos cargado desde siempre: la comezón de la importancia personal, la comezón de la mentira y el engaño, la comezón de la estupidez.

La obra cuenta con las actuaciones formidables de Eduardo Castañeda y Jorge Núñez, quienes son acompañados de un modo serio por Madeleine Sierra y Sofía Beatriz López. La escenografái de Emiliano Ortega va de lo futurista a lo cruento. Con pocos recursos se logran atmósferas interesantes y los muebles son modulares: de acuerdo con el acomodo que tengan en la escena o fragmento estos significan cosas distintas. Un acierto.

Los directores de los fragmentos son Alberto Domínguez, Silvia Ortega, Gabriela Ochoa, Aarón Hernández, JLB y Martín López Brie. La producción contó a cargo de Teatro de Quimeras. Si le interesan las propuestas interesantes y distintas, esta es una alternativa que tiene que ver. Terminan temporada dentro de dos semanas.

Pedazos de Apocalipsis
Teatro La Capilla (Madrid 13, Coyoacán)
Boletos: $150 y $100 con descuentos.
V 20 hrs S 19 hrs.

Verde Shangai, de Cristina Rivera Garza

lunes, 13 de junio de 2011

"Usar el lenguaje digital es un acto político y contemporáneo"
Cristina Rivera Garza presenta novela Verde Shangai

Foto: Araceli López / El Economista

Tomarle el pulso al tiempo desde el lenguaje. Entender la escritura como un trabajo mediado; por lo tanto: histórico y político. Son tareas que hacen toda la diferencia si se trata de hablar de un escritor con propuesta y otro que simplemente escribe.

Cristina Rivera Garza es una de las escritoras mexicanas más vitales, serias y fundamentales con las que hoy cuenta nuestra literatura. Ella, que constantemente juega con el lenguaje y experimenta con sus medios de difusión, creación y despliegue, apunta una asignatura ineludible para un escritor del momento:

"Uno de los grandes retos que tenemos es escribir contemporáneamente, lo cual no significa escribir a la moda. Sino que hay que articular, subvertir y relacionarnos dinámicamente con el lenguaje de nuestro presente. Creo que esto es una de las cosas más difíciles: reconocer cuáles son los lenguajes y las mediaciones que te determinan", sentencia la escritora quien actualmente promueve el libro Verde Shangai (Tusquets, 2011) que es tanto un experimento literario, una reescritura de su obra, un relato que se desprende y desdobla desde la intimidad y una novela radicalmente original.
"Siempre he creído que la escritura es mediada. Nunca he creído que ocurre en mi cabeza como producto de inspiraciones varias. Siempre he pensado que es un trabajo físico con el lenguaje, que siempre hacemos con algo: un lápiz, un papel, una máquina de escribir, una computadora. Es un ejercicio mediado, luego entonces, histórico, luego entonces, político", y si es político tiene repercusión en el presente.

¿Cuál es nuestro presente?, se pregunta Cristina. Y ella misma se responde: "la revolución cultural y tecnológica fundamental: la revolución digital. Ese es nuestro presente".

Rivera Garza comenta que siempre ha tenido mucha curiosidad por las herramientas de su oficio. A ello se deben sus constantes exploraciones teóricas sobre la influencia de las redes sociales en la escritura, las posibilidades que abre. Se entiende también por qué ha abierto un taller junto con la editorial Tusquets para que los escritores se apropien de secciones enteras de la novela, tachando o reciclando fragmentos. Y se entiende por qué en su blog "No hay tal lugar", se ha dado a la tarea de reescribir la epigonal novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Un libro contemporáneo en su esqueleto

"En Verde Shangai no hay personajes que usan Twitter o Facebook, porque no es a ese nivel al que me interesa incidir. Sin embargo, en su estructura, este libro no podría ser sin la experiencia que he tenido como escritora de blog, de Twitter, como persona que está buena parte del día frente a su computadora: frente a varias ventanas simultáneas que se entrecruzan en una relación zigzagueante y de yuxtaposición. En esa influencia estructural en la novela hay contemporaneidad", dice Rivera Garza sobre su propuesta estética.

En la estructura de su novela, también retoma el modelo de cajas chinas, rupturista y que reconduce la discusión sobre las verdades, la realidad y los conceptos cerrados:

"Dentro del libro hay una historia que contiene una historia que contiene una historia. La moraleja es que no hay una historia original: toda historia contiene otra historia. Y también hay muchas cosas con respecto a mis otros libros que están reapropiadas, redichas, ojalá que reencantadas", menciona.

Verde Shangai cuenta la historia de dos mujeres que en realidad parecen ser solo una: Marina, una joven mujer, casada, quien luego de sufrir un ligero accidente automovilístico se siente descolocada y ausente de si misma, su identidad comienza a vaciarse o a confundirse con la de otra mujer, Xian, más joven, soltera, más libre, que es como un eco o una aparición o un reflejo de ella misma. Marina comienza a transitar de manera descontrolada entre el pasado y el futuro y el vórtice que abre o empalma estas dimensiones temporales se ubica justamente en un café de chinos del famoso barrio mexicano; dicho café se llama Verde Shangai, una especie de Aleph borgiano.

Xian, asimismo, es un personaje que ha perseguido a su creadora desde hace más de una década, pues la primera vez que apareció ya brincaba de cuento en cuento en el libro de relatos La guerra no importa, que publicó Cristina en 1987. "Es una invocación", comenta al respecto la autora.

"Este es un libro que tiene que ver con la memoria escrita", dice Cristina Rivera Garza. Ella se detiene por un instante: una frase viene a su mente, la escuchó de un escritor: 'En realidad nosotros no recordamos, lo que hacemos es reescribir'. Ella concuerda con dicha frase porque en ella encuentra toda una veta de análisis para puntualizar la importancia de la escritura, la necesidad de su oficio: "la memoria es algo que tiene que pasar por la mediación de la escritura. Fuera de la escritura no hay memoria", puntualiza. Lo graves es que sin memoria no hay historia y que sin memoria tampoco hay identidad y sin identidad no hay cultura. La propuesta narrativa de Rivera Garza es grave. Al grado en que es preciso saber leerla entre líneas.

El lector como sujeto

"Existe libros que todavía están con el formato del siglo XIX de la gran novela que parece que no está siendo escrita, que los personajes parecen de carne y hueso. Y yo creo que el diálogo más actual acerca de los libros se ha alejado de ese tipo de registros, hay una función mucho más evidente, mucho más generativa de la lectura y del lector como un sujeto y la lectura como una función de artificio en la creación del libro. Por ejemplo, en este libro donde se está invocando al pasando, hay pasajes que son guiños de que esta es una persona leyendo un texto y lo que se está comunicando es también una experiencia de lectura, que es una experiencia humana.

"Cuando hablo de historia estoy hablando de escritura, y si hablo de escritura estoy hablando de algo artificial, que es humano, y de eso se trata: aquí no estás viviendo, aquí estás leyendo un libro. Qué idea más radical: tienes un libro entre las manos y el libro te está diciendo que estás leyendo un libro", dice la autora.

Si fuéramos arqueólogos de nuestra propia vida qué excavaríamos, dónde empezamos y qué hacemos con lo que encontramos. Si eres un detective o un forense, qué evidencias utilizas y una vez encontradas cómo las reacomodas. Si tomamos en cuenta que la vida es compleja, que somos más que uno, que nuestras identidades son relacionales, solemos cambiar dependiendo de con quién y en dónde estamos, y si eso fuera una ruina o un sitio cómo le hacemos para encontrar el sitio y una vez encontrado tratar de definir qué es lo importante, qué deja huella y qué no, qué es una huella.

"La migración me ha marcado en aspectos personales y creativos. Siempre me parece que la visión del migrante le añade un tinte de extrañeza a realidades que de otra manera parecen naturales, inamovibles o simplemente obvias. La incorporación de este barrio chino tiene que ver con la posibilidad de producir extrañeza y un punto de vista otro, justamente la visión del otro que en México es el más exotizado: el más lejano: el chino. Por algo decimos 'está en chino', y no decimos 'está en finlandés', aunque sería igual de complicado. Porque el chino es nuestra referencia a lo más lejano".




La inauguración, de Václav Havel

jueves, 9 de junio de 2011

Contra la TV
La inauguración, de Václav Havel

El montaje de la obra de teatro La inauguración, texto original de quien después de haber sido disidente político se convirtiera en el primer presidente de la actual República Checa, Václav Havel, apunta la principal crítica que se puede hacer a la sociedad contemporánea de la globalización reinante: la pérdida de modelos de profundidad a partir de los cuales se construía el ciudadano moderno; es decir: el asesinato del pensamiento a manos del confinamiento mediático a que se somete a las masas desde los televisores.
Con una puesta en escena arriesgada que inmiscuye al espectador desde que entra al foro(mientras el público toma asiento, Hernán Mendoza calienta la voz; Nailea Norvind realiza imposibles posturas a manera de calentamiento; un grupo de técnicos afina detalles en lo largo y ancho del foro) el director David Psalmon retoma la visión crítica de Havel para proponer un juego interesante al espectador: lo mete en un set donde sucede algo parecido a una telenovela, un set que es la casa de una familia "modelo", y en donde se nos cuenta la historia de un matrimonio, Michael (Mendoza) y Vera (Norvind), quienes reciben la visita de un amigo que a juicio de los anfitriones pasa por una "situación" que los preocupa.

Desde luego Ferdinand (Sergio Ramos), el amigo, desconoce a qué situación se refieren cada vez que la pareja intenta persuadirlo para que reaccione y emule las actitudes que ellos tienen como matrimonio, pues para ellos la forma en la que viven: con una decoración basada en incomprensibles y abstractas y hasta ridículas obras de arte, un estilo sofisticado; Michael es un hombre fornido, con clase y garbo; Vera es una mujer sensual y refinada; como pareja no han perdido la espontaneidad y el erotismo: practican el sexo como salvajes; Vera cocina platillos exquisitos; ambos se han compaginado a tal grado que a nivel discursivo hablan con las mismas frases, las mismas palabras, el mismo tono y ritmo.

Es preciso decir que los actores están fenomenales. La escenografía de Aura Gómez Arreola es fuerte y figurativa, y el video-arte preparado por Daniel Ruiz Primo Martínez es un gran acierto a nivel temático, estructural y visual

Dos elementos de la escenografía tienen una carga simbólica poderosa en donde puede ubicarse el sentido profundo de la puesta: una silla para un condenado y una pared repleta de televisores. Lo demás es fachada. Pero en esa silla, donde sientan a Ferdinand y se atreven a entrometerse en su vida como censores del buen gusto, y esa pared con pantallas desde donde se ha modelado a esa pareja entrañan la metáfora de una sociedad sin cabeza, sin ideas, sin reflexión, en la que a aquellos individuos que se atrevan a poner en duda los convencionalismos son condenados al silencio, a la locura o a la muerte.

Ha escrito el connotado filósofo español Eduardo Subirats la siguiente serie de ideas en uno de sus libros más importantes, Culturas virtuales: "pantallas nos informan, pantallas nos ponen en contacto con el mundo; pantallas nos vigilan, pantallas formulan nuestros deseos". En un momento histórico en el cual parece que la vida es construida como un espectáculo a gran escala y la realidad puede reducirse y reproducirse como un simple efecto de pantalla, La inauguración se constituye como una propuesta con mucho sentido y filo crítico para voltear a mirarnos desde la televisión que hoy tenemos por cabeza.

Daniela Schmidt, en La piedra de la paciencia

miércoles, 8 de junio de 2011

"Se aproxima un boom teatral en México": Daniela Schmidt
Culmina temporada La piedra de la paciencia
Una de las obras teatrales más profundas y envolventes de las que actualmente se encuentra en cartelera es la adaptación hecha por el actor y director Daniel Giménez Cacho, de la novela La piedra de la paciencia, con la cual el escritor Atiq Rajimi ganó el prestigioso Premio Goncourt en 2008. Esta obra teatral, protagonizada de forma contundente por la singular, talentosa e inteligente actriz Daniela Schmidt, es una de las más arriesgadas propuestas teatrales y el próximo 19 de junio finaliza una temporada que comenzó con el pasado fmx-Festival de México.

A pesar de su juventud, Schmidt es una actriz de trayectoria y con gran presencia en el escenario. Tiene experiencia en Europa y en Estados Unidos. Hace dos años se mudó a Nueva York, donde pudo ver de cerca el funcionamiento de esa gran maquinaria teatral que es Broadway. Lectora comprometida, estudiosa de su oficio e intérprete entregada, Schmidt, con quien pudimos conversar en un cafecito de la colonia Condesa, mientras recuerda sus actuaciones, mientras retrae en la memoria esos instantes que en el escenario se convierten en arte, sonríe y mira con entusiasmo el futuro:

"A partir de este año y, sobre todo, en el que viene va a arrancar un boom del teatro en México que va a estar muy interesante", afirma la actriz, quien confirma sus dichos en los recientes montajes de obras comerciales de gran calidad como Cock, Casi, un pueblo, El coleccionista, Juegos siniestros, algunas de ellas han convertido a sus autores en Premios Pulitzer.

Una diferencia ineludible: el público

El optimismo de Daniela se expande a las propuestas independientes, donde la actriz encuentra una gran calidad en todos los niveles: actores, técnicos, dramaturgos, directores. Y donde, para ella, teatro El Milagro tiene un lugar imprescindible y revitalizador. "El Milagro es un gran proyecto que le da cabida a montajes diferentes", expresa.

"Hay muchísimo talento en México que no hay que desaprovechar mucho menos siendo mexicanos. Después de haber vivido en Nueva York, creo que las propuestas de teatro de autor aquí en México son riquísimas. La diferencia en Nueva York es que allá se consume teatro a pesar de que las obras off-Broadway cuestan alrededor de $700. Es caro pero se mantiene. Lo que no sucede aquí porque, obvio, hablamos de realidades muy diferentes", dice la actriz.

Cuando ella habla, sin duda está pensando en la importancia de proyectos como La Capilla, El Milagro o de diversos colectivos independientes como Vaca Teatro, Teatro Legeste, Búho Grande Teatro, por mencionar solo a algunos, cuyos proyectos gozan de gran calidad pero tienen que remar contracorriente, en primer lugar porque es difícil conseguir público.

Daniela valora este tipo de iniciativas porque ella también tiene algunos proyectos personales en puerta: un espectáculo de cabaret y un espectáculo que honre a Chavela Vargas, "a quien adoro y admiro profudamente", dice.

Mucha paciencia

Picar piedra es la fórmula con la que se defiende el tiempo invertido en los proyectos, y en la formación y conformación del profesional. Cuando Daniela llevaba apenas un mes en Nueva York, recibió un mail de Daniel Giménez cacho, quien se presentó con ella y le mencionaba que quería enviarle la novela de Rajimi porque tenía pensado adaptarla en una obra de teatro en la que pensaba ofrecerle el protagónico. Daniela, encantada, recibió la novela, la leyó ("me enamoré de ella", afirma) y le dijo que sí. Esto fue en 2009. Giménez Cacho le comentó que el proyecto lo tenía pensado montar dentro de dos años, en el primer semestre de 2011.

Entonces, cada tres meses intercambiaban impresiones. Hasta que en diciembre de 2010, el director la contactó de nuevo para decirle que ya estaban listos y que comenzaban a ensayar el 23 de enero. Ella estaba en Los Ángeles trabajando en un proyecto de Univisión e hizo las gestiones necesarias para volver a México. Llegó aquí el domingo 22 de enero y, al día siguiente, a las 10 de la mañana ya estaba en su primera lectura. Durante ocho semanas trabajaron de lunes a domingo 8 horas diarias.

"Fue muy intenso pero muy nutrido", indica. "Fue un proyecto en el que, de repente, se juntaron todos los motivos por los que uno quiere hacer una obra de teatro", añade. Además, trabajando con Giménez Cacho se ha sentido con mayor libertad para buscar muchos motivos, o intercambiarlos. "Como actriz siento la libertad de poder buscar otras maneras de expresar esa misma cosa, entonces se vuelve una experiencia muy rica", dice.

Esta obra que trata sobre una mujer que por vez primera tiene la oportunidad de expresarse en un mundo que la ha condenado al silencio, afirma la actriz: "me ha hecho darme cuenta de lo ignorante que soy sobre la vida de personas que viven en otra cultura y de cómo hacemos juicios a priori de cosas que no conocemos. Y eso está muy mal y trae mucha desgracia a la vida".

"Al principio, en los ensayos leía el texto y apretaba los dientes, ¡cómo puede ser posible esto!, me decía. Y Daniel me contestaba: sí ok, pero no puedes juzgar. 'Pero está difícil', yo le seguía diciendo. Nos metimos a leer muchos documentales y ver muchas fotos y películas para tratar en entrar con muchísima empatía y con un cambio de pensamiento en el personaje", comenta Schmidt.

El proceso para levantar esta obra como actriz ha sido difícil. Los resultados están a la vista. El acierto del director en la obra y en la actriz es contundente. Es una pieza digna de ser vista. Quedan pocas funciones. No se la pierda.

Palabras, poemas y recuerdos de Leonard Cohen (Alfabia)

lunes, 6 de junio de 2011

Cohen, desde adentro
El libro de Alberto Manzano atrapa milagros del cantautor

"Ya no queda nada, ninguna civilización, ningún arte. Tengo la sensación de que el mundo ya ha sido destruido, que es sólo la sombra de algo... y que ya no hay nada a lo que agarrarse", le decía una noche cálida de 1988 el poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen al español Alberto Manzano.

Ellos platicaban en el bar de un hotel de Lleida (España) en 1988, y hablaron de Lorca, el poeta favorito de Cohen, y de Poeta en Nueva York y de Barcelona y París, ciudad donde en aquel tiempo vivía el poeta. Y hablaron de la vida y de la música y, cómo no, de las mujeres: "con ellas se aprende todo, no hay nada más poderoso que ellas", le recordaría hace unos pocos años.

Esa postal de 1988 es descrita por el traductor Manzano (quien ha sido el traductor de la obra del Cohen al español durante más de 30 años, en los que ha establecido una sólida relación de amistad con el poeta) en el libro Palabras, poemas y recuerdos de Leonard Cohen (Alfabia), un librito de 72 páginas que se disfruta como una corta canción de Cohen, como una frase poética de este vate recientemente galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Un libro, además, que se disfruta como la buena compañía de una mujer enigmática con quien se comparte el vino o las sábanas, que se disfruta como un agradable licor en una terraza desde donde puede observarse el coqueteo de una ciudad tilitante.

El Premio viene a darle parte de razón a aquellos que han sostenido desde hace tiempo que artistas como Leonard Cohen, más conocido por su música, o Woody Allen, reconocido cineasta, merecen un premio importante en el mundo de las Letras. El jurado del Premio Príncipe de Asturias reconoció la trayectoria literaria de Cohen, por encima de una terna en la que se encontraban el británico Ian Mc Ewan y la también canadiense Alice Munro.

Ahora bien, el libro de esta pujante, coqueta y sólida editorial es un contundente guiño al lector. El autor abre el libro con una presentación y una entrevista muy personal, íntima y por tanto rica que le concedió el poeta en 2007; luego comparte algunas fotografías personales de momentos puntuales en su relación laboral y de amistad, y analiza desde la palabra, es decir no hay teorías pero si hay versiones, el proceso de construcción de tres piezas (canciones/poemas): "Chelsea Hotel" (que escribió en 1970 en honor a Janis Joplin, ), "Fire" (poema que escribió Cohen en 1966 y que tiempo después convertiría en canción el realizador cinematográfico Lewis Furey) y "Alexandra Leaving" (canción incluida en su disco Ten New Songs, de 2001).

Este es el esquema del libro pero lo sustancial está en la poiesis. Es decir, este libro es el registro de la experimentación creativa y, por tanto, no requiere de una lectura lineal ni rigurosa, no es un estudio a partir del cual se analiza y disecciona la estética del poeta. Es un libro poderoso porque deja libres los instantes en los cuales la escritura o la palabra se convierten en milagro, es decir: cuando de la nada emerge una canción, o cuando ante una pregunta surge una imagen o una metáfora que lo resume todo.

En estas breves páginas se filtra la moral de un hombre que es un valiente, un hombre que no se ha detenido ante nada y que ha vencido a todas las censuras. Un hombre que ha sido borracho, drogadicto y mujeriego. Un hombre que ha escrito poesía y canciones. Un hombre que se retiró seis años a un monasterio zen. Un hombre de pocas pero contundentes palabras. Un hombre que es visto desde la perspectiva más noble, más aguda y más próxima a un retrato real: la del amigo.

Un hombre que no se apega a su imagen y que, no obstante, curiosamente cada mañana dibuja un autorretrato: "es mi manera de empezar el día, una estrategia para despertar", dice. Dibujar una imagen para capturar un instante. Para alguien que seguro encuentra mucho sentido en esa palabra: despertar, mirar el autorreflejo, la versión de uno mismo, elaborada de una manera artística para despertar, es como quien busca atrapar una estrella fugaz con las manos para poder entender que la luz hay que soltarla. Primero hay que ver, luego respirar y finalmente soltar. Poiesis pura. Creación que surge de la atención y de dejarse ir.

La casa limpia, de Sarah Ruhl

jueves, 2 de junio de 2011

¡Relucientemente sucia!


El amor no es algo limpio: es sucio. En torno de esta idea gira la nueva puesta en escena de Azteca Teatro, La casa limpia, una comedia con una pizca de acidez que a nivel actoral y dramático es sencillamente brillante. Verónica Langer y Flor Edwarda Gurrola hacen una dupla muy atinada que lleva el ritmo de la obra con tierna ingenuidad y un humor sin límites.

La obra comienza con Flor Edwarda, en el papel de Matilde, contando un chiste en portugués. Lo más irónico es que, a menos que usted sea carioca, sin entender una sola palabra lo que cuenta la actriz hace que usted muera de risa. Matilde es una joven brasileña que lo único que sabe hacer es contar chistes y ha salido de su país para buscar un sitio en el cual encontrar de nuevo sentido a su vida. Ella quedó a la deriva después de que sus padres, las personas que más amaba, fallecieron.

Los amaba tanto porque además eran las personas más chistosas de todo Brasil. Y fíjese bien en el detalle: Tan chistosas que el papá de Matilde mató con un chiste a su esposa: ella se murió de un ataque de risa. Luego él se murió de tristeza. Se vale un ¡plop! a la Condorito.

Curiosamente en el chiste, Matilde tiene una ventana vital porque a partir del chiste ella juega con el doble sentido, malea la viscosidad del lenguaje y dota de profundidad a la vida. Ella tiene, además, un propósito: crear el chiste perfecto. O sea: ser como Dios, porque solo un chiste perfecto puede dar mucha vida y espontaneidad a partir de la risa y también puede conducir a la muerte perfecta: con una sonrisa y sin dolor.

Matilde tiene una limitación para lograr su chiste perfecto: es contratada por una familia para hacer la limpieza del hogar y no tiene el tiempo ni la inspiración para pensar en el chiste perfecto. Matilde no tiene ningún talento para la limpieza, a ella le choca limpiar porque se pone triste. Pero la dueña de la casa, Lane (Ciocchetti), tiene una hermana: Virginia (Langer), quien está obsesionada por la limpieza y cuando descubre la poca eficiencia de Matilde le propone un trato: yo hago la limpieza y tú haz como si nada.

De aquí se desata una obra en la que se cruzan las historias de Virginia, una solitaria ama de casa cuyo esposo es apenas una presencia figurante; Lane, una exitosa médica con un matrimonio fracturado y en pleno derrumbe a pesar de que ella lo ignora; su esposo, Carlos (Fernando Ciangherotti), quien introduce la nota disonante al confesarle a Lane que ya no la ama y que ahora está enamorado, sorpresiva e incontrolablemente, de Ana (Martha Aura) una mujer con cáncer terminal.

La agudeza, el poder irónico, la intensidad verbal y el ingenio de Sara Ruhl se filtra en cada uno de sus personajes. La obra, aparentemente ligera, es de una profundidad luminosa y se convierte en una obra artística de primera, muy sutil y muy lúcida. No es casualidad que gracias a ella la joven dramaturga haya obtenido el Premio Pulitzer 2005.

En su versión mexicana, la obra cuenta con un preciso trazo escénico dirigido por Debbie Saivetz, y con un elenco en el que nadie desentona. La iluminación es amable y la escenografía clara, directa.

Sin decir nada serio, la obra alcanza un fondo humano sorprendente, pues invita a reflexionar que justo en los momentos en los que se comparten sonrisas es como se cuenta la densidad de la vida; que aceptar la muerte con alegría es en sí la culminación de una obra perfecta, y que lo valioso del amor y de la vida se encuentra más allá de categorías agotadas como lo bueno o lo malo, como lo limpio o lo perfecto. Lo más cercano a la perfección es un instante, y los instantes, en la memoria, suelen ser borrosos, sucios, aún así: brillantes.

La puesta es una iniciativa de las actrices Ana Ciocchetti y Verónica Langer.

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