Festejo Bicentenario Zócalo

jueves, 16 de septiembre de 2010

La noche en que México es grande

Claroscuros del magno festejo Bicentenario
“¡Viva México! ¡México es el mejor país!” Así gritaba con todas sus fuerzas, con toda su esperanza y toda su luminosidad, un niño de 10 años, minutos antes de que comenzara la Ceremonia oficial que incluyó “el Grito”, en voz del presidente Felipe Calderón. Con los pies y la espalda adoloridos después de casi 7 horas de espera daba inicio la ceremonia conmemorativa, y en ese momento hasta el más indiferente de los compatriotas fue llamado por ese recuerdo instalado en la infancia y que le confirma que en algún momento de su vida, al menos, “México” fue “el mejor país”: cuando en una noche como ésta, siendo niño escuchó el himno nacional y vio la imponente bandera ondeando mientras el humo de los fuegos artificiales difuminaba sus contornos. El niño baila emocionado de la mano de su madre una coreografía que enseñan tres grupos de muchachas con falditas rojas, en las orillas de la Plaza y cuyo propósito es amenizar el ambiente. Madre e hijo portan el impermeable blanco y la lamparita entubada que los hace brillar en plena noche en ese “mar blanco” que prometieron los organizadores del evento. Esas lamparitas fueron adquiridas por las personas alrededor de las 18:30 hrs., cuando “muy a la mexicana” se les “lanzaron” desde los flancos de la Plaza, envueltas en los plásticos tipo impermeable, simulando estafetas blancas. En ese momento de la tarde, cuando el calor había dejado de hacer estragos pero la sed ya era mucha, la gente de pronto las vio caer del cielo: se empujaban hombres y niños, ancianos y señoras por obtener no uno si no los tubitos blancos que fuera posible, como si se trata de juntar dulces y colaciones que emanaban como chorros de una piñata. De hecho, hubo hasta algunos más vivos que juntaron su itacate de lamparitas amén de que quedara claro que lo importante era que cada persona tuviera la suya. Por fortuna hubo de sobra. ¿Acaso no había formas más ortodoxas para repartir los artefactos que aventárselos a la gente como si fuera la ayuda humanitaria que se da a una multitud de hombres hambrientos y desesperados? Sin duda a los más jóvenes les pareció “padre” pero la solución no fue la más organizada o ecuánime (como sí lo hubiera sido entregar un paquetito por persona al momento de entrada). Entre este tipo de detalles (que en el fondo hacen más mexicana la celebración aunque no nos guste pensarlo así), los minutos fueron avanzando. Todo comenzó con tranquilidad. El incremento de personas que accedían al lugar se aceleró después de las tres de la tarde: cuando las calles aledañas al Primer cuadro de la ciudad ya parecían un carnaval en donde desfilaban personas de todas las edades, vestidos con atuendos regionales o con playeras de la selección nacional desde tiempos del “Matador” Hernández hasta el modelo negro y de lujo del más reciente mundial de futbol. Las trompetillas y la espuma en aerosol o los huevos rellenos de harina ya enrarecían el ambiente. La gente hacía filas aún no muy largas que avanzaban con rapidez y sin atrabancamientos. Policías del DF escoltaban el acceso de los peregrinos, quienes tenían que abandonar sus paragüas, objetos metálicos y cinturones con hebilla pesada, que se les confiscaban si las personas querían continuar hacia el siguiente filtro en donde se levantaron detectores de metal: como en los aeropuertos, las personas tenían que dejar su morralla, sus llaveritos y sus teléfonos celulares en una bandejita tipo fondita de Doña Lupita, mientras pasaban por la puerta electrónica. Una vez superado ese filtro la gente ya podía intentar acceder a alguna zona que le resultara confortable para apreciar el acto que empezaría en punto de las 10 de la noche (cuya puntualidad fue más inglesa que nacional: perfecta) o bien para observar aunque fuera un fragmento del desfile que comenzaría a las 18:00 hrs sobre Avenida Reforma. Sobre la tarima de prensa, alrededor de las 17:00 hrs., el viento hizo de las suyas tumbando las sombrillas que resguardaban de la incipiente lluvia, apenas un chipi-chipi, a los elegantes reporteros que llevarían en tiempo real, los sucesos a los televisores de la gente a la que se le recomendó hasta el cansancio perderse el magno evento: el cual sería imperdonable perderse: contradicciones también muy mexicanas. Las palomas alzaban el vuelo juguetonas: cundía el terror de que una indigestión hiciera que los asistentes arrejuntados y a pie tuvieran que cuidarse ya no sólo de la lluvia sino de las heces de tan bonitos animales. Pero con el anochecer las palomas desaparecieron. Luego, debido al paso de las horas, la mixtura de olores, y el retraso de la comitiva del desfile, hizo entrada el rumor y la ansiedad y un poco de desesperación. En punto de las 19:15 hrs., un par de conductores (desconocidos para la mayoría de los convidados) tomaron el escenario principal (donde se presentaría el espectáculo que cerraría la parte espectacular de la ceremonia: el espectáculo Vuela México) y con chistes poco afortunados intentaron amenizar a un pueblo que optó por amenizarse solito: Frente a los espectáculos deslucidos que se presentaron desde ese momento hasta las 21:30 de la noche (entre los que se contaron mariachis y agrupaciones tradicionales poco conocidas que no interpretaron las canciones típicas que conoce el promedio y la generalidad de las personas, o unas marionetas gigantes que bailaban un popurrí mexicano medio de aturdimiento que aburrió al público, hasta una triada de mariachis vestidos completamente de verde, blanco o rojo, que no lograron conectar con el público) la gente optó, desde sus particulares trincheras (grupos de amigos o familiares), cantar el “Cielito lindo”, “México, lindo y querido” o “El rey” y darse solitos su fiesta. Entre la intolerancia por parte de algunos sectores de público y la poca calibración de las expectativas elevadas de un público convocado a un gran evento, los espectáculos no amenizaron a nadie y sólo se entendieron como un relleno que molestó a los asistentes, quienes hubieran preferido una transmisión en directo y multidimensional del desfile conmemorativo, del cual se trasmitió, minutos antes del inicio de la ceremonia, apenas un breve resumen. Por eso cuando las chicas bailarinas trataban de animar a la gente apretujada, la mayoría las abucheaba: los únicos que se animaron a bailar fueron unos pocos afortunados a quienes se les permitió el paso a un corral intermedio en el que tenían más espacio y que estaba entre el grueso del público y la zona panista VIP (se entiende que la lógica ­–poner a los privi-panistas hasta adelante con pases VIP, es decir salidas y accesos garantizados-, obedece no sólo a motivos de privilegio sino también de imagen: que los panistas vitoreen a su líder). No obstante, en el transcurso de las 9:00 de la noche, la expectación fue creciendo y nadie perdía el ánimo. Si bien no bailaban, las personas agitaban sus lamparitas, que ya en la noche marcaban con profundidad una imponente plancha de la Constitución iluminada de blanco. En ese momento, fue cuando aquel niño del que hemos hablado gritó por vez primera y con una seguridad lapidaria: ¡Viva México! ¡México es el mejor país!” Una seguridad que ya quisiéramos muchos para exigir el respeto a nuestros derechos o el mejoramiento metódico y honesto de nuestras condiciones de vida. La gente se reunió para festejar, conmemorar y hasta homenajear un espíritu que los une y ante el cual se puede ser indiferente pero no se puede negar. La noche del 15 de septiembre de 2010 y la conmemoración federal fue un espectáculo de clase mundial, sin precedente en una ceremonia patria. Nadie no quedó defraudado: la gente lanzó un “¡ohh!” colosal cuando la estructura de poliuretano que encabezó el desfile fue levantada y miró serena hacia las masas favorecida por un efecto contundente propiciado por el juego de luces en el rostro de El Coloso; las personas se sintieron atraídas y divertidas por el acto de tintes dramáticos titulado El árbol de la vida, y al final aplaudieron (podríamos no ser exagerados si dijéramos que hasta un leve estremecimiento les erizo los vellos del cuerpo) cuando en el acto coreográfico tipo rapel de nombre Vuela México, los bailarines atléticos que danzaban sobre una pared negra componían con sus cuerpos la palabra “México”. Aplausos y ¡Vivas! Una historia de 200 años tuvo un justo homenaje en forma de espectáculo. Como en el teatro y como en el cine pero también como ocurre en nuestra realidad atiborrada de pantallas: una vez que ha caído el telón o se han cerrado las pantallas de una computadora puede venir la reflexión: obligada y necesaria para un país que quiere y necesita razones verdaderas para festejar.

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