El inventor de palabras

domingo, 5 de septiembre de 2010

"Venganza a mi perro"


«Si quieres saber como es un hombre fíjate en su perro», dice Julius Winsome, el narrador de El inventor de palabras (Tusquets, $219), quien vive solo en una cabaña perdida al interior de los fríos bosques de Canadá, una cabaña heredada de su abuelo, de quien también heredó una escopeta, y heredada de su padre, de quien también heredó una vasta biblioteca y una práctica: escribir sistemáticamente las nuevas palabras que los libros le regalaran y repetirlas como mantras hasta digerirlas en las cavernas de su ser, ahí donde los sonidos vibran solos y donde las palabras se regocijan en su silencio.


Gerard Donovan (Irlanda, 1959) construye un thriller con un lenguaje preciso y cercano, sin rodeos ni exquisiteces, que atrapa desde sus primeras líneas: Hobbes (¿quién dijo que el hombre es el lobo del hombre?), el perro de Julius ha sido asesinado en el bosque por un cazador a unos metros de la cabaña. Julius recoge al perro y lo entierra justo en el lugar en donde le servía de comer y esos primeros recuerdos, esa primera nostalgia, son de una contundencia absoluta que nos revela a un narrador magnífico.


Julius sabe que en el bosque hay cazadores de alces, de hecho abundan en esa temporada, pero intuye que el crimen tiene razones más oscuras que tienen que ver consigo mismo, así que el problema aparece en la mente de Julius como una ecuación vital por resolver, en la que el narrador nos inmiscuye sin mucho trabajo (aparente) y donde al final de cuentas (más allá de cómo se resuelva el caso) triunfa la palabra y el dilema: la venganza es válida o no. ¿La buscaríamos nosotros? ¿Tendríamos el suficiente arrojo y desfachatez de Julius?


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