El caso Kurílov

domingo, 5 de septiembre de 2010

El caso Kurílov

Las máscaras de la ideología


Su vida es tan impactante como las historias que fue capaz de crear en sus novelas. Iréne Némirovksky murió en el campo de concentración de Auschwitz, durante la segunda Guerra Mundial, junto con su marido. A ellos los sobrevivieron sus dos hijas, a quienes su madre les encargó una maleta que las niñas guardaron durante años y en donde se encontraban sus novelas. Una de ellas era El caso Kurílov (Salamandra, $210), la cual luego de 80 años se publica en castellano.

Como los grandes escritores rusos de finales del siglo XIX que en algunas de sus novelas incluían el final en el principio, Némirovsky nos lanza ese reto que es también una prueba de fuego para su propia literatura: ya sabemos en qué termina, ¿para qué seguir leyendo? Con estrategia lo que importa es poner el acento no en el final sino en el proceso, en la intriga, en el desentrañamiento de los hechos, de tal forma que si esa novela que ya sabemos en qué termina nos mantiene como lectores hasta el final es un triunfo total: un gancho al hígado. Némirovsky nos noquea con su escritura.


El narrador de la novela es León M., hijo de revolucionarios ya fallecidos que ha sido educado por miembros del Partido Comunista en el exilio. Una vez que crece se le confiere su misión: matar al Ministro de Instrucción Pública del zar Nicolás II, Valearían Alexándrovich Kurílov, una figura solemne y muy temida en el reino. Muchos años después de consumado el suceso, en espera de la muerte, León M. escribe los motivos y las vicisitudes que lo llevaron a matar a Kurílov.


En esta novela, Némirovsky calcula con maestría el uso de los detalles para introducirnos al lugar más íntimo de la vida del aparentemente todopoderoso Kurílov, que en realidad es un hombre frágil y viejo. Y nos muestra esa otra cara que el ser humano esconde pero que es más parecida a su versión más acabada. No por nada fue llevada al campo de concentración: pensar que la verdad (de las ideas y del ser) nunca es última era toda una provocación.


Además, con esta obra escrita en 1933, la autora pone en duda la legitimidad de los gobiernos monárquicos pero lo mismo hace con respecto a las revoluciones. Nos muestra a partir de la vida de un hombre bienaventurado la impureza, complejidad y contradicciones de los hombres y sus ideologías.

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