De héroes y mitos, Enrique Krauze

domingo, 19 de septiembre de 2010

Desmitificar a los héroes: un paso a la libertad

Una vez terminada la celebración ostentosa, larga y espectacular que consistió en un magno desfile alegórico por avenida Reforma más un triada de actos performativos en plena Plaza de la Constitución el pasado 15 de septiembre, se nos ofrece la oportunidad de contra argumentar de forma crítica tales festejos que tuvieron mucho de despilfarro y lucimiento pero poca reflexión y una muy infeliz transmisión del significado de los símbolos honrados.

Con la intención de abrir más preguntas para poder entender en una mayor complejidad la situación real de México, se antojaría una reflexión que vaya más allá de saldos y juicios: con una visión desencantada de nuestro pasado, una visión en la cual se ponga bajo la lupa la mistificación de nuestros héroes y de nuestras tradiciones.

Eso es lo que hace, como otros pensadores e intelectuales de la actualidad, el historiador mexicano Enrique Krauze, quien tentado por ofrecer una reflexión en torno del tema coyuntural del Bicentenario, escribió el libro De héroes y mitos (Tusquets, $179), un pertinente y muy interesante ensayo con un tono muy personal y honesto, en el que el autor no busca ofrecer una verdad última o una reflexión final sobre el sentido de conmemorar 200 años de vida nacional o de la significación de tal o cual héroe patrio en particular.

Aporta, en cambio, una lectura sencilla (nada academicista) que es a la vez profunda (crítica de la historiografía e incluye a los propios historiadores de su generación) e indaga en los rasgos de nuestro pasado e historia que resplandecen en nuestro presente.

Uno de estos aspectos es la afirmación de la Historia de Bronce, la cual en síntesis consiste en la idolatría (casi religiosa) de los héroes de la Patria. El autor parte de la siguiente idea para hilvanar su reflexión: los héroes son necesarios y deseables, pero así como en la infancia funcionaron como motores de ideales y de imaginarios, en la adolescencia o en la madurez deberían ser revisitados para que en nuestra conciencia los desmitifiquemos y finalmente podamos exhumar (y con ello traerlos a tierra firme) a los seres de carne y huesos que la historia oficial (de la mano del pensamiento católico) elevó a un Panteón olímpico inmaculado, y alejó de una comprensión cercana y humana. Así expresa el autor el objetivo: "bajar a los héroes y tomarnos un café o un trago con ellos".

El texto de Krauze es una reemergencia muy afortunada de un intelectual que se cuenta entre los favoritos del poder político, pero cuya reflexión pone en duda las ficciones sistemáticas en torno de las cuales se ha querido e insistido en construir y sustentar una identidad nacional. Si alguna duda cabe sobre la vigencia de esa Historia de Bronce, el autor hace alusión al más reciente traslado de los restos de los héroes de la Independencia, desde la Columna en donde pende el Ángel dorado hasta el Castillo de Chapultepec, hace unos meses.

La crítica de fondo en este libro de Enrique Krauze retoma una idea de Octavio Paz, que el autor de El laberinto de la soledad dejaría como tarea pendiente a los países latinoamericanos: dar espacio a la crítica; es decir, aprender a mirar de frente la historia y la cultura (y a uno mismo como ente social) con el fin de ponerlas en duda y hacerles tantas preguntas como sea posible; en otras palabras, que nuestros países puedan superar las visiones mesiánicas y las polarizaciones acríticas que obedecen a un pensamiento religioso y mágico y no racional, posturas que han impedido la reconciliación entre los mexicos disímbolos: desde los liberales y los conservadores, en tiempos del que Krauze acota como el gran acontecimiento que encarrilaría a México en la modernidad de Occidente, y que tristemente ha sido olvidado por los políticos mexicanos de la actualidad quienes deberían haber conmemorado los 150 años de su gestación: la Consttiución de 1857 y la ulterior Reforma; hasta los panistas y perredistas de nuevo cuño que en 2006 tensaron los ánimos civiles casi al límite de la confrontación directa y violenta.

Krauze consigna textos, estudios, anécdotas, charlas agudas con colegas suyos y se da tiempo de hacer historia comparada. De esta manera, elabora un texto coyuntural, importante para la coyuntura misma pero de una profundidad que trascenderá a este momento concreto, aunque es consciente de que tan solo abre una veta: no es conclusivo.

Uno de los mayores aciertos del texto es la justa supresión de la ideología del autor y la honorable apelación a los historiadores que han trazado el camino hacia la verdad: desde Daniel Cosío Villegas, Frank Tannenbaum o Luis González y González, como grandes historiadores mexicanos, hasta los contemporáneos del autor a quienes trata con mucho respeto: Arnaldo Córdova, Jean Meyer, Lorenzo Meyer, entre otros.

Queda para nosotros como reflexión la pertinencia de los festejos bicentenarios. Krauze apunta algunos lineamientos o sugerencias que van dirigidos más en la línea del empoderamiento de Obama como Presidente de los Estados Unidos: con un poderoso uso, actualización y apropiamiento de los símbolos vitales de su patria. Una ceremonia más puntual, más simbólica y precisa en los detalles hubiera sido para el caso mexicano una buena opción.

México goza de innumerables símbolos: En principio, esa avenida por la que circularon los carros el pasado jueves y que conecta a los grandes monumentos alusivos a los momentos neurálgicos de la historia Patria (el Castillo y su peso simbólico para entender la segunda mitad del siglo XIX y la Reforma; el Ángel de la Independencia, y la estructura cupular del inacabado Congreso que se transformaría en monumento a la Revolución), ese mismo desfile que caminó por enfrente del Hemiciclo al Benemérito de las Américas, personaje central del periodo reformista, Benito Juárez, desfile que en su parte conclusiva anduvo por Lázaro Cárdenas (el último presidente general) para entrar directo en el Zócalo y su Templo Mayor, su Catedral metropolitana y su Palacio Nacional. Incluso El Coloso contenía un símbolo poderoso; su problema fue no ser comprendido. Krauze apunta hacia una reconciliación seria con la historia. El 15 se perdió una oportunidad.

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