Agosto, octubre

domingo, 5 de septiembre de 2010

Verano peligroso

No es que queramos hacer alusión a la famosa canción noventera de la reina de corazones, Alejandra Guzmán, sino a una de las novelas más entretenidas, ágiles y profundas que se han publicado este verano: Agosto, octubre (Anagrama), del madrileño Andrés Barba, novela que lo consolida como una voz imprescindible en las letras españolas de la actualidad.


Es una novela con una anécdota sencilla: un joven en sus vacaciones de verano, una de esas vacaciones que en el plan serían como cualquier otra pero que la concatenación de diversos factores y eventos provoca que se conviertan en una postal clave en nuestra educación sentimental. A todos nos ha pasado: unos cuantos veranos nos cambiaron la vida: cuando nos crecieron las piernas y ya no cupimos en los pantalones que hace un par de meses nos sentaban perfectos, cuando intimamos como nunca antes con nuestros primos o vecinos e hicimos travesuras que se convierten en una mueca silenciosa y distante conforme nos volvemos personas maduras, o cuando tuvimos nuestra primera fantasía o aventura sexual.

A partir de la voz adolescente de Tomás, Barba nos conduce por los afectos y temas que moldearan el carácter de ese niño que es nuestro reflejo: la muerte, la violencia, la valentía, el deseo, la aversión, el miedo y la estupidez. Todo lo narra en unas cuantas páginas, acelerando así ese proceso, tal y como ocurre en la vida real, porque la vida es un de repente y también lo son esos veranos peligrosos que resultan ser los más fascinantes.

En la forma, Barba se detiene en los momentos y en las pulsiones más que en los detalles. No pinta cuadros a la manera moderna. Imprime impactos del alma, impulsos: te ofenden y cómo reaccionas; te das cuenta de una mentira y qué haces; te impulsan a hacer un acto detestable y cómo actúas; una mujer te acerca sus labios y qué haces. En ese cómo reacciona el personaje está el quid. Pero es un cómo que lo pone a él y nos pone a los lectores en situación.

Es decir, nos desnuda y arroja, nos recuerda las mieles de la adolescencia con sus incontables pruebas y errores y nos hace extrañar aquel momento en que todavía se valía y hasta se nos perdonaba fallar. A partir de la literatura, Barba logra activar en nuestra mente esas reacciones que nos formaron y que surgieron de lo más vital: la espontaneidad. Y con ello nos recuerda que la vida también son sus recuerdos, que la negatividad es necesaria para vivir, y que la imaginación siempre nos da una segunda oportunidad.

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