Vampiros posmodernos

domingo, 15 de agosto de 2010

Thirst, Daybreakers y Crepúsculo revolucionan el mito


¿A poco nunca te has puesto a pensar qué pedo con los vampiros que están tan de moda? Obvio, una vez que has superado el tema de la mercadotecnia. O sea, no sólo hay una cantidad de libros y películas sobre el tema, sino que hay (en las manifestaciones más interesantes) ya un giro muy interesante con respecto al clásico tratamiento junto con sus formas.


Series de televisión, películas, libros, e incluso los looks de algunos chavos (aunque con un tono más light ya no tan denso como los darketos de antaño) se ven influidos por este aire vampírico.

Ahora bien, la novedad del asunto no estriba en el tema mismo sino en los tratamientos recientes, sobre todo aquello que tienen más que ver con un síntoma de nuevo siglo. Vayamos por partes. Las líneas básicas del vampirismo son la depredación voraz, la actividad nocturna, la sangre como símbolo de muerte-vida (y sus complementos: el calor, el fuego, y el sol), el temperamento aristócrata, y el erotismo que se da en la relación depredador-víctima.


El vampiro, que es un ser muerto, encuentra en la sangre, según Mark Rein, " el único objeto de su deseo". Vicente Quirarte en su ensayo Sintaxis del vampiro (1996) menciona que el nacimiento del vampiro literario "coincide con la liberación de las fuerzas interiores producto de la caída de la Bastilla, y el surgimiento de nuevos modos de decir y contar el tiempo”, es decir, la vampirituridad (narrativas vampíricas) surge de la mano del frenesí racional y también del espíritu del romanticismo. En suma, la vampirituridad moderna se alimentó de los imperativos culturales sobre el deseo de eternidad. El vampiro sería así el símbolo perfecto de la vida eterna, aunque se tratara de una vida más bien muerta y antihumana, por tanto peligrosa.


Por otro lado, el escritor mexicano Sergio González Rodríguez advierte que la aparición más reciente del vampirismo, su vertiente posmoderna, es producto de tres etapas vampíricas: “la primera, el tránsito del campo a la ciudad del vampiro (etapa clásica); la segunda, la vida del vampiro en las ciudades (época moderna); la tercera, el cariz extraterrestre del mito”, es decir el paso de la succión a la intrusión genética.


Y aduce que las historias de vampiros son una de las expresiones más refinadas para mostrar el agotamiento de la cultura ultramoderna, y sobre todo la expresión angustiosa de un cambio de siglo.


Visto así, podríamos decir que la vampirituridad actual es la expresión de la angustia, y que implica un giro al respecto de los presupuestos modernos relacionados con la figura del vampiro: sofisticación, sensualidad y eternidad. Por mi parte creo que el mito se ha adecuado a los tiempos muy en una onda de remezcleo: apropiándose de características del individuo posmo tardío: frugalidad, pansexualismo y convergencia atemporal.


Hay otra diferencia central: estas adecuaciones son ahora un mecanismo de oposición a la angustia, es decir, son una alternativa de esperanza: el vampiro ha dejado de ser el malo de la película.


Hoy, el vampiro es el héroe arrojado (porque él no decide ser vampiro) que no puede renunciar al llamado de la sangre y que sin embargo trabaja con los estatutos del hombre moderno: solidaridad, libertad, bienestar colectivo.


Los vampiros posmodernos son más humanos (en el sentido positivo que se le da al término), más adolescentes (y por ello a veces más ingenuos y menos belicosos): contra el sofisticado conde Drácula tenemos al sacerdote hereje y tímido de Thirst; contra la figura del vampiro seductor y sexual rodeado de mujeres desnudas y ansiosas de pene tenemos al joven Edward de la saga Crepúsculo, un vampiro chapado a la antigua: comprensivo y amoroso, muy gay (con todo respeto pa’ los gays. O sea en el sentido machista del término.


Así, en las más recientes narrativas vampíricas los protagonistas son buenos e incluso héroes. Se invierte así el símbolo a partir del síntoma, es decir, la angustia posmoderna intuye en la modificación genética humana (ser vampiros newborn) la esperanza de su permanencia, y para muestra de esto podemos mencionar la película Daybreakers (interesante película que en México pasó desapercibida con el nombre de La hermandad pero que se encuentra en los estrenos de Blockbuster), en donde los vampiros corren peligro de extinción porque se agota la sangre humana (parecido a Matrix: en esta película grandes corporativos crean campos de cultivo de humanos para proveer a los vampiros de sangre).


En Daybreakers, los vampiros socializan en la cinta como hoy lo hacemos los humanos pero si dejan de tomar sangre en dos semanas su descomposición llega a grados monstruosos (una ventajosa adecuación de los signos clásicos).


Otro asunto interesante en las nuevas narrativas, concretándonos a tres: Thirst, Daybreakers y la saga de Crepúsculo, es el tratamiento y la importancia que se concede al sol para la vida de los vampiros cuando el sol para el vapirismo clásico es el peor enemigo.

En Thirst, el sol es la posibilidad de la eternidad profunda ligada al amor; en Daybreakers, el sol es la cura con la que los vampiros se pueden reconvertir en hombres, en otras palabras es el elemento enlace fraternal entre los vampiros y los humanos, y en Crepúsculo, el sol los convierte en seres luminosos y bellos.


Visto así, los vampiros como signos de nuestro tiempo son las manifestaciones de la libertad y de la esperanza en un mundo cansado de morar en la angustia y la abyección, vampiros que sacan los colmillos cuando las razones ya no funcionan, vampiros pansexuales, cínicos, humanizados (con más miedos), aunque en las versiones adolescentes son más bien seres buena ondita.


Dentro de todo, lo que sale a relucir es que nos encantaría convivir con los vampiros, y a muchos de nosotros incluso ser uno de ellos.

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