Hachiko, siempre a tu lado

domingo, 2 de mayo de 2010

Pues sí, pa' llorar
pero en serio

“Quien no llore con esta película es porque no tiene corazón”, dijo recientemente el actor estadounidense Richard Gere en una entrevista con motivo del estreno de Hachiko. Siempre a tu lado, película de Lasse Hallström que promete robarle el corazón y más de una lágrima.


Las palabras del defensor y promotor de la cultura del Tibet resultan provocadoras pero, creemos, obedecen, más que a un gesto de pedantería, a la seguridad contundente de quien conoce los efectos que esta película puede provocar.


Hachiko es una película bella, bien trabajada, con secuencias sencillas pero brillantes, un profundo lenguaje visual en que los gestos dicen más que las palabras y con un fondo de postales maravillosas acompañadas por la voz melancólica de un piano dulce y delicado, que con fina precisión interpreta de forma poética la mirada siempre fiel y sincera del más noble de los animales.


Basada en una historia real ocurrida en Japón en la década de los 30 del siglo XX, Siempre a tu lado traslada dicha historia a los inicios del siglo XXI y cuenta la vida de Hachi (que significa ocho en japonés, el número de la suerte), un perro akita (raza de perros histórica en Japón que, según la leyenda, significó la primera sociedad entre el hombre y los animales) quien siendo un recién nacido es enviado desde un monasterio budista en Japón a los Estados Unidos.


Hachi se pierde en el camino y por casualidad (o más bien por causalidad) un profesor de artes de apellido Parker se lo encuentra en una estación de trenes (o Hachi es quien lo encuentra a él) y viéndolo solo e indefenso al caer la noche decide llevarlo a casa con la idea de buscarle hogar al día siguiente cosa que no ocurrirá pues Hachi ya lo ha “escogido”.


Parker imparte clases de artes en una Universidad y Hachi lo acompaña todos los días hasta la estación del tren, y lo espera ahí mismo a las cinco de la tarde, hora en que el profesor regresa. Durante años siguen la misma rutina hasta que un día Parker ya no vuelve: sufre un infarto mientras imparte una clase y muere.


La lealtad de Hachi lo hará seguir esperándolo en el mismo lugar todos los días durante 10 años más.


Esa es la historia. La importancia y riqueza de esta película radica en la manera en que está contada y en el talento del director que logró capturar en el rostro de un perro los gestos precisos que nos hacen entender sus emociones, que nos transmiten su amor, su tristeza, su cansancio y su valentía sin ninguna especie de recurso digital y tecnológico de por medio. Mientras la película avanza todos queremos tener un perro como Hachi.


Lloramos, nos parece imposible no hacerlo (a menos que usted diga lo contrario), pero lo hacemos porque esa película nos habla del paso del tiempo y de su impacto en nuestras vidas, nos habla de lo que vivimos y que siempre estará ahí, de lo que dejamos a cada paso y de lo que fuimos y de lo que pudimos ser.


Todos somos la persona perfecta para ver esta película si nos permitimos llorar como quien se permite un bostezo, si nos permitimos emocionarnos de una historia de la que ya sabemos el final, una historia conmovedora como pocas que nos habla de lo más natural y espiritual que hay en nuestro interior y que sin palabras ni enredos nos da una lección de felicidad mucho más frondosa que si la buscáramos en manuales o en objetos materiales.


Basta un instante, una secuencia de imágenes, para que nuestra alma se estremezca y haga erupción en forma de lágrimas y así comprobemos que aquí seguimos, que estamos vivos, y que una larga vida es más que muchos años y que a veces los gestos y los sentimientos más bellos no se aprenden en la Iglesia ni en la Escuela ni en los libros, sino que están esperándonos en la vida y en la muerte, en la amistad y en la lealtad, en un os ojos que nos miran sin prejuicios mientras doblamos la esquina ignorando que quizá esa fue la última vez.


Una historia real


  • Hachiko nació en noviembre de 1923 en la provincia de Akita, al norte de Japón. Era un perro de intenso color blanco.
  • A los 2 meses de edad fue enviado a la casa del profesor del departamento de Agricultura de la Universidad de Tokio, el Dr. Eisaburo Ueno, quien lo llevó a su hogar, cerca de la estación Shibuya.
  • Hachiko dejaba la casa todas las mañanas con el profesor y caminaba junto a él hasta la estación Shibuya.
  • La lealtad demostrada por Hachiko tuvo un extraordinario efecto entre los japoneses pobladores de Shibuya que lo convirtieron en un héroe.
  • En el mes de abril de 1934 los habitantes de Shibuya contrataron a Teru Ando, famoso escultor japonés, para que realizara una estatua en honor a Hachiko.
  • La estatua de bronce fue colocada enfrente de la estación. Casi un año más tarde, el 7 de marzo de 1935 Hachiko falleció al pie de su propia estatua.
  • Durante la guerra todas las estatuas fueron fundidas para la elaboración de armamento, la de Hachiko no escapó de esa suerte y su escultor fue asesinado.
  • Años más tarde, los pobladores de Shibuya continuaban recordando a Hachiko y decidieron formar una Sociedad para el reemplazo de la estatua de Hachiko, así contrataron al hijo de Teru Ando, Takeshi Ando, también excelente escultor.
  • La nueva escultura se inauguro en 1947.
  • El 8 de abril de cada año se conmemora a Hachiko en la plaza frente a la estación de trenes de Shibuya.

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