Hey girl!, de Romeo Castellucci

lunes, 15 de marzo de 2010


Bien pero...


Uno de los platos fuertes del XXVI Festival de México, la obra teatral Hey girl!, del italiano Romeo Castellucci, que se estrenó en nuestro país el viernes en el Teatro de la Ciudad, dejó al público que asistió con grandes expectativas impávido y frustrado, quería más pero ya todo había terminado.


Cuando la pieza teatral terminó, José Wolffer, director del festival, ataviado en un elegante y cómodo traje negro, se levantó de su asiento y abandonó discretamente el teatro que, valga decirlo, cumplió totalmente con la exigencia de estar a la altura de un proyecto que se ostenta de ser uno de los más arriesgados en el mundo entero, y de no desentonar con las grandes pretensiones del Festival cultural más importante de esta ciudad, la ciudad más grande del mundo.


Hey girl! es una pieza provocadora: los desnudos se dan al por mayor, el lenguaje verbal es casi nulo salvo una ocasión en la que se utilizan palabras "fuertes" y en los momentos de tensión la actriz señala directamente al público con el dedo índice como si estuviera identificando al culpable de su dolor.

Hey girl! es esto, una radiografía del dolor, con una puesta visualmente poderosa y un sonido de alucine. Una obra abstracta que deja dudas y confunde, una pieza que no es para todo público.


Y que en México se presentó de manera más tímida que en otros países: el final original presenta una escena más erótica y, bajo cierta mirada, lésbica; en Francia, por ejemplo, el cartel mismo del evento es el retrato de la actriz Silvia Costa con el torso desnudo.


Sin otras pretensiones

Aunque la obra es de difícil digestión, no pretendió ser lo contrario, desde la invitación se aclaró que Hey girl! era una historia sin historia.


Y así es, sobre el argumento o la anécdota no podemos agregar nada, solamente que se trata de fragmentos intensos con los que se intenta representar el contacto y acercamiento doloroso pero necesario con los demás seres humanos.


Yefectivamente la obra duele, desde el principio hasta el final.


Desde el acto inicial de la obra un ser humano “nace” de una especie de barro, quitándose una pesada capa de piel para empezar el día, la vida, la existencia, su propio cosmos, es una mujer desnuda, casi despojada y arrojada que comienza por reconocer su cuerpo para poco a poco desentumir sus extremidades y caminar. Es una mujer joven, y si hablamos de dolor probablemente sea una adolescente.


A partir de ahí se entrelazan una serie de fragmentos visuales acompañados de una soberana expresión corporal, por parte de Costa, que sustenta gran parte de la actuación en la que no hay diálogos solo susurros, lamentos y espasmos; una sola voz resuena en las paredes del recinto: “alguien puede apagar esa puta luz”, y se hace la oscuridad.


Diversos recursos escenográficos y tecnológicos acompañan el trajín de la actriz en lo que se ha explicado es el suceder de un día cualquiera, recursos que van desde un rayo láser apuntando al rostro de la protagonista, pintura fluorescente emulando caracteres de un cuerpo electrónico sobre la denudez de la segunda actriz, Victorine Mputu Liwoza, cabezas expandidas que emulan el rostro de Silvia Costa, una espada tal vez para empezar el día con valor, cristales ovalados que representan espejos, y más de 20 extras que en un momento de la obra azotan con fruición a la actriz.


Todos estos fragmentos son acompañados de música electrónica ruidosa tipo rock industrial como si hubiera sido mezclada por Trent Reznor (Nine Inch Nails) y una atmósfera densa, confusa y asfixiante casi sacada de una película de David Lynch (El hombre elefante, Mullholland Drive).


Al finalizar la obra, la gente no sabia si aplaudir o no. Los aplausos parecían una lluvia que comienza a caer, desordenada y sin ritmo.


Más allá de esto lo que es indudable es que lo mejor o lo que pueden llevarse quienes asistieron a esta pieza teatral es “estar al día”, por más vago y burdo que esto sea, lo mejor fue irse con una probadita del teatro del que se habla más allá de nuestras fronteras, saber, conocer y comparar el teatro y las artes que se hacen en nuestro país con las manifestaciones artísticas y culturales de otras regiones del planeta, un ejercicio necesario para saber más de nosotros mismos y para alimentarnos de lo ajeno.


Y eso duele. Sin duda, duele.

Esa es la zona y exploración de fondo de Hey girl.

Si le gusto o no, eso ya lo decide usted.

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