Avatar

miércoles, 31 de marzo de 2010

Cine para el siglo XXI


Pasada la disputa postmarital entre James Cameron y su ex esposa Kathryn Bigelow por los Oscar de este año, debo decir que si bien Cameron sucumbió rotundamente, Avatar subistirá por sí sola como síntoma de un arte en plena transición, ya que pasará a la historia por ser un carpetazo al cine, sobre todo el de ciencia ficción.


Después de esta película, el cine será cada vez más una experiencia vívida en todos sus sentidos. Cuando nos habíamos acostumbrado a que las innovaciones tecnológicas del cine en Hollywood no aportaban nada más que en términos superficiales, ésta historia concita la reflexión profunda, el entusiasmo vital y el desencanto humano a partir de provocar en el espectador una confrontación con su propia especie y su propia cultura.


Avatar es un carpetazo no por confirmar una estrategia publicitaria, la cual por lo demás resulta del todo cierta, sino por dos aspectos, el primero de ellos es el más obvio: antes de Avatar los efectos especiales permanecían en el ámbito efectista y efectivo, subordinados a la verosimilitud de la trama pero ahora son el sustento que produce una nueva estética visual que establece una comunicación abierta y biunívoca con el espectador, es decir la verosimilitud de la historia regresa al terreno de lo estrictamente narratológico y el efecto especial adquiere un valor ético y estético que no busca convencer al público sino hacerlo vivir, de esta forma a partir de los recursos técnicos el cine se convierte por fin en una experiencia de vida, el espectador realmente puede llegar a sentir que otro mundo, y otros mundos, son posibles, se pueden ver, se pueden oler, se pueden sentir.


La anécdota ocurre en el año 2154, cuando los hombres han explotado durante tres décadas el satélite Pandora, ubicado en una galaxia lejana, y con condiciones similares a la Tierra. Para entonces el petróleo se ha terminado y los humanos han suplido sus necesidades energéticas con unobtainium, mineral que se acumula en cantidades industriales bajo las vírgenes tierras de los Na´vi, aborígenes que pueblan el satélite.


Los humanos cuentan con una base militar y científica en el nuevo planeta y buscan conquistar el territorio de uno de los clanes de Pandora que viven en un árbol sagrado de enormes dimensiones, bajo sus raíces se encuentra uno de los yacimientos más ricos del mineral anhelado por los humanos.


La científica Grace Augustine (Sigourney Weaver) se encuentra al mando de las investigaciones para conocer el funcionamiento del ecosistema y de la especie de los Na’vi. Jake (Sam Worthington), un joven veterano de guerra que ha perdido la movilidad de sus piernas, llega a la base por casualidad y formará parte de una expedición ingeniada por los científicos que le cambiará la vida.


Cada uno de los científicos, incluido Jake, cuenta con un avatar, una réplica de un Na’vi creada a partir de mezclar el ADN de esta especie con el de los humanos. Los científicos son conectados en una especie de incubadora a un programa en el que se les induce pérdida de conciencia y por medio de un ordenador despiertan en el cuerpo de su avatar respectivo. Por un momento nos sentimos en Matrix.


Desde el principio sabemos quién será el héroe: Jake, y cómo dudarlo si al ser conectado con su avatar es como si volviera a nacer: encuentra una nueva oportunidad para reasignarle valor a la vida, cuando después de quedar inválido ha sido convertido en inútil, inoperante para la guerra y para amolarla ha sufrido la muerte de su hermano.


Jake despierta convertido en un ser azul de más de tres metros de altura, con cuerpo atlético, sentidos refinados, capaz de establecer conexión sensorial con los animales en un medio natural que lejos de ser hostil entra en profunda relación con él y con los demás seres que componen dicha tierra.


Es aquí cuando encontramos la segunda razón para afirmar el profundo carpetazo cinematográfico que implica Avatar: el cine comercial puede producir grandes reflexiones en el espectador, puede prácticamente cambiar la vida; el cine hollywoodense, de millonarios recursos y grandes campañas publicitarias, abandona el cliché en el que la Tierra sufre una amenaza alienígena para resemantizar éste término -alienígena- y convertir al hombre en un extranjero indeseable, una criatura a la que no le ha bastado destruir su propio hábitat sino que ahora ha llevado su poder de destrucción años luz para conviertirse en la peor amenaza para el sistema vida Pandora.


A partir de este giro, Avatar produce en el espectador una experiencia sensorial y emotiva que es al mismo tiempo una crítica radical a la violenta condición humana, a los imperdonables sacrificios, genocidios y extinciones producidos por la afanosa y falsa idea de superioridad que padece el Hombre y a la desacralización y vulgarización de un mundo y una especie que al quedarse sin dioses no supo encontrar motivos para respetarse y respetar su entorno.


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