Agosto, de Tracy Letts en Teatro San rafael

miércoles, 31 de marzo de 2010

Se antoja la "planicie"


“La planicie es un estado mental”, dice Bárbara (Blanca Guerra), la hija mayor de la familia Vega, en la obra Agosto, que se estrenó el 25 de marzo en el Teatro San Rafael.


Para Bárbara la llanura es parecida a un estado de ánimo chato, cansado, árido, seco, sangriento y genocida, gracias a que el autor de la obra, el estadounidense Tracy Letts, sitúa la acción en la llanura de Oklahoma de mediados del 50.


La versión mexicana es logradísima, tanto que no pararás de reír tanto como no podrás dejar de sentir lástima por esa familia. La adaptación que se hace al lenguaje coloquial de los mexicanos es tan buena que provoca la identificación inmediata del espectador y que los diversos pasajes de hilaridad le aligeren las más de tres horas que dura la puesta en escena.


La acción ocurre en al interior de la casa de los Vega y es contada en dos actos más un intermedio. Al entrar a la sala nos recibe en el escenario una gigante casa de muñecas de tres pisos, perfectamente diseñada y distribuida, un sándwich de pisos o de planos, que terminará aplastando emotiva y figurativamente a esta familia.


A los pocos minutos ocurre una ruptura, otra dentro del cúmulo de fracturas que se operan durante el tránsito de la vida (muertes, bodas, viajes, peleas, engaños): ha desaparecido Rafael (Arsenio Campos), padre de familia y escritor alcohólico venido a menos, lo que provoca el reencuentro de los Vega:


La tía Maty (la famosísima Secre, Raquel Garza) llega con su esposo Carlos (Raymundo Capetillo); la hija mayor, Bárbara, regresa en compañía de su esposo Paco (Oscar Bonfligio), de quien se encuentra separada pero lo ocultan, y de su hija Norma (Sherlyn); más los que no habían abandonado el hogar: Violeta (Lilia Aragón), madre adicta a las pastillas, Karen (Verónica Jaspeado), una de las hijas, cuarentona y ‘quedada’, y Juana (Alma Escudero), empleada doméstica que contrató, quién sabe con qué motivos, Rafael días antes de desaparecer.


La aparente atmósfera de conduelo y unión que priva en la familia se resquebrajará poco a poco una vez que entren en juego los reclamos y los reproches.

Contada con un humor negro que expone y cala en los vicios de toda índole en que incurren con asiduidad las personas –desde la mota (o ¿qué, cómo le llamamos?), el alcohol, las pastillas, hasta el sexo, la mentira, el ego y el desprecio-, Agosto se revela como una mirada cercana y por eso atroz a las contradicciones y el dolor que las propias familias se infligen a si mismas, y pone en duda, a partir de una crítica mordaz, sin concesiones, los supuestos tabúes en torno a la hermandad, cercanía y comprensión supuestamente inherentes a esa institución que sólo la tradición occidental sacralizó al absurdo.


Desde el primer acto nuestras intuiciones se confirman: Rafael se suicidó. No hay ninguna sorpresa para el público. La noticia la esperábamos con avidez y con la indolencia propia de la mirada exógena. Esa ligereza nuestra se ve correspondida por una pregunta: Karen dice, “¿por qué juzgar a papá?” Nosotros sin duda al acto suicida lo condenamos como despreciamos al alcohólico, al drogadicto y al indio.


Nos parecemos a los Vega. Y esa contracara, nuestro reflejo en esa caja de muñecas, es una provocación dura que no alecciona ni evade, que no se calla ni proclama, que simplemente juega con los seres humanos que al interior de esa casa parecen destruirse a sí mismos. Y juega con nosotros, aunque ni siquiera lo sepamos y nos pongamos de pie para aplaudir.


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